Boni García, de 66 años, pasó su infancia en el bar familiar de la calle Correos, en el Casco Viejo de Bilbao. García creció correteando, junto a su hermano, entre las mesas de El Lago. También le tocaba echar una mano en el negocio de sus padres.
“Barríamos, recogíamos los vasos y colaborábamos en lo que podíamos”, rememora. Perdió su inocencia en el tiempo que se tarda en tirar una caña de cerveza o servir un vaso de txikito. Recuerda cómo algunos días se quedaba frito durmiendo en un rincón mientras el ruido de la cocina atronaba.
Él y su hermano dirigieron el bar El Lago durante décadas. García se jubiló “hace año y medio” y ahora tiene el local alquilado.
¿El espíritu del bar se ha mantenido? “La idea en principio sigue siendo la misma. Ten en cuenta que es un bar referente en Bilbao, que ha participado siempre en los concursos de pintxos y que ha intentado mejorar cada día”. Y en ese ambiente tabernero, el exhostelero atesora una narración de recuerdos que están indisolublemente asociados a la villa. “Me gusta mucho Bilbao y todo lo relacionado con sus tradiciones, fiestas y costumbres. Mi abuelo trabajó en los Altos Hornos”, apunta.
Además de sumar una infinidad de horas en su interior y despachar clientes, en el bar se creaban “una serie de sinergias”, generando buen ambiente y proyectos colectivos. “Por mi manera de pensar, siempre me preguntaba cómo podíamos contribuir a mejorar las cosas en Bilbao, y así es como empiezas a poner en marcha diversas acciones”, explica García.
Desde 2012 es el presidente de la asociación Custodios-Jagoleak de la Hucha Txikitera, la figurita escultórica ubicada en la esquina de la calle Pelota con Santa María y que simboliza la generosidad de los txikiteros. Justo desde este punto puede verse a pie de calle la basílica de Begoña.
Esculpida en 2008 por el artista Josu Meabe, la talla de piedra recrea la imagen tradicional de la Amatxu de Begoña pero con la peculiaridad de que sujeta un vaso de vino con su mano derecha. Las cuadrillas que potean por el Casco depositan la calderilla sobrante de sus rondas en la ranura del muro de la fachada, justo debajo de la Amatxu txikitera. En total, el año pasado se recaudaron “3.400 euros” gracias a las aportaciones desinteresadas de cientos de personas.
La hucha tiene un fin solidario. En esta ocasión, el dinero recolectado ha ido a parar a la asociación Gorabide, que desde hace más de 60 años trata de mejorar la calidad de vida de las personas con discapacidad intelectual.
Boni García acude cada tres o cuatro meses a este emblemático punto de la calle Pelota. Mira que está todo en orden y recoge la colecta. Este es parte de su cometido. Exceptuando alguna gamberrada puntual, como cuando en 2017 pintarrajearon la placa, la hucha no ha sufrido daños. Se le respeta y se le tiene aprecio. A principios de año, un grupo “de entusiastas y amigos” de la asociación se reúne para sumar todas las aportaciones y decidir a qué causa solidaria se destinará el dinero obtenido.
Además de poder depositar in situ las monedas en la hucha, existe la opción de efectuar los pagos por Bizum. “Ha habido momentos en los que a título personal, de manera anónima, nos han ingresado dinero”.
En los últimos años, los donativos han disminuido considerablemente. En los periodos más boyantes, la recaudación anual era más del doble que la actual y hasta se llegaron a superar los 7.000 euros.
¿A qué se debe este bajón? ¿Se está perdiendo la costumbre? ¿La gente anda cada vez más justa de dinero?
Desde Custodios-Jagoleak de la Hucha Txikitera apuntan en varias direcciones: “Con los años las personas vamos cambiando… Lo primero es que a la gente seguramente no le sobra tanto el dinero. Seguramente, hay gente joven que no lo ve de la misma manera o que están menos interesados en una iniciativa de este tipo”.
Falta por saber cuál es la actitud de los turistas que cada vez visitan más el Casco Antiguo. “A los extranjeros se lo intentamos explicar, pero no sé si lo entienden muy bien”, afirma García. Al ser conocido y querido en el gremio hostelero, confiaron en él para presidir la asociación y responsabilizarse de custodiar la hucha más famosa de Bilbao. “Me tocó a mí, pero con el tiempo otra persona me sucederá”.
Los valores del txikiterismo
El 11 de octubre, coincidiendo con la festividad de Nuestra Señora de Begoña, se celebra La Fiesta de los Txikiteros o Txikiteroen festa desde 1964. El colectivo organizador del evento, Txikitero artean, promueve el fomento de los valores del txikiterismo; es decir, “salir a la calle para compartir la vida en alegre camaradería, reivindicar la trascendencia de esta forma de relación cívica para garantizar el equilibrio emocional y propiciar la solidaridad y la integración social”.
Boni García defiende que se trata de un “modo de relacionarse muy especial”, además de subrayar que el espíritu txikitero es “único” y no ocurre en otro lugar del mundo.
Según García, la tradición de los txikitos no se ha esfumado, sino que más bien está sufriendo una transformación acorde a los tiempos que vivimos. “El txikiteo no se va a perder nunca”, zanja. “Ahora evidentemente la manera de relacionarnos es otra, pero se sigue transmitiendo este modo de vida. Los fines de semana la gente está en la calle y participa muchísimo. El tardeo, por ejemplo, se vive entre todos, también con niños, y es muy divertido”.
‘Txakur txiki’
Marino Montero, cronista de la villa de Bilbao, se refiere a la hucha txikitera como “santo y seña de la solidaridad bilbaina”. No se trata de un invento moderno. Tiene su origen en las huchas que a mediados del siglo XX había “en todos los bares del Casco Viejo para recaudar dinero”.
Al parecer, antiguamente el coste de cada vino en los bares era invariable y si al tabernero se le ocurría subir el precio “se armaba la de dios”, afirma Boni García. “Al que hacía de tesorero en la cuadrilla se le descuadraban las cuentas y ya no tenía las fracciones de monedas justas. Se montaban unos berenjenales tremendos, y las cuadrillas cantaban fuera del bar contra el tabernero”.
Las perras (céntimos de la época) que se recaudaban se destinaban todos los años al Asilo de Huérfanos de la Villa, popularmente conocido como Los niños de la Casilla. Tras la desaparición del centro y la mejora en los servicios sociales de las instituciones, se decidió diversificar el dinero recolectado y se reparte entre distintas organizaciones y asociaciones benéficas.