"¿Cómo pueden barrerse de la memoria con tanta perfección las horas que se viven? ¿Cómo es posible que no se hayan detenido ninguna de aquellas primaveras para acompañarme en el invierno?", se lamentaba una profética María Teresa León en su autobiografía, Memoria de la melancolía.
Los recuerdos asociados a su agitada vida alimentaron su producción literaria, pero en sus últimos años dejaron de alimentarla a ella. El alzhéimer, que había devorado a su abuela y a su madre, avanzaba implacable. Pareció alcanzar incluso la memoria colectiva, que incurrió en la imperdonable –aunque frecuente– injusticia de reducir a esta prolífica y comprometida escritora de la Generación del 27 a la condición de "mujer de Rafael Alberti". Hasta la calle que Vitoria-Gasteiz le reserva en su trazado urbano es minúscula y carente de señalización.
Es preciso recuperar y reivindicar la vida, la obra y el crucial papel de María Teresa León antes, durante y después de la infame Guerra Civil española.
Nacida en Logroño, en 1903, creció en el seno de una familia perteneciente a la alta burguesía. Sus padres no contemplaban para ella mayor horizonte que el de un provechoso matrimonio. Pero la joven María Teresa dio pronto muestras de albergar planes muy distintos para su futuro. Encontró buen ejemplo –además de acceso a una nutrida biblioteca– en sus tíos maternos, la ilustrada pareja formada por María Goyri y Ramón Menéndez Pidal.
En su primera comunión, Emilia Pardo Bazán le regaló un libro con una reveladora dedicatoria: "A la niña María Teresa León, deseándole que siga siempre por el camino de las letras". Y lo hizo, pese a que no todo el mundo aplaudía su determinación con el entusiasmo de doña Emilia.
Inesperadamente embarazada, se vio forzada a un matrimonio del que nacieron dos hijos, cuya custodia perdió al separarse, tal y como estipulaban las inflexibles leyes del momento. Por entonces ya publicaba en el Diario de Burgos audaces artículos en los que, entre otros asuntos, denunciaba los exiguos derechos de las mujeres.
En los círculos intelectuales de Madrid conoció al poeta Rafael Alberti, que se convertiría en su segundo (y venerado) marido. Juntos viajaron por el mundo. Juntos se afiliaron al Partido Comunista, tras volver fascinados de la Unión Soviética. Juntos fundaron, durante la República, la revista Octubre, como juntos fundarían, durante la Guerra Civil, El Mono Azul. Juntos viajaron a Estados Unidos para recaudar fondos tras el estallido de la Revolución de Asturias de 1934. Y juntos vivieron el estallido de la Guerra Civil.
Como secretaria de la Alianza de Escritores Antifascistas, María Teresa acometió durante la contienda tan relevantes empresas como la puesta a salvo de los fondos del Museo del Prado o El Escorial. Como vicepresidenta del Consejo Central del Teatro y directora del Teatro de Arte y Propaganda, puso la cultura al servicio del bando republicano.
Finalizada la guerra, llegó el forzoso, largo y desgarrador exilio en Orán, Francia, Argentina y Roma.
Tras el nacimiento de su hija Aitana, en 1941, optó por convertirse en "la cola del cometa"; pero, mientras la luz de Alberti brillaba, María Teresa siguió siendo el principal soporte económico y logístico de la familia; la acogedora anfitriona de amigos y exiliados españoles; la secretaria, agente literaria y hasta psicóloga del poeta. Y jamás dejó de escribir: guiones de cine, teatro, novelas, cuentos, ensayos, poemas o biografías noveladas.
Para cuando pudieron regresar a España, en 1977, María Teresa vivía ya un nuevo y definitivo exilio en la despiadada prisión de su conciencia vacía.
Al final de sus días solo recordaba y repetía un nombre, "Rafael", aunque su marido, entregado a otras relaciones, ya nunca la visitara.
Murió en 1988. Su epitafio reproduce un verso de Alberti: Esta mañana, amor, tenemos veinte años.