Buscar
Actualidad

“La escuela vasca cuida y construye entornos seguros frente al suicidio de niños y adolescentes”

Cerca de 2.000 docentes han asistido recientemente en Bilbao Exhibition Centre a un curso para detectar y prevenir la conducta suicida en el ámbito educativo, un problema que se ha agudizado tras la pandemia. Por primera vez, dos de los tres ponentes del multitudinario seminario exponen públicamente los entresijos de la formación desplegada por el Departamento de Educación para evitar una conducta multicausal en la que convergen factores como los crecientes problemas de salud mental infanto-juvenil, la mala gestión de las redes sociales o la cada vez menor tolerancia a la frustración.

El suicidio es la segunda causa de muerte entre jóvenes de 15 y 29 años, sólo por detrás de los tumores. ¿La escuela está preparada para ayudar a prevenir esta realidad?

Aitor Albizu Intxausti: – Toda la prevención del suicidio pasa por la educación en la salud. En ese sentido, la escuela está preparada porque lleva haciendo eso durante años. Lo que ocurre es que los profesionales no nos damos cuenta de que cuando trabajamos la resiliencia, el sentimiento de pertenencia al grupo, la educación emocional, cuando proporcionamos herramientas de habilidades para la vida ya estamos trabajando en la prevención del suicidio. Por tanto, la clave es poner en valor todo lo que estamos haciendo en favor del bienestar emocional para que el malestar no aparezca de forma abrupta.

Pero por primera vez se aborda el suicidio de forma estructural.

A.A: Los programas de prevención del suicidio con base en la escuela pasan por la capacitación del personal en clave universal para atender cuáles son las señales de alarma que puede presentar un chaval cuando está atravesando una mala época. Es detectar, ver, ponernos a mirar. Lo fundamental es saber qué está sucediendo en el grupo, cuál es la calidad de las interrelaciones de ese grupo y atisbar, en un momento dado, un problema concreto para saber actuar.

¿Cómo?

A.A: En el sentido de que el centro, ante las señales de alarma, sea capaz de construir factores de protección.

Además del aislamiento y el estrés generados por el covid, ¿qué otros factores actúan como detonante de una conducta suicida?

Jon García Ormaza: Las ideas y las conductas suicidas son un constructo complejo y multicausal, nunca hay una sola razón. No debemos caer en el error de asociar a un único desencadenante una conducta suicida o un suicidio. Es cierto que hay una alta prevalencia de malestar emocional entre la gente joven, eso es constatable, y es más alta entre las chicas. También, hay una prevalencia elevada de problemas de salud mental, de trastornos depresivos, de trastornos de conducta, trastornos de conducta alimentaria relacionados un poco con la importancia que damos a las redes sociales y a las pantallas, etc.

¿No hay suicidio sin que medie un trastorno mental?

J.G: La conducta suicida debemos entenderla como resultado de la presencia de, al menos, tres elementos clave. Son el dolor mental; la pérdida de conectividad vital, entendida como una pérdida progresiva del sentimiento de pertenencia hacia las personas significativas, o considerarse una carga para esas personas; y por último, sería la capacidad suicida, entendida como la accesibilidad a un método de suicidio y la pérdida del miedo a morir. El suicidio sólo se entiende cuando estos tres factores convergen.

¿Cómo se combate el dolor mental?

J.G: Adquiriendo estrategias personales para tolerar mejor el dolor mental, lograr habilidades que nos permitan pedir ayuda cuando nuestras estrategias fallen o no sean suficientes y fomentar la conectividad con las personas y grupos significativos: la familia y el aula, en el caso de un niño o de un adolescente. En tercer lugar se debe limitar el acceso a los métodos habituales de suicidio. Me estoy refiriendo, fundamentalmente, al control de armas de fuego y a la protección de los lugares habituales de precipitación y arrollamiento.

1.900 profesores se dieron cita recientemente en BEC para acudir a la formación en detección, intervención y prevención de la conducta suicida en el ámbito educativo. ¿Qué papel desempeña la escuela en la prevención del suicidio?

A.A: Esta formación se ubica en el marco de la Estrategia de Prevención de Euskadi acordada ya en 2019. Las medidas 21, 22 y 23 son las que de alguna forma estamos desarrollando, era un imperativo. La medida 21 habla de incorporar dinámicas de identificación de posibles suicidas en los centros educativos; la 22 habla de protocolizar todo ese procedimiento, ya lo hicimos en octubre con la aprobación de la Estrategia de Prevención, Intervención y Postvención del Suicidio en el ámbito educativo; y la medida 23 hace referencia precisamente a la formación del colectivo educador. Así, hemos convocado a todo el mapa educativo de Euskadi –pública y concertada de Infantil a FP y EPAS – para que participen en la formación. Han venido dos personas referenciales de cada centro para que puedan divulgar las pautas de actuación desde un conocimiento más exhaustivo de qué es lo que le toca hacer al centro en clave de prevención.

¿En qué se ha centrado el curso?

A.A: Es una formación de corte concienciador que dota a todos de una mirada, de un lenguaje común, de un reto sociocomunitario y socioeducativo, entendiendo que un montón de cosas que ya hacemos en la escuela tienen el gran valor de ser elementos de prevención. Yo creo que entre el colectivo está totalmente naturalizado el trabajar la educación emocional, habilidades sociales, autoestima o resiliencia de los y las chavalas. Sin embargo, quizás hasta ahora no nos habíamos dado cuenta de que eso es promocionar la salud mental. Y que todos esos aprendizajes son de alguna forma los cimientos sobre los que podemos trabajar para que los chavales sepan afrontar los avatares que la vida sí o sí les va a deparar.

¿Esa interpelación al sistema educativo era necesaria?

A.A: Sí, sin duda, esa interpelación es clave porque nuestros chavales y chavalas pasan ocho horas diarias en un lugar de socialización clave en el que la pertenencia al grupo es vital para generar conectividad con los compañeros, con el entorno y con la vida. Está estrechamente ligado a la construcción de la convivencia positiva, educar en y para la convivencia. La escuela puede ser una constructora de primer nivel de factores protectores del suicidio. Educar para la convivencia es educar para chavales y chavalas activos, con espíritu crítico desde el buen trato y, sobre todo, desde la pedagogía del cuidado.

¿La escuela es un espacio seguro?

A.A: Desde hace tiempo trabajamos en la escuela que cuida y tenemos que construir entornos seguros. Prevenir es curar, promocionar la escuela que cuida es mejor que curar. Y en ese sentido la escuela es una atalaya privilegiada para saber cómo están nuestros chavales y chavalas.

¿Y cómo están?

A.A: Yo creo que el malestar emocional ha existido siempre. Es cierto que últimamente, quizás, estamos asistiendo a un mayor malestar que puede deberse a menores tolerancias a la frustración, que puede ser que el impacto que las redes sociales en ese afán de estar siempre ufanos y perfectos pueda generar ideales que no son los más adecuados, pero en realidad el malestar siempre ha existido. Y luego tenemos que tener en cuenta que actuamos en edades que de por sí son ya vulnerables: la adolescencia.

¿En qué sentido es vulnerable?

A.A: – Es una etapa de la vida en la que se unen elementos de incertidumbre. Y no tenemos que olvidarnos de que cuando hablamos de convivencia, hablamos de emociones, de sentimientos, de comunicación, de relación entre iguales, pero también hablamos de estatus, de poder y de roles. Por tanto, todo aquello que hagamos en pos de la cohesión grupal, en pos de ser parte significativa de un proyecto, de un entorno, de un grupo, estaremos promocionando la salud mental. En definitiva, estaremos creando un grupo sano que pueda acometer de una forma integral el proceso de enseñanza y aprendizaje con garantías.

¿Hay más casos ahora que antes de suicidios entre menores?

J.G: Afortunadamente no podemos afirmar que la incidencia de muerte por suicidio infanto-juvenil se haya incrementado. Pero sí tenemos que reconocer que estamos detectando más casos de conductas suicidas, incluidas tentativas de suicidio. Los motivos son varios. Por un lado, lo que decía Aitor, hay parte que puede ser achacable al malestar emocional por la presencia de problemas de salud mental. Pero, sobre todo, tenemos que reconocer que estamos viendo más casos de conducta suicida porque estamos detectando mejor a las personas vulnerables como resultado de una mayor concienciación en la necesidad de tomar parte activa en la prevención de la conducta suicida. Y además, tomar parte activa desde diferentes ámbitos: el sanitario, el comunitario y el educativo.

El silencio que siempre ha rodeado al suicidio ha sido, en gran medida, responsable de su estigmatización. Si entre los adultos cuesta hablar de ello, ¿es adecuado hacerlo con los chavales, no existe el riesgo de imitación?

J.G: Una de las evidencias que existen en torno a la prevención suicida es la necesidad de combatir mitos y creencias erróneas muy establecidas en la población general y, también, en ámbitos profesionales. Uno de los más extendidos es que hablar del suicidio lo puede incitar o que quien se quiere suicidar no lo va a decir, no va a dar señales de alarma, y que quien da señales de alarma únicamente está queriendo llamar la atención.

¿Es positivo hablar del suicidio en edades tan tempranas?

J.G: Canadá, que tiene una dilatada experiencia en trabajar en edades precoces la comprensión de la conducta suicida y su prevención, ha demostrado que la mayor parte de los niños ya a los ocho años tiene un concepto de la universalidad e irreversibilidad de la muerte. Aunque en la mayoría de los hogares no se hable del suicidio, pese a que se deba hablar antes, los niños y las niñas están expuestas a noticias de suicido. En este sentido, es muy importante no tener miedo a entablar conversaciones en un contexto en el que el niño muestre un interés o pregunte acerca de la muerte. Lo que no hay que hacer es contribuir a perpetuar esos estigmas, porque el silencio es una señal de desconocimiento y de un miedo que muchas veces es paralizante.

Pero es delicado porque entre los propios adultos es un tema tabú que no sabemos abordar.

J.G: El miedo a hablar del suicidio hace que, cuando una familia u otro entorno detectan un malestar en un menor o adolescente, no se le pregunte por temor a meter en la cabeza determinadas ideas, cuando sabemos que lo que se consigue siempre preguntando es ayudar, conectar con la persona, mostrarnos emocionalmente disponibles y generar esperanza. A la inversa, cuando no preguntamos estamos reforzando la idea de que esa persona es, probablemente, frágil y que no sea detectada ni rescatable.

Cada cierto tiempo, desgraciadamente, conocemos que algún menor se ha quitado la vida tras haber sido víctima de acoso por parte de los compañeros, es decir, el bullying como detonante. ¿Se puede hablar de causa efecto?

J.G: No, tajantemente no, porque la evidencia dice que afortunadamente la inmensa mayoría de los menores y jóvenes que sufren cualquier tipo de acoso, también acoso escolar, no confían en la posibilidad de morir por suicidio, no tienen deseos suicidas y no llevan a cabo tentativas de suicidio. Tenemos que entender, como decía al principio, que la conducta suicida no es resultado de un único factor desencadenante, tiene que ser comprendida como la respuesta de una persona a múltiples variables: personalidad, historial familiar, vivencias, posibles traumas, etc. Sólo si lo entendemos así, podemos comprender que esa persona puede aprender y puede generar ulteriores respuestas adaptativas a ese entorno estresor.

¿Se atrevería a darme un perfil?

J.G: La mayoría de las personas que se suicidan llevan mucho tiempo sufriendo, con una alta intensidad de dolor mental y llevan mucho tiempo generando un sentimiento de falta de pertenencia, en el sentido de que se van desconectando de las personas significativas porque creen que lo que les ocurre no es comprensible, no es entendible para esas personas. Entonces, la mayoría de las personas que mueren por suicidio lo hacen mientras hacen una vida cotidiana.

¿Se puede predecir el suicidio?

J.G: No podemos predecir cuándo una persona va a llevar a cabo una tentativa de suicidio. Pero sí podemos, mediante la escucha, reconocer a personas que están sufriendo mucho, que necesitan ayuda y, por tanto, prevenir los suicidios. El suicidio, decimos, no es predecible, es prevenible.

¿Cuáles son las señales de alarma de la conducta suicida en un escolar o adolescente?

J.G: Cuando pensamos en señales de alarma de conducta suicida siempre pensamos en manifestaciones explícitas de amenazas suicidas verbales. Pero hay que considerar que muchas veces las señales de alarma son psicológicas, conductuales o físicas. Dentro de las físicas y conductuales se encuentra el dolor mental, la desesperanza, el sentimiento de ser una carga para las personas significativas asociada al sentimiento de pertenencia frustrada. Otra de las señales es la hostilidad hacia uno o una misma entendida como la agresividad, la falta de autocompasión hacia nosotros y la pérdida de conectividad. Dentro de este grupo está el mal descanso nocturno, fundamentalmente el insomnio. Sabemos que las personas jóvenes abusan mucho de las redes sociales por las noches. También está considerado como una señal de alarma el consumo o el incremento del consumo de tóxicos y alcohol.

¿Qué herramientas han dado al profesorado para llevar toda esta teoría a la práctica?

A.A: El programa Bizikazi ofrece en sus dos primeros bloques habilidades para poder desenvolverte con cierta solvencia en el grupo, habilidades de afrontamiento saludables, de desarrollo de la resiliencia, actividades de mindfulness... Pese a todo, si se produce un desborde emocional, se potencian programas que generen conectividad con el grupo y el centro. Otro elemento clave es nombrar a una persona de referencia con la que drenar todo ese desborde emocional a través de unas preguntas que están pautadas. Esta relación genera mucha complicidad y capacidad de desactivación porque sólo una escucha auténtica, sin enjuiciar, ya genera una sensación de alivio. Además, se habilitan zonas en el centro, arnasgunes, para que si ese desborde tiene un rango más descontrolado, el chaval o chavala tenga un espacio íntimo para poder desarrollarlo en compañía de una persona de referencia con la que empatice. Y si vemos que ya hay unos elementos que deben ser atendidos desde otros sistemas, el sanitario fundamentalmente, activamos el protocolo para favorecer la comunicación y la colaboración con esos agentes. Porque aquí hablamos de prevención y los profesionales de la salud son quienes intervienen. l

2023-04-24T07:38:03+02:00
En directo
Onda Vasca En Directo