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El 5 de diciembre de 1976, el estadio de Atotxa en San Sebastián se convirtió en el escenario de uno de los actos más icónicos de la transición española: la reaparición pública de la ikurriña, la bandera que simboliza la identidad vasca. Durante el encuentro entre el Athletic Club y la Real Sociedad, dos capitanes, José Ángel Iribar e Inaxio Kortabarria, desafiaron las restricciones del régimen franquista al portar juntos la ikurriña.
En aquel entonces, la ikurriña era mucho más que un símbolo; representaba la resistencia de un pueblo y su lucha por el reconocimiento de sus derechos. Desde su creación en 1894 por los hermanos Arana, la bandera se había consolidado como emblema nacional del País Vasco. Sin embargo, con la llegada de la dictadura franquista tras la Guerra Civil, fue declarada ilegal junto a cualquier manifestación de identidad regional. Exhibirla suponía un riesgo de represión, multas e incluso cárcel.
A pesar de estas prohibiciones, la ikurriña siguió ondeando en el corazón de los vascos. Durante las décadas de censura, muchas familias la conservaron en secreto, mientras que activistas y militantes se arriesgaban a mostrarla en manifestaciones o reuniones clandestinas. El acto de Atotxa fue el primer paso hacia su normalización y legalización en el contexto de la transición democrática.
El día que el fútbol abrazó la resistencia
El partido entre los dos principales equipos del País Vasco fue elegido estratégicamente para esta acción simbólica. La ikurriña, confeccionada en secreto por la hermana de José Antonio de la Hoz Uranga, jugador de la Real Sociedad, fue introducida en el estadio eludiendo los estrictos controles policiales. Este acto clandestino culminó con los capitanes de ambos equipos, Iribar y Kortabarria, sosteniendo juntos la bandera al centro del campo antes de que comenzara el partido.
La escena fue emotiva y trascendental: un estadio lleno, miradas expectantes y una bandera que, tras años de silencio, recuperaba su lugar en la vida pública. Los aplausos del público no solo celebraban el fútbol, sino también el gesto de valentía que desafiaba al régimen opresor.
La transición y el anhelo de libertad
Este acto tuvo lugar en un momento clave de la historia. Con la muerte de Francisco Franco en 1975, España comenzaba su transición hacia la democracia. Sin embargo, el cambio no era inmediato ni exento de tensiones. En el País Vasco, el sentimiento nacionalista seguía siendo fuerte, y el reconocimiento de su identidad cultural era una de las principales demandas.
La aparición de la ikurriña en Atotxa se convirtió en un símbolo de la resistencia vasca y del anhelo de libertad en una época en la que las tensiones entre el centralismo español y las regiones con identidad propia eran palpables. Apenas un mes después, el 19 de enero de 1977, la ikurriña sería legalizada, consolidando su estatus como bandera oficial del País Vasco.
El gesto de Iribar y Kortabarria no solo marcó un antes y un después para el País Vasco, sino que también subrayó el papel del deporte como herramienta de resistencia y unidad. Este acto simbolizó la capacidad del fútbol para trascender el ámbito deportivo y convertirse en un altavoz de reivindicaciones sociales y políticas.
Para los capitanes, la decisión no estuvo exenta de riesgos. En una entrevista posterior, Iribar reconoció que no sabían qué consecuencias podía tener su acto. Sin embargo, la convicción y el compromiso con su tierra los llevaron a dar este paso histórico.
Censura y resistencia
El caso de Atotxa no fue el único episodio en el que la ikurriña desafió al régimen franquista. Durante los años de la dictadura, la bandera fue usada como símbolo de protesta en manifestaciones clandestinas, actos culturales y eventos deportivos. Uno de los momentos más recordados fue en 1970, cuando un grupo de estudiantes desplegó la ikurriña durante una manifestación en Bilbao, lo que derivó en una brutal represión por parte de las autoridades.
También durante las décadas de los 50 y 60, muchas familias escondían la bandera en sus hogares como un acto de resistencia silenciosa. Algunas ikurriñas se tejían manualmente en telares clandestinos, mientras que otras se pintaban con colores improvisados. Cada una de ellas simbolizaba la esperanza de recuperar una identidad que se negaba a ser silenciada.
Un símbolo eterno de identidad
La ikurriña que ondeó en Atotxa aquel 5 de diciembre de 1976 marcó un hito no solo para el fútbol vasco, sino para toda la sociedad de Euskadi. Fue la primera vez en décadas que la bandera se mostró públicamente sin temor, iniciando el camino hacia su legalización y consolidación como símbolo oficial.
Hoy, la ikurriña sigue siendo mucho más que una bandera: es un recordatorio de la lucha por la identidad, la resistencia frente a la opresión y la valentía de quienes, incluso en los momentos más oscuros, no dejaron de soñar con la libertad.