Con una trayectoria marcada por la exploración de la condición humana y la vida moderna, Agustín Fernández ha logrado capturar la atención y admiración de lectores y críticos en su última novela, Madre de corazón atómico. Ofreciendo una narrativa cautivadora y emotiva, entrelaza temas de identidad y resiliencia, consolidando su reputación como un narrador magistral de historias que resuenan en el alma humana.
¿Cómo surgió Madre de corazón atómico?
Se trata de la vida de mi padre y de la relación que yo viví con él. Cuando él muere hace doce años, empiezo a darme cuenta de que quiero contar su vida. Una vida peculiar, pues era veterinario y pionero en muchas cosas. También me doy cuenta de que me transmitió un legado sobre cómo encarar mi vida y mis propias ficciones, lo que me lleva a recomponerlo en mi cabeza. Fue como si su figura resucitara en mi cabeza de otra manera y me acompaña siempre. Quería contar un poco todo, su vida, la mía y otras cuestiones más generales sensitivas o poéticas como qué es la vida, qué es la muerte o qué es la identidad.
¿Cuál fue la idea principal que le inspiró a escribirlo?
Un año antes de fallecer, mi padre ya no reconocía a los familiares por una demencia senil. Hay un momento que para mí fue vertiginoso, que nunca pensé que sería así, porque nunca me había enfrentado al momento en el que tu padre no te reconoce. Fue un abismo que se abrió a mis pies y fue entonces cuando apareció la pregunta que yo planteo en el libro: ¿Quién hay ahí? Su voz es la misma, pero no es la misma persona. Eso es lo que realmente activa la escritura del libro, para intentar responderme.
¿Cómo fue el proceso creativo?
Todo lo que cuento es verídico, muchas cosas pasadas por mi memoria, cada una es subjetiva, pero son las cosas tal y como yo las viví y tal como me las contaron. No es una biografía porque yo quería usar la técnica literaria de la novela para contar la historia de mi padre. Fue difícil, por eso estuve doce años en ello, pero es aún más difícil cuando de quien estás hablando es tu padre.
Tras doce años de escritura, ¿tuvo que enfrentarse a algún bloqueo creativo?
Tardé doce años porque era muy difícil tratar algo tan personal y verídico de forma literaria. En el libro hay muchas historias complementarias, está lleno de detalles, y con todo ese material podría haber hecho una obra para lucirme, pero me di cuenta de que no quería eso. No quería hacerme el gran literato utilizando la muerte de mi padre, no me sentía bien éticamente. Como digo en el libro, una de las cosas que mi padre me legó sin yo saberla hasta mucho más tarde es que la propia realidad ya es lo suficientemente extraña y fantástica como para sumarle más fantasía. Apliqué esta forma de narrar más directa, pero que al mismo tiempo es muy poderosa porque va al núcleo de las cosas.
Es difícil narrar un viaje que significó tanto...
Ese viaje es muy importante porque en 2010 atravesé Estados Unidos y estuve en Kansas, por donde él anduvo muchos años atrás. Para mí es algo epifánico que no hice a propósito. Estaba cruzando el país cuando me encontré con un prado lleno de vacas, y es cuando recuerdo que mi padre estuvo por esas tierras un mes antes de yo nacer. Nos miramos esas vacas y yo a los ojos y pienso en la palabra rumiar. Era lo que estaba haciendo, rumiar un viaje que mi padre había hecho atrás, convirtiéndose en una cosa muy poética e importante para mí.
Tal y como también afirma en este nuevo libro, ¿es la muerte un verdadero punto de partida?
Claro, totalmente. Lo digo en el sentido de que no es porque haya un más allá, eso no lo sabe nadie, sino porque la muerte es un escenario a partir del cual se hacen las reconstrucciones del muerto en las cabezas de quienes nos quedamos aquí. Además, es curioso porque el muerto resucita en nuestras cabezas pero no es estático, con los años va evolucionando, va cambiando y se va modificando a partir de nuevos recuerdos y experiencias que vamos viviendo.