Cruel. Mucho. El Dinamo se despertó de su sueño con una auténtica bofetada de las que suele dar el fútbol. Lo tuvo a favor en la prórroga, cuando se adelantó por medio de Iván Hierro, el local Rubén Martínez lo estropeó al llegar a tiempo para forzar la fatídica tanda de penaltis, la que produce taquicardia. Y la volvió a tener el Dinamo cuando Nacho falló su disparo. Hierro gozó de la opción de su momento de gloria, pero también erró. Fueron 18 lanzamientos desde lo once metros y en el 17 el Dinamo se frustró. La suerte lo abandonó, pese a que fue mejor en los 120 minutos de juego, pero no acertó en esos detalles que te dan el éxito o te llevan a la tristeza. Tocó lo segundo. Pero la historia se acordará del Dinamo, un equipo de barrio, de un barrio humilde. Que volverá a levantarse.
Se trataba de un momento histórico. De un partido mayúsculo para dos clubes que tenían en común una causa, un sueño. No en vano, son dos modestas entidades que militan en categoría territorial y que se sometían al examen de clasificarse para la primera eliminatoria de Copa, en la que les esperaría un equipo de Primera División. Noventa minutos brutales. Noventa minutos para entrar en la gloria. Palabras mayores. Como para pellizcarse. Un sueño. Pero la realidad también invitaba a dar el callo. A no tener miedo al fracaso. Ya se sabe, aquello de que pesan las piernas como si fueran las piedras que levantaba Iñaki Perurena y sus sucesores. Y le pasó al Athletic hace una década en Bucarest. Y el Dinamo lo había interiorizado en los días previos a su viaja a Autol. Cuestión de mentalidad. De ser fieles a sí mismos. Su técnico, Raúl Quintana, lo había dicho por activa y por pasiva. La única fórmula es liberarse. Es un discurso de manual. Otra cosa es hacerlo efectivo. Convencer a unos chavales sobre excitados, porque la cita así lo requería. Porque sabían que podían hacer historia. Era el partido de su vida.
Quintana lo tenía claro. Sucede hasta en los partidos de élite. En los equipos de Primera División que compiten, por ejemplo, en Europa. El entrenador suele rotar. En esta ocasión, no iba a menos. Para el Dinamo se traba de un duelo de Champions. Por eso el técnico santurtziarra decidió el pasado fin de semana refrescar a su once habitual. Pura lógica. Entonces, amarró un punto ante el Sodupe, que le supo a gloria, por cierto. El Dinamo es fiel a su ADN. Lo fue el curso pasado cuando celebró su subcampeonato de liga y el posterior acceso a esta previa gracias a una idea, la suya. Es un equipo que compite, que tira de una intensidad que le suele premiar. Son matices innegociables. Así las cosas, el Dinamo quiso el dominio pese a jugar en terreno ajeno. Si se va a ganar, las posibilidades de éxito crecen y, sobre todo, en estas categorías inferiores. Tampoco, eso sí, es sinónimo de cantar bingo. Que se lo digan al conjunto morado, que cerró el primer acto con cierta frustración, ya que mandó ante un Autol reservón, gozó de las únicas ocasiones, el colegiado le privó de un penalti que pareció claro sobre Erik y el local Tomé tocó lo justo en la línea de gol para que el Dinamo se adelantara en el marcador. Ocurre en todo los niveles del fútbol, la pegada decide.