Llovía con fuerza. Las gotas de agua helada chocaban con ímpetu en la luna delantera de la furgoneta de Correos que conducía la cartera Eukene Murillo López. El vehículo avanzó por una abrupta senda hasta detenerse enfrente de la Torre de Santa María de Lezama, situada en el barrio de Aretxalde. “¡¡¡Elena!!!, ¡¡¡sal!!!”, vociferó tras bajarse del vehículo. Medio minuto después una mujer mayor se asomó por una de las ventanas que salpican la fortaleza. “No está, soy Iciar, su madre”, respondió. Ambas se conocen desde hace tiempo. En las áreas rurales de Bizkaia, allí donde el asfalto es sustituido por escarpadas lomas verdes, la figura del cartero es de suma importancia. Para sus vecinos de más edad constituye el nexo de unión con todo aquello que se encuentra allende de las sendas puertas de sus caseríos o, en este caso, de su fortaleza.
“ Muchas veces te metes hasta la casa. Y les pillas desayunando o comiendo, depende de la hora en la que te presentes ”
Después de intercambiar unas palabras con Iciar y resolver las dudas que le planteó otra pobladora de la torre, Eukene volvió a ponerse en marcha. “Hoy también tengo que entregar un paquete en Garaioltza, otra barriada que está en el monte”, informó a su interlocutor. Por suerte, la lluvia había comenzado a calmarse. Conocía la ruta a la perfección y era capaz de identificar cada baserri que oteaba en el horizonte. Y es que, aunque actualmente la cartera se encargue de repartir el correo en el Parque Tecnológico, buena parte de su trayectoria profesional ha transcurrido en las áreas rurales de Bizkaia. Según los datos facilitados a este medio por la empresa pública de servicio postal, en estos concejos agrarios del territorio histórico se realizan 64 rutas, que son cubiertas por 64 operarios. 26 hombres y 38 mujeres. Eukene es una de ellas.
Es bilbaina. “De Santutxu, donde he vivido gran parte de mi vida”, concretó. La vida, sin embargo, le llevó a Nafarroa, donde aún residen su hijo y su exmarido. Su separación fue lo que, precisamente, la empujó a buscar empleo. “Antes de casarme jugué a baloncesto, pero en ese momento me convertí en ama de casa y me dediqué a mi hijo”, explicó.
Cartera trotamundos
Corría el año 2004 y Eukene tenía 38 años. Pese a aterrizar en esta profesión por motivos puramente pragmáticos, pronto se enamoró de ella y de las personas a las que ha ido conociendo en el ejercicio de esta. “El primer destino que me asignaron fue en Navarra, pero poco después me mandaron a un área rural de Aragón”, relató mientras aparcaba el vehículo amarillo en las inmediaciones de un chalé rodeado por un verdísimo manto boscoso. Las tierras mañas que recorrió hace más de una década son muy diferentes a las vizcainas. Unas yermas, secas. Las otras, a la contra, fértiles y lluviosas. Sin embargo, las relaciones que estableció con sus moradores no distan tanto de las que ha ido construyendo con sus congéneres rurales. “En Aragón, según en qué pueblos, la gente está deseando que vengas. Muchos te esperan en la puerta, o en la cantina, donde te pones a repartir las cartas a todo el mundo –aseguró–. Y aquí es parecido. Cuando a veces voy a entregar las cartas al bar del pueblo, todos me reciben con mucho cariño”, añadió.
“ La tecnología ha facilitado mucho nuestro trabajo. Antes íbamos con hojas de papel en las que teníamos que apuntar los datos ”
La cercanía con el usuario es, según Eukene, una de las características más distintivas de la cartería rural. “Muchas veces te metes hasta la casa. Y les pillas en la cocina, desayunando o comiendo”, expuso. Por ello, la cartera o el cartero encargado de las áreas rurales acaba estableciendo una relación personal con estos. “No dudan en hacerte pasar y en ofrecerte lo que tienen. Es un trato muy directo”, dijo. Tanto es así que en épocas de txarriboda la cartera casi siempre regresa a su hogar con una contundente ristra de chorizos en la guantera. “O con una bolsa de kiwis, o con un par de calabazas cuando es temporada”, afirmó. Cuando la pandemia sacudió violentamente Bizkaia, y el mundo, esa cercanía se afianzó. “Evidentemente no nos podíamos tocar. Yo les dejaba los paquetes en el felpudo y ellos salían a por ellos, pero mi presencia era el único contacto que tenían con el mundo exterior”, recordó Eukene. Relató, además, cómo una señora le miraba con una expresión que transitaba entre el estupor y la ternura y le repetía, días tras día, la misma frase: “Ay, hija, cuídate mucho”. Ella también le transmitía su afecto usando la misma fórmula: “Claro que sí, de esta saldremos más fuertes”.
Pese al embate pandémico, y el huracán de emociones que supuso para muchos operarios, la de la cartería es una profesión tranquila que, además, ha experimentado una auténtica revolución con la implantación de nuevos sistemas digitales. “La tecnología ha facilitado mucho nuestro trabajo. Antes, en las entregas, íbamos con hojas de papel para apuntar todos y cada uno de los datos de las entregas. Ahora, en cambio, vamos con la PDA –una suerte de tableta– y lo hacemos todo desde este dispositivo”, valoró. Después, al terminar la última de las operaciones programadas en las lomas de los montes lezamarras, la mujer enfiló la carretera que une esta localidad con Derio. Se alejó sonriente de las montañas, internándose en el Valle de Asua. A Eukene le gusta su trabajo.