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Si algo ha demostrado la DANA que hace un mes afectó a Valencia y otros puntos del Estado es que la esencia humana es solidaria. La escritora Carmen Amoraga (1969, Picaña), que acaba de publicar su nueva novela -La memoria infiel-, ha compartido con nosotros algunas anécdotas de generosidad vividas en estas últimas semanas.
En esta nueva novela, La memoria infiel, nos presenta una historia sin sentimentalismos, pero con una fuerte carga emocional que hace imposible no soltar alguna lágrima. ¿Ha sido algo intencionado?
Bueno, yo he llorado en algunos momentos escribiéndola y luego releyéndola también, porque me acordaba de momentos en los que la escribía. Yo creo que esta es una novela que tiene portada, páginas y también tiene espejos, que en algún momento de la historia te puedes encontrar con un espejo que refleje algo de ti mismo o de ti misma que va a hacer que toque directamente a tu emoción.
Hablando de lágrimas, la propia protagonista de esta novela, Salomé, asegura que ni puede, ni quiere, ni sabe llorar. Qué importante es a veces soltar lo que llevamos dentro, ¿no?
Llorar es muy liberador, igual que reír. Lo que pasa es que reír te distancia de alguna manera del problema y llorar te desahoga. Yo creo que es importante no bloquear ninguna de las emociones que sentimos, porque si se quedan ahí es peor. Lo que pasa es que uno es como le han educado para ser, y a Salomé la han educado para ser una persona muy poco extrovertida con sus sentimientos.
Ella también es madre, pero no quiere parecerse a la suya propia y cada vez se ve más reflejada en sus gestos y actitudes. ¿Qué le diría si la tuviera delante?
En el caso de Salomé es que ella ha sido una niña maltratada, no físicamente, pero sí emocionalmente. Y no siempre, pero muchas víctimas de maltrato lo que hacen es reproducir los esquemas y comportamientos que han vivido. Salomé reproduce casi al cien por cien la vida de su madre. Hay muchas personas como Salomé por la calle, porque hay heridas que dejan huella, marca, que se ven, y cuando tú ves que alguien tiene una herida lo normal es que te pongas de su parte. Pero cuando te cruzas con una persona como Salomé, que no tiene marca, crees que no tiene herida, y que lo que tiene es muy mal carácter, y lo que haces es juzgar severamente. Y yo, más que decirle algo a Salomé o a las personas como Salomé, apelaría a los que tenemos vidas felices y familias refugio. Sí que nos diría a todos nosotros: “Antes de juzgar piensa un poco qué herida llevará esta persona”.
En esta novela, además de muchos espejos en los que mirarnos, encontramos también la mención de una DANA, un evento que usted ha vivido recientemente.
Las DANAS, por lo menos en la Comunidad Valenciana, hay por lo menos tres o cuatro al año. Es verdad que una DANA como esta, con unas consecuencias tan catastróficas, yo creo que no ha habido nunca en España, con estas consecuencias y esos condicionantes previos de falta de previsión y de alerta a la población.
¿Cómo vivieron esos momentos y la ola de solidaridad posterior?
La novela la empecé a escribir en 2020, y ese año o en el 21 había habido una DANA. Con esta lo que había era un aviso de fuertes lluvias en la tele, en la radio... Todos sabíamos que iba a llover, pero en Picaña no llovió, ni en Paiporta... Nosotros, cuando el cauce del barranco lleva agua vamos a verlo en todos los pueblos porque siempre baja seco. Entonces, fuimos a verlo y cuando lo vimos nos dimos cuenta de que aquello no era normal y nos fuimos a casa a intentar sacar el coche, poner a salvo las cosas... En mi casa entró medio metro de agua y en el patio metro y pico, y hemos tenido pérdidas materiales que no son pérdidas, porque la tragedia es perder la vida, el negocio... Pusimos el piloto automático y cogimos las escobas, palas..., para ponernos a limpiar hasta que al día siguiente llegó todo tipo de ayuda: de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que fueron llegando enseguida, policías locales de otros pueblos, personas de toda España... Yo tengo una amiga que tiene un garaje comunitario y no había forma de sacar aquello hasta que llegaron unos voluntarios de Bilbao armados con escobas.
De Bilbao tenían que ser.
Sí (risas). Iban armados con escobas y se acabó el lodo en ese garaje comunitario. Y yo creo que la RAE tendría que inventar una palabra que contuviera todo el agradecimiento que tenemos, porque decir que estamos agradecidos se queda muy corto.
“ La RAE tendría que inventar una palabra que contuviera todo nuestro agradecimiento ”
Esta solidaridad se ha extendido también a los más pequeños. Usted tiene una historia que da fe de ello.
Sí. Nosotros estuvimos sin luz dos o tres días, sin gas dos o tres semanas, y el teléfono iba y venía. Agua los dos o tres primeros días tampoco había. Limpiamos como pudimos y pronto abrieron los negocios. Un día estaba tirando la basura y pasó un camión con unos chicos simpatiquísimos, y mi marido cogió una de las bolsas que nos ofrecían. En ella había lentejas, y vi un papel que le acompañaba. Era un papel doblado con un corazón, y era de una niña, Lucía. Desde que tuvimos Internet, yo todas las noches escribía un post con reflexiones intentando ser positiva, y ese día le contesté a la carta. A los pocos días se hizo viral, pudimos conocerlos, y nos contaron que es un colegio que tiene desde preescolar hasta bachillerato, y que en esta iniciativa habían participado 800 niños de 6 a 12 años, y habían hecho dibujos y cartas para meter en 400 bolsas de ayuda de una asociación. O sea que había 400 cartas y la vida rima, y a mí me podría haber tocado la de cualquiera o ninguna. Y me tocó la de Lucía, que el año pasado perdió su casa en el incendio de Campanar, y me parece que la niña y yo hemos rimado. También me pareció muy chulo que se hiciera viral no por la viralidad, sino porque vivimos en un mundo crispado en el que todo el mundo está enfadado y cuando da una opinión es para decir lo mal que lo estamos haciendo todos todo. Y me pareció bonito que interesase una historia de mirada limpia.