El verano suele ser un período de paréntesis dentro del ritmo habitual de la evolución de la economía, pero los acontecimientos extraordinarios que están alterando el devenir del mundo en los dos últimos años están provocando que cada semana gobiernos, empresas, analistas y ciudadanos tengan que ir revisando sus perspectivas. A los problemas ya conocidos, como la inflación, la guerra de Ucrania, la crisis energética o la falta de acuerdo para implementar un pacto de rentas, se une la caída del euro, cuya depreciación frente al dólar va a significar un nuevo obstáculo para la recuperación.
Contexto
El descenso en el valor del euro es, en realidad, un problema que lleva arrastrándose desde hace un lustro, aunque no de manera tan acusada y con el atenuante de que, entonces, el contexto económico era expansivo y la pandemia no había irrumpido en el día a día de los países. Incluso antes, en diciembre de 2016, era más baja (1,035 dólares). Esta semana se ha estabilizado en torno a los 1,02 dólares después de una bajada sostenida. Se sitúa, así, en sus niveles más bajos desde su entrada en vigor en 2002. En lo que va de año, el euro ha perdido casi un 10% de su valor frente al dólar americano, pero si se compara con la situación de hace año y medio el desplome se eleva hasta el 16,6%, un porcentaje altísimo.
Razones
Hay varias razones, pero sobre ellas planea la sombra de la invasión rusa de Ucrania, que ha desbocado la inflación por las mayores dificultades de los países de la Eurozona para acceder al gas y el petróleo de Rusia. Un factor que, por sí solo, no explica la caída del euro. La moneda única está asistiendo a un dólar cada vez más robusto, beneficiado por las agresivas políticas monetarias de la Reserva Federal. Este organismo, el equivalente del Banco Central Europeo en Estados Unidos, ha subido tres veces los tipos de interés desde marzo. Una decisión que beneficia a la economía de EE UU tanto como el hecho de que, al contrario que Europa, la guerra no está en su territorio. Además, tampoco compra energía a Moscú, pues exporta gas y petróleo, si bien desde el mandato de Barack Obama ha optado por engordar sus propias reservas y no destinar tanto a la venta en previsión de turbulencias.
Consecuencias
El declive del euro va a tener su traslación en múltiples aspectos. En el campo empresarial, aquellas firmas con tradición exportadora a EE UU, como las del sector de maquinaria, pueden salir beneficiadas, pues para los importadores estadounidenses las compras les van a resultar más baratas. No obstante, el impacto general puede ser limitado, puesto que la mayor parte de las exportaciones tienen como destino la propia Eurozona. Asimismo, los inversores, ante el temor a una recesión global, se están refugiando en el billete verde, que está ofreciendo más seguridad a los mercados.
Para los gobiernos, la compra de petróleo, una materia prima referenciada en dólares, se va a ver encarecida en los próximos meses de continuar este ritmo, un motivo por el que están creciendo las presiones a los países que forman la OPEP para que aumenten su oferta de bombeo. Por ejemplo, el barril de Brent, el que se toma como medida en los mercados internacionales, ha alcanzado esta semana los 104,7 dólares, lo que equivale a 103,1 euros. Hace un año, con el tipo de cambio operativo entonces, el barril le hubiera salido a un país de la Eurozona por 89,5 euros. Por supuesto, esto tendrá su reflejo en los combustibles, pues los carburantes verán incrementado su precio final de venta al consumidor. Y, como ya se vio con la huelga del transporte del pasado mes de marzo, si los costes crecen para los productores, la cesta de la compra también se verá encarecida. Un pequeño beneficio llegará, no obstante, para la industria turística europea, pues para los estadounidenses saldrá más barato viajar al Viejo Continente. Y al revés; quienes opten por irse de vacaciones a Estados Unidos todo les resultará más caro.