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A por ellos de Mikel Recalde: la bola de madera

A por ellos
La bola de madera
La bola de madera

Tenía once o doce años y lo recuerdo como si fuese ayer, porque creo que estuvo entre las diez cosas más importantes que sucedieron ese día en el mundo mundial. O al menos así lo sentí yo. Era verano, imagino que agosto, mes en el que venían en tropa todos mis primos. Martín, el asturiano, que luego compartió conmigo diez años en casa de mi abuela una de esas habitaciones en las que lo que pasa dentro se queda ahí, y que es como un hermano para mí, estaba durmiendo en mi casa, en el barrio de Aiete. Esa mañana, cuando bajábamos hacia la playa con la toalla al hombro, nos encontramos con una pelota de madera. Su tamaño era como el de un balón de fútbol de reglamento. En la pendiente de Portuene hay unas escaleras con una cuesta a su lado, como habilitan las rampas para personas con discapacidad hoy en día, pero yo creo que estaba hecha para que jugaran los niños, porque por ahí era imposible bajar con una silla de ruedas. Como éramos dos cabezas de chorlito, el que parecía ir para ingeniero, o sea yo, tuvo la brillante idea de decirle al otro que se pusiera abajo y que la recogiera cuando la dejara caer por las rampas. El problema es que la física no era nuestro fuerte y que, como entre las pendientes había descansillos, la bola fue cogiendo velocidad y no solo eso, incluso bote. Martín, que no iría para ingeniero pero no era gilipollas, vio claro el percal y no hizo ademán ni de intentar pararla. Ahí arrancó la persecución más pintoresca y delirante de toda mi vida. Les cuento el minuto y resultado: dos chavales corriendo detrás de una pelota, de madera, insisto, tratando de impedir que nadie nos ayudara. Como todo era tan rápido, no tardó en aparecer un noble samaritano que fue a pararlo pensando que era un balón normal y que se quedó dolorido por el impacto. No podíamos ni detenernos a disculparnos (tampoco creo que nos interesara demasiado ni que tuviésemos demasiadas ganas), pero a partir de ese momento intensificamos nuestros gritos para que nadie tratara de frenarla. El problema es que yo creo que provocábamos el efecto contrario, como no nos entendían se pensaban que lo que queríamos era que la pararan. Siento comunicarles que hubo otros dos damnificados, el último de ellos se acordó de toda nuestra familia, que no son precisamente pocos, aunque sin lesiones de gravedad. Lo siento por los implicados y si alguno de ustedes identifica a una de estas tres almas caritativas, debo comunicarles que el delito ya ha prescrito. Se siente.

En mitad de la cuesta de Portuene hay una recta en la que para el Seminario (el 18) y ahí conseguimos que poco a poco perdiera velocidad y se detuviera. Fue un momento de una tensión terrible, un recuerdo único de la infancia. Lo pasamos tan mal que decidimos no contar nada a nuestros padres, pero el ingeniero, como no callaba ni debajo del agua, por eso acabó siendo periodista, no tardó en contarlo y ya sin la angustia vivida, nos partimos de risa en familia en la playa no sin recibir, como podrán imaginarse, la correspondiente reprimenda.

La bola de la sequía de goles en cambio ha llegado hasta abajo de Portuene y lo que es peor, se ha ido haciendo demasiado grande. Lo que, en un principio, con la racha de los 1-0 fue definido como una anécdota, se ha convertido en un problemón de los gordos. Yo hace tiempo que no creo en anécdotas, casualidades ni la suerte para justificar una temporada. No me pareció una anécdota que la Real fuera líder unas jornadas en esta Liga, porque ya encabezó la tabla al inicio de la campaña anterior. Ni que su trayectoria esté siendo casi calcada a la del curso pasado, con una crisis importante entre el final de año y el comienzo del nuevo. Roberto Olabe no supo explicarlo en la interesante y amena charla que ofreció el miércoles (en eso sí que ha cambiado y ha dado un meritorio paso adelante para mantener una cordial relación con la prensa, porque lo contrario simplemente no conduce nada). Yo creo que, si sigue, porque abrió una inesperada puerta que luego se apresuró a intentar cerrar sin llegar a ser del todo convincente, están obligados a estudiar los motivos de semejante repetición en la evolución del equipo para que no haya un frenazo de tal calibre. ¿O piensan que es casualidad que el Villarreal haya calcado la heroica remontada del año anterior con pinta de finalizar en Champions?

Cuando un equipo sufre un problema, como casi todo en la vida, lo primero es reconocerlo. Llamar a cada cosa por su nombre. Creo que la Real ha tardado demasiado en ser consciente de que la cuestión no es baladí. Con el marcar goles no se juega. Estamos a punto de entrar en el último tercio del curso, la famosa zona Luis Aragonés, y los registros anotadores de los blanquiazules son paupérrimos. Más propios incluso de un candidato al descenso y, desde luego, y este es el tema más frustrante e inquietante, muy alejado de las expectativas que genera cada año el que es, probablemente, el mayor y mejor arsenal ofensivo que ha tenido en su historia el club. Estoy de acuerdo con que el entramado defensivo ha ganado mucha consistencia, pero si es a costa de vivir mucho más lejos de la portería contraria no nos compensa. Porque es ir un poco contra natura a lo que es esta Real y a su indudable ADN alegre y ofensivo. No queremos paleta con colores apagados y tristes, nos enamoraba la de antes, con colores vivos y felices que nos daban la vida. Dicho esto con la responsable convicción de que para evolucionar también necesitábamos reforzar las prestaciones defensivas.

Estoy de acuerdo con que es un problema de equipo, no solo de delanteros. Que los otrora carrileros han pasado a convertirse en laterales, que Robin debería llevar como mínimo los mismos goles que Aritz, que Merino tendría que superar los diez tantos por curso y que Silva está obligado cuanto menos a mirar a la portería contraria. Pero la Real necesita marcar diferencias con sus delanteros. Todos ellos internacionales, menos Portu, que no tiene que pasar ningún examen a estas alturas de su trayectoria en txuri-urdin, porque, aunque no está bien, fue clave en la transformación 2.0 que trajo Imanol al anterior proyecto que nos sedujo de Eusebio. Todos ellos capaces de soñar en grande, porque lo llevan dentro y lo han hecho toda su vida, como Valdano: "Confieso que es muy rara la noche que no sueñe con goles espectaculares, hermosos y míos", comentó en su día.

Oyarzabal sí habló claro el viernes en este periódico. No sobre su renovación, sino sobre el bache que está atravesando el equipo. Lo siento Imanol, no estamos en el mejor momento de la temporada como dijiste antes del Betis. Nos encontramos en un periodo difícil. Y recurro a dos frases muy conocidas para implorar la llegada del gol. Thierry Henry, que los clavó de todos los colores, solía decir con ironía y obviedad a partes iguales que "a veces, en el fútbol, uno tiene que marcar goles". No está mal como consigna para todo el plantel blanquiazul. Pero me quedo con la célebre máxima de un Di Stéfano que era bastante arrogante de jugador: "Meter goles es como hacer el amor, todo el mundo sabe cómo se hace, pero ninguno lo hace como yo". Lo que necesitamos es más amor. Más goles. Más abrazos. Más alegrías. Más victorias. Más lunes felices. Hoy puede ser un buen día. De esta semana no puede pasar... ¡A por ellos!

2022-02-14T07:51:02+01:00
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