En la intimidad, a distancia, separados del ruido, abrazados, unidos, sonrientes, ajenos al festejo de Wout Poels, vencedor de la etapa, Sepp Kuss, Jonas Vingegaard y Primoz Roglic conformaron un retablo para la historia del ciclismo en Guadarrama. Orla de campeones. Retrato de una era. Postal de lo inolvidable. El danés, campeón de dos Tours, y el esloveno, tres veces rey de la Vuelta y vencedor del Giro, escoltaron la emoción de Kuss, campeón de la Vuelta a la espera de ponerle el lazo en Madrid.
Los tres mosqueteros. Todos para uno y uno para todos. “Ha sido muy especial”, dijo Kuss, un hombre feliz, el campeón que nadie esperaba. El ciclista del pueblo. Tal vez por ello el más querido. El gregario que se convierte el rey. El cuento con final feliz.
El danés y el esloveno homenajearon al nuevo campeón, el hombre que les ha acompañado en sus asaltos a los cielos de Francia, Italia y España. Con ese gesto reverencial, de profundo reconocimiento y admiración, le subrayaron.
El Jumbo, dominante, intimidante, ha honrado a la carrera más que ningún otro competidor. La presencia de Vingegaard en la alineación anunció sus intenciones. Ambiciosos, competitivos al extremo, cada uno de ellos ha peleado por la corona que lucirá Kuss. Nadie le ha regalado nada.
Dominio absoluto
En Guadarrama, el ocaso de la Vuelta antes de la fiesta y el champán, brilló el sol rojo de Kuss, que se subirá al trono de Madrid acompañado por Vingegaard y Roglic en un hecho insólito que enmarca el poder absoluto del Jumbo sobre la Vuelta. Tiranizada la carrera desde Barcelona hasta Madrid. El puente aéreo pertenece a los aviones del Jumbo, que sobrevolaron la competición.
Sólo los extraños movimientos internos de Vingegaard y Roglic pudieron eclipsar al norteamericano mientras la carrera tuvo pulso, alma y corazón. Esa fue la única amenaza real en la conquista del colibrí de Durango. Eso fue en el pretérito. Queda en el retrovisor.
Mikel Landa, quinto
El resto, Juan Ayuso, Mikel Landa o Enric Mas, que seguirán el serial del Jumbo, nunca entró en el radar del triunfo de la carrera, que devoró el monstruo de tres cabezas. Omnívoro. Nadie pudo asomarse a su latifundio El suyo es un mundo aparte. La galaxia Jumbo.
Cerrará el curso el Jumbo con todos los colores. El rosa del Giro para Rolgic, el amarillo del Tour para Vingegaard y el rojo de la Vuelta para Kuss. Lo nunca visto. Luz cegadora. Fiebre amarilla en la Vuelta.
Los recuerdos que tienen mucho de la nostalgia de la épica, de las quimeras que alguna vez fraguaron en hechos, de ahí la fe del ser humano, tan pendiente del realismo mágico, de los mitos y leyendas, narran sin descanso la Vuelta de 1985, la de Pedro Delgado al asalto y Robert Millar, alucinado, camino de la derrota.
Otros prefieren glosar el capítulo de Fabio Aru sometiendo a un aturdido Tom Dumoulin para conquistar la Vuelta de 2015. En tres décadas, dos hechos excepcionales, dos rarezas. No parece el argumento más sólido para plantear otro hecho sobrenatural. Los misterios de la mente son insondables. También los caminos del señor.
Una etapa en calma para el líder
Un dogma –salvo para los negacionistas, conspiranoicos o terraplanistas, que beben de las mismas fuentes de las creencias– se impuso en el penúltimo episodio de la carrera. La dictadura amarilla de la Vuelta está escrita sobre piedra. Refractarios al resto. Kuss, el líder inopinado, que se puso al mando de la carrera por una fuga generosa que desestimaron otros, estuvo escoltado por el blindaje del Jumbo.
Sus guardaespaldas, Vingegaard y Roglic, dos campeones de punta a punta. El podio. El resto lo componía una formidable guardia de corps que alejó al norteamericano de cualquier tensión y peligro. Nadie de los otros nobles osó en contradecir el relato del Jumbo.
Poels derrota a Evenepoel
En el último párrafo de competición de la Vuelta, en Guadarrama, en un día pintado de clásica de la Ardenas, Wout Poels derrotó por media rueda a Evenepoel, Pelayo Sánchez, Van Eetvel y Soler, los mejores de la fuga que provocó el campeón belga. Poels, ganador de la Lieja-Bastoña-Lieja agarró la gloria en una perfil que se le asemejaba. El recuerdo como hoja de ruta.
Evenepoel convocó una fuga, su estilo de vida desde que se quedara sin aliento en el Aubisque, el día en que la montaña le cayó encima y perdió 27 minutos en el Tourmalet. El belga corre desde entonces como un salvaje, capaz de hacer cima en Arinsal, Belagua y la Cruz de Linares, las dos últimas cumbres después de quedarse en blanco el día de autos.
La serranía le recordaba a Evenepoel la silueta de la Lieja-Bastoña-Lieja, la clásica que venció en sus dos últimas ediciones. Más comprimida pero con más desnivel. Feliz en un escenario semejante, el belga promovió la gran evasión.
Una treintena de dorsales se alistaron al movimiento. Entre ellos convocó a tres de sus morraleros. Kämna, Kron y Rui Costa, vencedores de etapa en la carrera, estaban también entre el reparto. Poels, Soler o Pelayo Sánchez tenían presencia en la misma cordada.
Kuss y sus muchachos se olvidaron de la fuga y encapsularon cualquier conato de los otros. Sólo la inquietud que provoca la lluvia molestaba a Kuss. En realidad, para el Jumbo, todo tenía aspecto de marcha triunfal a la espera de los fastos de Madrid. Kilómetros de deleite y de la sedosa rutina de lo que sale perfecto. El bienestar abrazaba a los suyos con descaro. Silbaban su melodía victoriosa.
Una foto para la historia
Hamacado Kuss, mecido por las manos amigas del Jumbo, que hasta el Angliru no parecieron tan amables. Después de la mole asturiana, donde se llegó al clímax en el pulso interno entre Kuss, Vingegaard y Kuss, los rectores del Jumbo mandaron parar. Fumata blanca. Sin esgrima ni maquinaciones en los aposentos de castillo neerlandés, nada sucedía. El príncipe de Maquiavelo cayó en desuso.
En el paredón de la subida a San Lorenzo del Escorial, Roglic domó a los amagos de Landa y Mas. Vingegaard y Kuss observaban. Ayuso acompañaba con sus hombros los movimientos. Por delante, Poels pudo con el hiperactivo Evenepoel. Después de lo urgente llegó lo importante. Kuss, abrazado por Vingegaard y Roglic, festejaba la Vuelta. Su mejor regalo.
"Ha sido muy especial terminar la etapa con mis compañeros"
Una sonrisa amplia, inmensa, recorría el rostro de Sepp Kuss, pura felicidad en Guadarrama, donde llegó a meta abrazado a Vingegaard y Roglic, el podio de la Vuelta, el del Jumbo. “Ha sido muy especial terminar la etapa con mis compañeros. Teníamos una buena renta y pudimos celebrar en los últimos metros”, dijo el norteamericano, que ha corrido el Giro (14ª), el Tour (12º) y la Vuelta, que cerrará desde lo más alto del podio.
Kuss agradeció a sus líderes, Vingegaard y Roglic, su actitud en la carrera. “Me doy cuenta de todo lo que hicieron por mí, de sacrificar sus retos deportivos para ayudarme… Ellos son de los mejores ciclistas del planeta, y no es fácil hacer algo así cuando estás acostumbrado a ganar las carreras más importantes del mundo”, expuso a la espera del cierre de la Vuelta en Madrid, que verá desde lo más alto.