SI alguna vez tuve olfato periodístico, definitivamente lo he perdido. La culpa la tiene un tipo que bailaba música bacalao en el muelle de Ripa como si tuviese metidos los diez dedos de los pies en una regleta eléctrica. Imposible apartar la vista. El problema es que estaban asando sardinas en la txosna de al lado y ahora me atufa tanto la ropa que no puedo rastrear ni noticias ni el olor a porras que me guiaba siempre de vuelta hasta la churrería-nodriza de El Arenal. Es lo que tienen las txosnas, que todo y todos se mezclan.
Perder el olfato en fiestas es un mal menor. A estas alturas, incluso una ventaja según qué callejón del Casco Viejo atravieses o qué sobaquera se te siente al lado en el metro. Mucho peor lo tienen los que pierden la noción del tiempo. Me apuesto una cazuela de marmitako a que a alguno le sorprenderán el próximo miércoles en mitad de El Arenal con el codo suspendido en el aire y un katxi de cerveza en la mano: “Señodes agentes, les judo que hace un momento aquí había una badda”.
Otros han perdido la vergüenza y bienvenidos sean, como la septuagenaria que se tomó al pie de la letra eso de que la atracción de Mr. Bean es “para toda la familia”. Se montó y formó un atasco en el recorrido, plagado de suelos movedizos, que ni la operación retorno. ¡Viva el envejecimiento activo!
También hay quien ha perdido la pareja con nocturnidad y alevosía o las llaves, el móvil o la cartera. “Para las nueve tenemos una caja con Barik, carnés de estudiante, tarjetas del banco... Lo pierden todo”, confirma una comparsera de Moskotarrak. Incluidos los vasos reciclables, que venden por un euro junto a una cuerdita de plástico. “Y eso que les ponemos sus nombres con rotulador”. A algunos habría que marcarles hasta la ropa interior, como en la haurreskola. Conozco, por cierto, a uno que se ha tenido que comprar un vaso nuevo tras desaparecer el que guardaba como el Santo Grial en un altillo de la cocina desde la Aste Nagusia de 2010. Qué quieren, la de Natura le mandó al crío en pleno confinamiento plantar una alubia. Fue una causa de fuerza mayor y, encima, ha prescrito.
Algunas se han perdido las fiestas, como la joven que emigró la primera noche en busca de un WC y asegura haber encontrado uno libre en Castro. Y otros han estado a punto de perder el conocimiento, como los chavales que beben sin parar los 15 segundos que dura el estribillo Marianela, Marianela, Marianela, Marianela... Aún no sé si acaban mareados por el alcohol o lo machacona que es la canción. Uno estaba tan albardado que pagó ocho euros por una pistolita de hacer pompas de jabón. Por ese precio puedes comprar una de verdad en el mercado negro.
Hace un rato he avistado una conga de padres y madres de adolescentes que se extendía desde la Plaza Circular hasta el Sagrado Corazón. Bailaban eufóricos porque esta noche iban a poder pegar ojo. Me he unido a ellos con un soplete por si nos cruzamos con Marijaia y podemos acelerar el proceso, pero la tía se escabulle. Por fin podré vender en Wallapop la maldita pelota de led. Fin de la cita. No insistan. No hay bis que valga. Txis pum. l