La pérdida de poder adquisitivo de los salarios comienza a resultar una costumbre. Resultará si cabe más acusada en 2022, cuando la inflación rozará el 6%, pero hunde sus raíces en la anterior crisis económica, cuando se abandonó en muchos convenios la práctica de ligar las subidas a la evolución de unos precios que se han desbocado tras años aletargados.
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