Autocrítica es una palabra estupenda, que suena muy bien. Se escucha con agrado hasta que de tanto repetirse sin que se perciban sus efectos acaba perdiendo por completo su sentido. Autocrítica es revisar lo realizado y articular medidas a fin de que los errores no se repitan. Desde luego, solo con apelar al término dando a entender que existe una intencionalidad o voluntad de plasmarlo en la práctica no vale; insistir, con cara de pena y arrepentimiento cada vez que se produce un descalabro, en que se va a abordar dicho ejercicio resulta cansino, insufrible. Puede que no sea el momento idóneo para cargar las tintas sobre el rendimiento del Athletic justo después de que haya enlazado dos actuaciones lamentables, pero qué otra postura cabe adoptar cuando en fases de la temporada más llevaderas, donde se han cumplido unos mínimos e intercalado algunas actuaciones convincentes, en el seno del equipo no han dejado pasar la ocasión para jactarse de logros que podían catalogarse de accesibles a su potencial teórico.
La facilidad con la que los profesionales del club, los jugadores pero especialmente el entrenador, han reivindicado los marcadores favorables y asimismo bastantes más que objetivamente no lo son, están en el origen del problema que ahora, tras pifiarla con el Cádiz en casa y salvar los muebles en el Ciutat de València, se manifiesta en toda su crudeza. El conformismo que denota ese afán por atribuirse victorias morales en encuentros abiertos a cualquier desenlace, mediocres o de compleja calificación, conduce a situaciones como la presente.
Desde agosto lleva remitiéndose Marcelino García a un plazo que se cumple en estas fechas para abordar una evaluación del trabajo hecho. Abogaba por aguardar a que se cubriese el primer tercio del campeonato para extraer conclusiones, a su entender trece partidos son material suficiente para conocer las posibilidades del equipo en relación a las metas establecidas. Una vez en este punto, los números son elocuentes: siete empates y once goles a favor. Registros que prolongan la dinámica ya conocida. No constituyen una sorpresa y sí la confirmación de que el Athletic no ha sido capaz de evolucionar para dar un salto cualitativo que refrende sus aspiraciones.
Se ha apoyado en el balance defensivo para generar una expectativa, mientras persistía en las deficiencias detectadas el curso anterior y el anterior en el resto de los aspectos del juego. Se ha apoyado también en un bloque con ligerísimos retoques, la mayoría forzados por lesiones, y apenas aderezado con la participación de jóvenes en las segundas partes. Estas serían las señas de identidad de un proyecto abocado a encallar, al igual que ocurrió en ejercicios precedentes.
El viernes se asistió a la enésima reedición de un plan más visto que el tebeo. Lo corrobora el repaso de los onces de estos tres meses. Marcelino no se atreve a cuestionar el crédito ilimitado, que él mismo ha contribuido a consolidar, de una serie de jugadores. Esto es, opera en sintonía con los colegas que le antecedieron, aunque a estas alturas de la película ello lógicamente signifique que se trata de argumentos más desgastados. Pudo pensarse en que tomaría nota y aprendería del pasado reciente para obrar en consecuencia, pero aún no lo ha hecho. De ahí el respingo que provocó el técnico cuando frente al Levante decidió suplir en turnos de dos a los cuatro elementos más ofensivos a falta aún de muchos minutos para la conclusión. Si hubiese retirado a los cuatro de golpe, nadie se lo hubiese reprochado.
Quedó flotando la duda de si la iniciativa respondió al legítimo mosqueo que le invadía por lo que veía en el campo o estaba activando el preámbulo de una nueva etapa. La incógnita no se despejó en la sala de prensa. "Debemos exigirnos más en ataque", subrayó en varias respuestas, pero enseguida justificó dos de los cambios por las molestias físicas. "Si no lo hacemos con unos lo tendremos que hacer con otros", fue otra de sus reflexiones referida a la pobreza de recursos para fabricar juego y peligro, acaso la más lúcida por su exquisita elementalidad. Claro, si unos no dan la talla habrá que probar alternativas. La cuestión es si el asunto radica en probar o lo que procede es apostar. O sea, ir más allá, alterar el sistema jerárquico que viene de lejos marcando la trayectoria del Athletic.
Marcelino está ante una encrucijada, las vivencias que acumula desde el pasado enero le conceden una perspectiva privilegiada para determinar cuál es la vía a transitar en el futuro inmediato. Siendo cierto que ha heredado una regeneración pendiente, no lo es menos que los síntomas que da el equipo aconsejan no demorarla más. Si lo que funciona no se toca, lo que no funciona...