Este no será un jueves habitual en Pamplona. A partir de las 18 horas no habrá lugar para que brote el alegre ambiente que anuncia el fin de semana en las calles del Casco Antiguo en el desarrollo del venerado Juevintxo, que lejos de ser de un día de reclamo por parte de los locales hosteleros es ya una tradición que hoy se apagará tras el sonido de la verja de la gran mayoría de los bares del centro de la capital.
A través de un cierre silencioso, el sector busca que el eco de las calles vacías de gente hagan un ruido quizás más molesto que cualquier otro tipo de protesta. Renunciando a buena parte de la facturación semanal, y por motivación propia —aunque las asociaciones lo apoyan— la tarde de este jueves pasará de ser de ocio a ser de reivindicación.
"Cerramos por tres motivos: demostrar nuestro hartazgo con los políticos y altos cargos policiales, por solidaridad ante el vandalismo y para que se vea cuáles son los 3 ó 4 bares que no cumplen las normas", enumera Roberto Recasens, propietario del Bar Río en la calle San Nicolás.
Recasens se explica. En el sector hay un malestar generalizado ante los dispositivos policiales, que dicen se fijan más en los hosteleros que en las personas que, en la calle, no cumplen las normas. "El otro día había aquí miles de personas y hubo 14 multas en Estafeta porque bebían más de dos personas en una mesa o lo hacían de pie", ejemplifica. Aunque en su local no se han vivido incidentes graves, sí que conoce casos como el de un bar en el que entraron decenas de jóvenes a consumir y se marcharon sin pagar y tirando los vasos por el suelo. "Ha habido agresiones, destrozos y robos, por lo que también cerramos por solidaridad con el resto de comerciantes y vecinos", explica, para después advertir que "mientras la situación no cambie, no vuelvo a abrir".
Las razones de esta escalada de violencia son múltiples, pero sin duda una de ellas es el adelanto de las costumbres de ocio de la población debido a las restricciones. Ante los cierres tempranos (ahora el máximo son las 1.00 horas) la covid ha hecho que los planes de buena parte de la ciudadanía se inicien dándole un bocado al reloj respecto a la situación prepandémica. "Antes se venía a las siete o las ocho de la tarde, la gente se tomaba unos vinos y se iba al ocio nocturno. Ahora a las cinco o seis ya está borracha", resume Recasens.
Con él coincide Itziar Martín, propietaria del bar Dom Lluis, también de la calle San Nicolás. "La situación es imposible de controlar", suspira mientras recibe continuas muestras de cariño tanto de sus clientes como de distintos viandantes. La noticia de la agresión a su marido Toño, en el incidente más grave registrado en un local hostelero, ha corrido como la pólvora en una ciudad tan pequeña.
"Me ha tocado a mí, pero tenía que pasar una cosa de estas para que hagamos algo. La violencia va en aumento", denuncia mientras recuerda cómo se dio la agresión. "Un chico pidió un cubata y se llevaba la copa, la camarera se lo recriminó y le empujaron", comienza. Entonces Toño salió a la calle. "Allí estaban los amigos del chico, le empujaron y saltó por encima de una mesa hasta la barra. Podría haberse desnucado", lamenta. Por suerte Toño, que llegó a estar inconsciente, ya ha salido del hospital y hoy ha podido volver a disfrutar del simple hecho salir a la calle.
A pesar de ser San Nicolás la calle, junto a San Gregorio, que más sucesos de este tipo ha registrado, los encontronazos también han crecido en otras vías como Estafeta o Navarrería. En la primera, María Ángeles Elizalde, del bar Juanito, busca con el cierre "que las autoridades se mojen". "No somos responsables de la calle y hay un problema de vandalismo", se queja, atestiguando que lo que ocurre ahora es algo que no sucedía antes: "Te acosan, y lo único que quieren hacer es beber a toda costa. No entienden que hay normas". En la principal calle del encierro tampoco habrá mucha opción de tomar nada esta tarde.
Lo mismo ocurre con la plaza de Navarrería, donde un gran porcentaje de sus bares también cerrarán la persiana. Uno de ellos es el Bar Barbakoa, donde Carmen Rodrigo, su propietaria, pone fecha al comienzo de la problemática. "Viene de hace dos jueves", comienza a relatar. "La gente está de botellón comprando la bebida en las tiendas, e incluso se nos sienta en la mesa", explica. A pesar de estar incumpliendo las normas, reciben con violencia las reprendas de los hosteleros. "El otro día incluso nos amenazaron con prender fuego al local", denuncia.
Rodrigo alza la voz, confusa porque no entiende qué ha pasado para haber llegado hasta aquí. "No queremos esto, no se puede trabajar con miedo. Queremos que dejen en paz a los vecinos y seguir trabajando los jueves como hasta ahora", finaliza.