José Miguel Pardo, Susana Sánchez y su sobrina Lorena regentan la posada de Beruete y desde hace dos semanas estudian euskera para poder atender a los vecinos
José Miguel Pardo, 50 años, nació en Rada y hace dos décadas se mudó a Pamplona, donde trabajó como camarero hasta mayo de 2016, cuando se embarcó en una aventura familiar: regentar la posada de Beruete con su mujer Susana Sánchez y su sobrina Lorena Sánchez. "Empezamos de casualidad. No conocíamos el pueblo ni la posada. Un amigo me comentó que habían cerrado y que no había relevo. Siempre habíamos querido regentar un local entre nosotros, así que nos lanzamos", recuerda José Miguel. Seis años después, se han integrado en Beruete y acaban de dar un paso más allá: aprender euskera. "Los vecinos, de primeras, siempre te piden en euskera. Con el tiempo, se te van quedando coletillas, palabras, pero desde hace dos semanas vamos a unas clases que el Ayuntamiento de Basaburua ha organizado para los hosteleros del valle. Es complicado, pero poco a poco aprendes los números, las horas, sabes decir cuánto vale un pincho, si hay sitio para comer o cenar...", comenta.
La familia apuesta por la comida tradicional: menudicos, callos, ajoarriero, cordero al chilindrón, alubias rojas... "Le intentamos dar un puntito más moderno, pero sin perder las esencias", asegura José Miguel. Estos platos –recetas de la abuela de Susana– se han ganado los exigentes paladares del centenar de vecinos: "Las mujeres del pueblo vienen a comer todos los últimos viernes de cada mes, tenemos una cuadrilla numerosa que siempre cena el sábado a la noche, se celebran cumpleaños... Aún no hemos tenido quejas y ya deberían tener la suficiente confianza como para decirnos algo, llevamos seis años con ellos", bromea.
Los viernes y sábado también ofrecen cenas y la familia se queda a dormir en una de las ocho habitaciones que se ubican en el piso de arriba. "Podríamos quedarnos siempre, pero en Ripagaina se vive muy bien y Beruete no está tan lejos, son 30 minutos en coche. Entonces, el domingo a la noche volvemos y cerramos lunes y martes", indica. Estas habitaciones, que comparten planta con el salón de plenos y la oficina de la secretaria, no están disponibles de cara al público. "Habría que hacer reformas considerables, necesitaríamos más trabajadores y queremos un negocio pequeño y familiar", apunta.
La posada también se ha convertido en un espacio de socialización. A las tardes, los vecinos echan la partida de mus o chinchón en el txoko foral, de donde cuelgan más de 100 pañuelos de pueblos de Navarra. "Enmarqué en la pared cuatro pañuelos de fiestas y los clientes comenzaron a traer los suyos. Algunas personas me preguntan por qué no está colgado el de su pueblo. '¿Por qué? Porque no me lo has traído'. Al poco, vuelven con el pañuelo o me lo mandan por correo", relata.
El txoko también está decorado por una foto del 20 de abril de 1930, el día exacto en el que la luz y el agua llegó a Beruete. Por esas fechas, el sótano –donde ahora guardan la leña y los barriles de cerveza– ejercía de cárcel. "Había dos habitaciones. La primera era para los ladrones y la segunda para los animales que habían robado", explica.
A punto de cerrar A pesar del buen momento que atraviesan, estos seis años no han sido un camino de rosas. En primer lugar, porque la posada "estaba como hace 150 años. Siempre había sido parchear, parchear y parchear. Se gastaba dinero, pero nunca se arreglaba", señala José Miguel. La familia, con el visto bueno del concejo, decidió tirar toda la planta baja y construir comedor, cocina, barra y baños nuevos.
La reforma, además de suponer una gran inversión, les obligó a estar cuatro meses cerrados en 2019 y en 2020 llegó el coronavirus. "No había manera de realizar un año entero del tirón. Los inicios fueron difíciles y estuvimos a una semana de bajar la persiana. Había que pagar la hipoteca, la luz, el agua, el coche... y no teníamos ningún ingreso", recuerda. Cuando todo apuntaba al cierre, aparecieron las famosas terrazas covid. "Fue nuestro salvavidas porque pasamos de estar cerrados a dar de comer a 40 personas. Nos permitió sobrevivir. Compramos dos estufas y la gente empezó a responder", recuerda.
En la actualidad, la situación es bien distinta. "Estamos en la época de la exaltación de la felicidad. En mayo, tenemos todos los fines de semana reservados. En muchos casos son reuniones familiares, primadas, y te aparecen 40 o 50 personas", señala. De cara al verano, también es optimista: "Estamos entre la Concha y San Fermín y vienen muchos senderistas, ciclistas y turistas", indica. Además, en la tercera semana de agosto vuelven las fiestas: "Son increíbles, la leche. Había trabajado en Sanfermines y el primer año aluciné. Hay mucho curro. Una pasada", asegura.
Hasta la jubilación ¿Y qué les depara el futuro? José Miguel está tan contento en Beruete que ni se plantea dejar la posada, aunque tuviera la oportunidad de regentar un bar en su Rada natal. "Le tengo mucho cariño, pero creo que en la hostelería nadie es profeta en su tierra. Estoy muy a gusto aquí, era lo que buscábamos y no hay que tocar lo que funciona", asegura. Los vecinos tampoco le dejarían marchar: "Me han dicho que tengo que estar en la posada hasta que me jubile y que luego haga lo que quiera", confiesa.