Un coche cuenta con un peso medio de unos 1.200 kilos. Más de una tonelada que incluye la carrocería y todos los elementos de confort, mecánicos y tecnológicos que hoy en día integran un vehículo. Pero de todo ello solo hay una parte que entra en contacto con el asfalto: los neumáticos. De ahí la importancia de que estén siempre en unas buenas condiciones y sean capaces de responder a todo lo que pueda suceder bajo su superficie, como comprobamos en situaciones de lluvia, nieve o hielo.
Por lo tanto, es conveniente llevar una vigilancia periódica de nuestras mal llamadas ruedas (el neumático es solo la goma de la rueda) sin esperar a que nos las revisen en la ITV, porque un desgaste importante, irregular o simplemente el paso de los años pueden hacer mella en los neumáticos y ser mucho más propensos a un aquaplaning o a un reventón, con el peligro que implica.
El papel vital de la banda de rodadura
Lo primero, por lo tanto, debe ser vigilar la banda de rodadura, que es toda la parte del neumático que está en contacto continuo con el asfalto, la que se va desgastando con el transcurrir de los kilómetros y el rozamiento.
Esa superficie no es lisa, sino que cuenta con un dibujo, un patrón de ranuras y surcos que se reparten de forma simétrica o asimétrica y que resultan imprescindibles, ya que no siempre conducimos en seco.
La banda de rodadura, que transmite las sensaciones del asfalto hasta el volante, tiene varias finalidades:
- Evacuar agua, evitando que el neumático pierda adherencia cuando hay mucha agua acumulada en el asfalto, lo que puede librarnos de un aquaplaning.
- Evacuar el calor que se genera dentro del neumático al girar a cierta velocidad.
- Resistencia, ya que el rozamiento con el asfalto produce un desgaste y el neumático debe durar varios años.
- Agarre: debe ser resistente pero a la vez flexible para que garantice buena tracción en cualquier situación.
Con una moneda de euro
Viendo la importancia de la banda de rodadura de cara a la seguridad en la conducción es vital revisarla con frecuencia y comprobar su profundidad, que en un neumático nuevo oscila entre 8 y 9 mm. El Real Automóvil Club de España (RACE) recomienda que sea al menos de 3 mm pero el mínimo legal es 1,6 mm, por debajo del cual nos pueden multar con 200 euros, al considerarse falta grave. Esa profundidad se puede comprobar con un testigo que está en los surcos, pero también hay un método para salir del paso: colocar sobre el surco una moneda de un euro. Si la parte dorada queda oculta, tiene al menos 3 mm de profundidad. Si no, puede que el neumático esté llegando al final de su vida útil.
También hay que asegurarse de que los neumáticos no estén agrietados o cristalizados, que son otras de las señales de alerta para sustituirlos lo antes posible.
El desgaste de los neumáticos depende de varios factores. Uno de ellos es el tipo de tracción del coche. La más común es la delantera, que provoca un mayor desgaste en las ruedas delanteras, con lo que es recomendable rotar los neumáticos cada 10.000 kilómetros para que sufran un desgaste similar.
Vigilar la presión
El desgaste también depende de la presión. Gran parte de los coches modernos avisan mediante un testigo de la pérdida de presión de las ruedas, pero debemos asegurarnos de que se encuentran a la presión óptima, la que garantiza la mejor tracción y capacidad de frenado. Si es incorrecta afecta al consumo de combustible y puede producir un desgaste irregular, favoreciendo la aparición de pinchazos.
Suele estar en un baremo entre 2 y 2,5 bares, pero depende de cada vehículo. Se puede comprobar en el manual de usuario y también suele haber una pegatina ubicada en el marco de la puerta del conductor o en el interior de la tapa del depósito de gasolina. Indica presiones distintas para las ruedas delanteras y traseras, ya que cada eje soporta un peso distinto. Además, muestra diferentes cifras según el uso del coche: si va vacío y con un ocupante o dos requerirá menor presión que si va lleno y cargado.