“¿Tú también, hijo mío?”. A Julio César lo asesinó, entre otros, Bruto. Los antiguos historiadores supusieron que Marco Bruto fue hijo del mandatario. Bruto fue uno de lo artífices de la conspiración que acabó con la vida del dictador romano en el senado. Ocurrió el 15 de marzo del año 44 a.C. Julio César fue acuchillado por lo enemigos a los que había perdonado y amigos a los que había encumbrado. Fueron muchos los que participaron en el complot en los Idus de marzo.
Finiquitada la Vuelta en lo competitivo, que será lo que quiera el Jumbo, –en realidad lo fue desde que Vingegaard se alistó a la carrera en la que Roglic se había coronado tres veces– el debate y los análisis se trasladaban a la alcoba del equipo neerlandés, donde Sepp Kuss lucía de rojo, atosigado por Vingegaard, a sólo 8 segundos, y Roglic, a 1:08 antes del segundo capítulo asturiano.
El Jumbo elige a Kuss
La relación entre los tres parece apolillada, debilitada por ciertas maniobras que emparentan con las traiciones romanas. Sin embargo, no corrió la sangre en la última gran cima de la Vuelta. Desde la Cruz de Linares, escoltado por Vingegaard, que se dejó unos segundos de regalo, y Roglic, Kuss ve Madrid con más nitidez.
Le espera su primera Vuelta salvo un giro inesperado de los acontecimientos. El norteamericano recogerá el testigo de Remco Evenepoel, que coleccionó otra cumbre tras un nuevo recital. La tercera victoria del belga, el otro gran protagonista de la carrera.
La Vuelta pertenece a los neerlandeses, que eligieron a Kuss para la coronación de Madrid. “Intentaremos ganar la Vuelta en Madrid con Kuss para devolverle lo que ha hecho por nosotros”, apuntó Vingegaard. Se dieron una tregua.
Un gesto de Vingegaard, que habló con el codo y por la radio, dio vía libre a Kuss, en el final. El danés desconectó. Se apartó del escenario. Roglic tampoco se movió ni un centímetro. “El equipo ha decidido que Kuss gane la Vuelta. Tengo sentimientos encontrados”, dijo el esloveno.
Acabado el día Kuss ganó nueve segundos a Vingegaard, que siempre dio la sensación de poder dar más de sí. Se quedó en una esquina. Los focos, para Kuss, que dispone de 17 segundos de ventaja respecto al danés y 1:08 con el esloveno. El resto de plazas en los salones de la nobleza no se alteraron. Juan Ayuso soportó la agitación de Mikel Landa, quinto, y Enric Mas apuntaló la sexta plaza con una aceleración extraña.
Una relación tensa
El ambiente enrarecido ha tejido las relaciones en el Jumbo, convertido en materia interpretativa. Cada gesto de los tres tenores, también sus palabras y, claro, los hechos, han alimentado las pasiones de un drama Shakespeareano. El gobierno de cohabitación del Jumbo ha servido para redactar un folletín basado en hechos reales.
A pesar del capítulo de cierre en la Cruz de Linares, a Kuss, el inesperado emperador de la carrera, –adquirió su rango tras engarzarse en una fuga– le atacaron o al menos no le asistieron ni Vingegaard ni Roglic, que compiten entre sí, en los pasajes montañosos del Tourmalet, Bejes y Angliru.
La diferencia del norteamericano menguó por el colmillo ambicioso de su compañeros, no porque el resto le apretara. Kuss es el jefe de la Vuelta, pero no lo es del Jumbo, donde chocan los egos y las personalidades del danés y el esloveno.
El lenguaje gestual anula los discursos. Vingegaard y Roglic suelen abrazar a Kuss al final de cada acto, pero después de restarle tiempo. El danés y el esloveno se saludan con menos entusiasmo.
Roglic fue el monarca del Jumbo hasta que el príncipe danés, Vingegaard, adquirió el trono a través de la secuencia francesa sus dos victorias en París. De buena mañana, en el cierre asturiano de la carrera, Vingegaard anunció que no iba a atacar a Kuss.
Roglic comentó que no le importaría que fuera el norteamericano el que venciera en Madrid. Obedecieron las órdenes de equipo. Da la impresión de que el danés y el esloveno parecen mantener un pulso subterráneo entre ellos.
En medio de las dos placas tectónicas del Jumbo, Kuss sostiene que no desea que le regalen la Vuelta, que su prioridad es ganarla compitiendo. Excelso escalador, el norteamericano ha prestado sus piernas en todos los éxitos que han disfrutado Vingegaard y Roglic.
No son pocos, precisamente. Kuss, el omnipresente, ha empujado al danés a la celebración de dos Tours y al esloveno a la conquista de tres Vueltas y un Giro. No hay mejor sherpa que Kuss. No es el colibrí de Durango un cualquiera. Vestido de rojo, acudió a la última entrega de montaña exigente. De rojo pasión, que no sangre, salió de Asturias.
Exhibición de Evenepoel
En el horizonte, otro descubrimiento de la Vuelta, la Cruz de Linares, una ascensión de 8,3 kilómetros al 8,6% de desnivel medio, pero con tramos de rampas de más del 15% y penachos de hormigón rayado. Desde su atalaya se observan los Valles del Oso. En los dominios del plantígrado, soltó el zarpazo Remco Evenepoel, fuerte como un oso el belga, compacto, musculado.
Un hombre a una fuga pegado después de que el Aubisque le tragara días atrás y lo mandara a la intrascendencia. Desde ese momento, vencedor en Belagua, el belga, rey de la montaña, pedalea con la rabia del orgullo. Nada le frena en su febril reaparición en escena.
Se rehabilitó tras la gran derrota. Esa fue su mejor victoria. Esa que no tiene que ver con el palmarés ni con el currículo, pero sí con la maduración y el crecimiento personal. Siguió adelante. Eso le otorga otra dimensión. Carácter de campeón.
Irreductible Evenepoel, nuevamente contestatario tras el silencio eterno del Tourmalet, donde se quedó en blanco. Lívido. Revivido, un Lázaro a pedales, Evenepoel agarró su tercera cima tras Arinsal, entonces era un capo que deseaba conquistar la Vuelta de nuevo, y Belagua. Bautizó Evenepoel la Cruz de Linares. Dejó su huella.
El intento de Landa
En la primera exploración de la montaña, hubo un ensayo general tras el rutilante estreno, Mikel Landa, que se destapó ambicioso en el Angliru, ordenó subir los decibelios. Alrededor del Bahrain fijaron los mosquetones Kuss, Vingegaard y Roglic. El resto de nobles continuaba el paso cuartelero.
Landa quería seguir escalando en el edificio de la Vuelta. Una bendición el escalador de Murgia ante Mas, inanimado, y Ayuso, reservándose. El alavés quería tensar sin esperar al final. Con esa patrón atravesaron la montaña en su primera edición.
El Jumbo se puso al mando para negociar el descenso. Abierta otra vez la puerta de la Cruz de Linares, que recibió con honores a Evenepoel, en entre las sombras de los árboles, se camuflaban las intenciones del Jumbo. Sólo Landa, a pecho descubierto, era un libro abierto. No tardó el alavés en disparar. Se movió, pero le faltó caballaje.
Vingegaard enarcó una ceja. Miró hacia atrás como consolando a Kuss de la tensión de días pretéritos. El danés pastoreó al líder. Gregario. A su espalda, Roglic. Landa se erizó. Ayuso tuvo que subirse al alavés. Mas también se sostuvo. Los Jumbo se mecían con el deje de la superioridad. Los mejores de la Vuelta, en paz. Vingegaard y Roglic escoltaron a Kuss. No hubo confabulación. Tampoco un complot para acabar con el líder. Así lo quiso el Jumbo. Kuss sobrevive a los Idus de septiembre.