A los 34 cuando muchos de sus coetáneos, la famosa generación del 90, pliegan las velas, abre sus alas Mikel Landa, plenamente vigente. El de Murgia, un hombre a la montaña pegado, cierra un Tour magnífico. Quinto en la general, un registro estupendo para Landa, que en 2017 fue cuarto. Un segundo le separó del podio que cerró Romain Bardet. El francés, el que fuera la gran esperanza francesa, se despidió en Niza del Tour para siempre. En el Paseo de los Ingleses, Landa, finalizada la crono, se mostró con una sonrisa de satisfacción. Completaba su periplo en el julio francés con otro puesto de honor. En 2018 fue séptimo, en 2019, sexto, y cuarto en 2020. No participó en los dos siguientes cursos. De regreso a la carrera tras una discreta aparición el pasado año, Landa se ha reivindicado como un excelso escalador.
Talento alado, el murgiarra ha sido guía, báculo, consejero y resorte de Remco Evenepoel, tercero. Conviene ajustar el logro de Landa, que lejos de la presión de ejercer como líder, ha demostrado nuevamente su regularidad y constancia en la carrera de las carreras. Ciclista de aliento largo, maratoniano, la figura de Landa resplandece detrás de los tres magníficos y Almeida, un ciclista de enorme calidad. “Me he ido encontrando bien toda la semana y he salido motivado, con ganas de terminar bien para poder desquitarme de la primera crono”, apuntó Landa, que quiere mantener la frescura y el estado de forma para encarar la Vuelta. “De aquí a la Vuelta intentaré hacer lo menos posible, mantenerme como estoy, que es muy bien. Voy a intentar mantener esta frescura y tratar de hacer una gran Vuelta”, anunció.
Recuerda el de Murgia que este no ha sido su mejor Tour. Probablemente el de 2017, como sherpa de montaña de Froome, mostró su mejor versión, pero finalizar quinto en la competición más exigente del ciclismo es un logro sobresaliente. Cómodo en las jornadas de montaña, firme, sin oscilaciones, Landa ha honrado a una generación que el hambre de los más jóvenes ha devorado. Fueron, dinásticamente, los herederos que no disfrutaron de la herencia, sometidos por los que fueron y los que serían, pero que se anticiparon en el reparto. En ese ecosistema, Mikel Landa, rejuvenecido en el Soudal, se ha dado el gusto de regalarse un Tour de enorme impacto. Todos los que le anteceden en la cuenta final son unos veinteañeros. Su Tour, apegado al cuidado de Evenepoel, demuestra su capacidad en las largas travesías. Más si cabe si estas se suben a las alturas, donde Landa es feliz. Las montañas son su hábitat.