Fue el 15 de diciembre de 2008. La primera edición de Inmersiones, que era además la actividad pública que ponía en marcha el llamado Proyecto Amarika, se llevaba a cabo. La idea era dirigirse a producciones de arte emergentes en el ámbito de Euskal Herria para “mapear” lo que se estaba haciendo en ese momento y hacerlo visible de cara a la sociedad en general pero, sobre todo, a gestores, comisarios y demás agentes culturales. El próximo 17 llegará la decimoquinta entrega de un congreso que, en el fondo, sigue manteniendo los rasgos de aquel inicio, más allá de que por el camino hayan pasado muchas cosas y de que el grupo motor de la propuesta tenga abierto un proceso de reflexión y análisis sobre el futuro.
La sala Amárica fue el lugar para celebrar aquellos inicios, aunque el congreso ha tenido otras sedes como Berakah y Ortzai, sin perder de vista que se han llevado actividades paralelas en Artium, en unos locales municipales ubicados en la calle Pintorería, en centros educativos o en la misma vía pública –huertos incluidos–, entre otros espacios. En los últimos años, es Zas Kultur –tanto en su anterior ubicación en la calle Correría como en la actual de la plaza San Antón– el lugar físico en torno al cual gira la programación, más allá de que la pandemia ha llevado también a hacer una emisión en streaming que en este 2022 se mantiene.
Ahora que se llega a la decimoquinta edición, un aspecto que destaca el grupo motor de artistas que está implicado en llevar a cabo la propuesta es el hecho de que se siga manteniendo la esencia de ser “punto de encuentro”, como dice Cristina Arrazola-Oñate. “Es un lugar en el que gente que está trabajando sobre el mismo tema o en circunstancias parecidas se puede encontrar. Gente que no se conocía o sí, tienen la oportunidad de verse y hablar porque el congreso deja espacio para eso. No tienes la sensación de que estás en un despacho y de que tienes que vender algo. El objetivo es tener un sitio para poder poner en circulación tus ideas y conocer a gente que está trabajando como tú”.
Además, siempre ha sido y es una cita para el público en general. “Hay un desapego hacia el arte contemporáneo, que viene, entre otras cosas, por la desaparición de estas disciplinas en la educación pero también por el miedo que tiene la gente a no entender”, pero aquí “vienes, escuchas y cuentas con un acceso cercano y muy directo al artista; le puedes coser a preguntas”, sonríe Arrazola-Oñate.
Cambios constantes
Más allá de que la decisión de la Diputación de hacer desaparecer el Proyecto Amarika o de que las consecuencias de las crisis económica y sanitaria han marcado desde el exterior la vida de Inmersiones, la iniciativa, en su propio ser, no sabe estarse quieta. El ejemplo más claro es su decisión de que cada año esté en manos de comisarios diferentes, como pasa en este 2022 con el colectivo Haria, formado por Iker Fidalgo, Laura Díez e Irati Irulegi.
“Lo sencillo hubiera sido tener una fórmula y repetirla cada vez, pero eso sería no adaptarse a los tiempos. Las cosas en 15 años han cambiado mucho y no especialmente para mejor. Siempre hemos tenido una necesidad de ir como adaptándonos. Y, sobre todo, ofrecer distintos puntos de vista. Que vengan comisarios ajenos nos permite ofrecer nuevas temáticas, nuevos modos de trabajar que siempre son interesantes para nosotros como colectivo y para el propio proyecto”, define Arrazola-Oñate.
De todas formas, los elementos externos antes mencionados y otros han supuesto luchar contra viento y marea. La razón para continuar, a pesar de todo, es sencilla: “no había nada parecido, y sigue sin haberlo”. Además, “Inmersiones siempre ha sido para todos una fiesta en la que compartimos una efervescencia, una alegría, una energía positiva” más allá de que preparar cada edición suponga mucho trabajo. También un análisis constante en el que esta vez se está profundizando. “Está bien la autocrítica para seguir evolucionando”.
En este sentido, por ejemplo, el congreso echa en falta el poder dar continuidad a su trabajo toda vez pasada la cita anual. “Nos conocen los jóvenes pero nos falta atención por parte de los que mueven el mundo del arte. Tenemos un catálogo y lo enviamos pero nos falta incidir en ese aspecto posterior al congreso. Es algo complicado porque aquí ponemos todas nuestras energías pero también tenemos nuestros trabajos fuera. El resto del año haría falta una labor de difusión del material que se ha producido, pero es un trabajo añadido al que no llegamos”.
De momento, la edición de este 2022 –que cuenta con el apoyo de Diputación, Gobierno Vasco, Fundación Vital y Ayuntamiento de Vitoria– ya está en plena cuenta atrás para seguir alimentando ese “mapeo” del que se hablaba en 2008. “No me atrevería a decir que somos cantera, pero sí que Inmersiones es como un empujón, una ayuda, una palmadita en la espalda a quienes están empezando, a quienes tal vez tengan algunas dudas sobre su propio trabajo o sobre las dificultades que se van a encontrar a lo largo del camino. A ellos les decimos: venga, que puedes. Ponemos nuestro granito de arena, además, ahí donde no es rentable, donde hay mucha gente que va a empezar y va a dejarlo. De todos los que se han presentado en estos años, están los que sigue pero también los que se dedican a otras cosas. Ahí, en ese ámbito un poco perdido, en el que no hay ningún tipo de rentabilidad, ahí es donde trabajamos, donde sabemos que es difícil”.