Las elecciones de medio mandato del 8 de noviembre en Estados Unidos reflejaron en el mapa político la división del país y anticiparon un año complicado para el presidente, Joe Biden, cuyo margen de actuación se verá reducido al perder el control de la Cámara Baja.
La mayoría demócrata en el Senado y la republicana en la Cámara de Representantes, que estarán operativas cuando el 3 de enero se instale el Congreso surgido de esos comicios, establecerán un juego de fuerzas que corre el riesgo de paralizar toda nueva iniciativa legislativa de aquí al final del mandato presidencial, en 2024.
No hubo una ola roja republicana en las elecciones, pese a lo pronosticado por las encuestas y los analistas, pero los 220 de los 435 escaños que los diputados conservadores ya tienen asegurados les devuelven la potestad de decidir qué proyectos de ley van a debatirse y cuándo en esa cámara.
La polarización actual complica cualquier intento de cooperación bipartidista, lo que puede obligar a Biden a recurrir a decretos ejecutivos para cumplir su agenda, como la prohibición de las armas de asalto en las calles. Con el cambio de tornas llegará también un encadenamiento de investigaciones parlamentarias sobre el bando demócrata.
El registro que el FBI efectuó en agosto a la mansión del expresidente Donald Trump, los supuestos negocios de la familia Biden con adversarios del país aprovechando sus lazos políticos o la gestión de la pandemia y de la frontera con México están en el punto de mira. El líder republicano en la Cámara Baja y principal candidato para asumir su presidencia en enero, Kevin McCarthy, ha amenazado con someter a un juicio político (impeachment) al secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas, si no dimite por el “colapso” de esa frontera.
El ciclo comenzará además con una renovación del liderazgo demócrata en la Cámara de Representantes. Su actual presidenta, Nancy Pelos y el líder de su mayoría han anunciado que darán un paso atrás para facilitar el relevo generacional.