Polideportivo

La felicidad era esto

Victor Campenaerts, genial, abre su palmarés en el Tour y remata la fuga ante Vercher y Kwiatkowski, con Oier Lazkano, sensacional, quinto en Barcelonnette
Victor Campenaerts, con la videollamada, tras vencer la etapa. / Efe

Con la respiración entrecortada, aún agitado el corazón, desbocado y pasional por una victoria epidérmica en el Tour, la primera, Victor Campenaerts, sollozaba de emoción, tembloroso, cuando alcanzado el triunfo, en una videollamada, se encontró con su pareja y su pequeño hijo, apenas un bebé, en la distancia.

La vida es eso. La tecnología les acercó. Otra vez juntos. Triunfo en familia, el vínculo más poderoso que existe. El belga doblegó a Mattéo Vercher y Michal Kwiatkowski en una jornada frenética en la que que Campenaerts cumplió el “sueño”.

El remate sobresaliente de una fuga estupenda, numerosa, en la que Oier Lazkano, impecable su entrada al julio francés, dejó huella. Fue quinto el gasteiztarra, al que se le escapó por un momento el trío que seleccionó un ataque de Kwiatkowski.

“Me da rabia porque el segundo día, en Cesenatico, me dijo que iba a ganar esta etapa. Y lo ha hecho. Tiene mucha experiencia y maestría. Desde el principio le he visto que podía hacerlo y se ha ido delante de mí. Pensaba que otros saldrían a su rueda, pero no lo han hecho y se me ha ido. Tengo mucho que aprender”, apuntó, autocrítico, Lazkano, que no puedo estar con el triunvirato que gestionó el final estupendamente, donde se impuso el respingo del belga. Alcanzó el Nirvana.

Se encontraron los tres en la desembocadura de una jornada tremendamente exigente, en la danza de los elegidos. Vercher, nervioso, fue el primero en abrir fuego. El polaco le taponó la esperanza.

Se la jugaron en la ruleta del esprint, en el que el belga, que fuera campeón de Europa contrarreloj y poseedor del récord de la hora, fijó su cita con la historia del Tour. Esprintó con rabia para encontrarse con su familia, que le esperaba al otro lado del teléfono.

La euforia se convirtió en llanto emocionado, cuando pudo ver a su pequeño y a su pareja. Compartieron la felicidad, unidos por el cordón umbilical del cariño y del amor.

Celebró Campenaerts su mejor conquista. Nada mejor que la celebración de la vida. Imbatible. “Cuando fui padre, todas las dudas desaparecieron. Era un cielo azul para mí”, dijo, con la emoción apretándole el pecho, anudándole la garganta.

El belga contó con el apoyo de su pareja en la concentración que realizó en la altura de Sierra Nevada. Para entonces estaba embarazada. “Estuvo nueve semanas conmigo, se lo agradeceré siempre”, apuntó Campenaerts, que visualizaba la etapa desde diciembre. “Tenía claro que era el día. La etapa 18 era la única que veía con opciones para mí”. Acertó el belga. Pleno.

Victor Campenaerts, vencedor. Efe

La gran evasión se produjo a pleno sol. Nadie escondió las intenciones porque era un axioma, una realidad incuestionable. La fuga era el destino natural, el curso del río, la ley de la gravedad. Otra opción no era plausible.

El principio de la navaja de Ockham a modo de apogeo. Lo sencillo es lo que suele ser. Las teorías de las conspiración no ocupaban ni un palmo en un día fabricado para una escapada numerosa, un invitación a un asalto de muchos, una turba de dorsales.

Al Tour le quedan las bóvedas de los Alpes y un crono entre Mónaco y Niza, dos puntos cardinales del lujo y el exhibicionismo, para entronizar al campeón de la carrera. Entre Gap–un lugar en la memoria por la caída que hizo añicos a Joseba Beloki mientras trataba de tensionar a Lance Armstrong, que esquivó el impacto campo a través– y Barcelonnette la fuga era un designio.

Lazkano y Aranburu, en la fuga

Entre dinamiteros abrieron un túnel magnífico que reunió a Oier Lazkano, Alex Aranburu, Healy, Carapaz, Van Aert, Campenaerts, Kwiatkowski, Vercher… Tres docenas de ilusiones a la búsqueda de una gloria que parece vetada para el resto del Tour. Era el día D para los expertos en fugas, tipos que subrayan en rojo la etapa, colocan una X en el mapa y se lanzan a por el tesoro tras calcular innumerables variables.

En las jornadas precedentes son unos formidables contables, gestores de cada gramo de fuerza. Como los niños que ahorran un céntimo aquí y los restos de una paga allá para hincharse a helados hasta que les duela la tripa. Se trata de acertar en el momento y en el lugar.

Las dudas rebajan la cotización en el parqué bursátil de las escapadas, donde se juega al engaño, al trile, a ser amigos para siempre para después dejar de serlo. Tres docenas centrifugaban los pedales prensados por la canícula en una jornada de medio relieve, con cinco cotas y ni un metro de comodidad.

El único relajo gobernó a Pogacar y a los favoritos, que se desentendieron de la estampida. Sus pensamientos escalan los Alpes y se adentran en las manecillas del reloj, juez inapelable. Despacharon cualquier elucubración. Asueto.

Pogacar, a su llegada a meta junto a Almeida. Efe

El engranaje de la fuga era una concentración de matriuskas. De una escapada tan ventruda se multiplican otras, más atomizadas, reproducciones a pequeña escala. En la escapada, tan numerosa, eran muchos los que contaban con el parapeto de un escudero, un secante para apresar las revueltas internas de otros. Un baile infernal. Palos en todas las direcciones. Manual de resistencia.

Las tres docenas del amanecer fueron el ocaso de varios descontadas cuatro de los cinco colmillos del relieve. Lazkano y Aranburu, magnífico el Tour de ambos, se mantenían intactos mientras la agitación y el oleaje crecía en una fuga repleta de dorsales dorados, de enorme calidad.

Por detrás, en el reino de Pogacar, se repartían lacasitos, la merienda de la distracción. Los lagos bien merecían un picnic sin más preocupación que rellenar la mirada de belleza y frescor.

En el descenso de la Côte de Saint-Apollinaire no había tiempo para la nada. Aranburu se disparó con Geraint Thomas y cruzó el puente del lago de Serre-Ponçon, donde jugaban los hidroaviones, deletreaban estelas las lanchas y trazaban garabatos los acróbatas del kite surf.

Apagada la llama del ezkiotarra, se abrió la puerta de inmediato de la Côte des Demoiselles Coiffées, donde se enfatizó Lazkano, lanzado hacia otra dimensión junto a Bernard y Lemmen, un exmilitar reclutado por el Visma para sustituir a Kuss.

Lazkano comanda el grupo perseguidor. Movistar / Getty

Lazkano pelea hasta el final

Marcha marcial y mandíbula apretada. El manual de estilo de Lazkano, sublime en su primer Tour. Un bautismo fuera de lo común. En la fuga se quebró cualquier costura de amistad. Kwiatkowski encontró el hueco. Arrastró a Campenaerts y Vercher. Una guerra relámpago tras otra. Truenos, rayos y centellas a pleno sol, dolientes las piernas.

También el cuerpo. Johannessen se golpeó en el descenso y perdió de vista a Kwiatkowski, Campenaerts y Vercher. Lazkano empujaba a Hindley, Lemmen, Skujins y Neilands para cazar al trío cerca de las chimeneas de las hadas. Se necesitaba ser un diablo sobre ruedas.

Kwiatkowski, Campenaerts y Vercher no dejaban de mirar por el retrovisor, donde siempre asomaba Lazkano, imperial, desmedido. Ambicioso al extremo el alavés, una de las mejores noticias del Tour. Aprende sobre la marcha Lazkano, siempre curioso, decidido. No le asusta el protagonismo al gasteiztarra, que fue el primero en cruzar el Tourmalet días atrás.

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Personalidad arrolladora sobre la carretera, donde luce un motor potente, pura exuberancia. No le alcanzó, empero, para derribar la solidaridad del trío, fuerte y decidido trazando en una clásica, de carreteras estrechas, revoltosas y repecheras. Un final laberíntico. Una encerrona.

De ahí salió hacia la gloria Campenaerts, que en el baile por la victoria derrotó a Kwiatkowski y al novicio Vercher. Otro novato, Oier Lazkano fue quinto en Barcelonnette. Un lugar para siempre en la memoria. Campenaerts vence en familia. La felicidad era esto.

19/07/2024