Lo que debería haber sido un procedimiento meramente técnico, la composición de una Mesa del Congreso en concordancia con el bloque que presumiblemente podría gobernar, se ha convertido en la prueba de fuego de una legislatura que ni siquiera ha echado a andar. A escasas horas de que mañana se constituya la Cámara baja, todo depende de la moneda al aire que lance Junts apenas 120 minutos antes de pronunciarse en rigurosísimo directo. De no bendecir un órgano marcado por el bloque de la izquierda, podría decirse que el mandato nacería muerto, toda vez que por mucho que Pedro Sánchez lograra después ser investido, se vería abocado a nadar contracorriente si es el PP quien dirige el orden del día en las Cortes. O lo que es igual, la repetición electoral ganaría muchos enteros. Según han ido pasando las hojas del calendario, y pese a la discreción con que mayoritariamente se han llevado las conversaciones, el síntoma de alivio que se apoderó del sector progresista tras el 23-J se ha ido transformado, como mínimo, en preocupación, temiéndose un desenlace funesto en tanto que la palabra última la tiene Carles Puigdemont, lo cual –menos quien haya querido pecar de ingenuo– era predecible.
Las negociaciones se han enfangado hasta el límite de que JxCat no se conforma solo con las buenas intenciones, sino que quiere hechos, más o menos inmediatos pero que se revistan de gestos que no sean de cara a la galería sino firmes, comenzando por la amnistía para los represaliados por la causa del procés, una cifra que supera los 4.000 afectados. El partido que lideran a la par Laura Borràs y Jordi Turull no reduce el perdón a su máximo guía exiliado en Waterloo porque ha aprendido de la experiencia de Esquerra: conseguir liberar del castigo solo a sus máximos dirigentes, lejos de ser premiado por el electorado, ha llevado a sus fieles al desencanto y, por consiguiente, a la abstención. De ahí que Junts trate de marcar otro perfil. Otra historia es que, de dar manga ancha a la izquierda, sepa vender las razones de su decisión, toda vez que solamente esta posición le asegura, como a ERC, contar con grupo propio. La postura de los llamados posconvergentes ha condicionado también a los republicanos, que han endurecido sus condiciones.
Junts quiere poner a prueba la resistencia de los socialistas, su pulso y el aguante de su ritmo cardiaco, convocando una cumbre justo cuando amanezca, para que Sánchez se despierte y acuda al Congreso sin conocer el desenlace de sus aspiración inicial. Mientras, desde el bando socialista se ha escogido finalmente a la expresidenta de Baleares, Francina Armengol, como candidata a presidir la Cámara al tratarse de un perfil que encaja dentro de su perspectiva de Estado plurinacional, aunque había quienes sopesaron la figura de Félix Bolaños.
Por algo Puigdemont les ha pedido “paciencia, tenacidad y perspectiva”, aunque desde Ferraz tratan de mantener la calma y no perder los nervios ante el micrófono. Ayer mismo se le cuestionó a la exministra y portavoz socialista en el Ayuntamiento de Madrid, Reyes Maroto, por la situación y señalaba su deseo de que Junts esté “a la altura de lo que necesita este país, que es seguir avanzando”. “Este y el resto de grupos de la Cámara espero que apoyen un gobierno progresista como salió mayoritariamente de las urnas”, confiaba. En Moncloa no se dejaban vencer por la angustia por su curtida experiencia “en votaciones de infarto” como la reforma laboral. Los socialistas ya tienen garantizado el apoyo de Sumar y EH Bildu. Esos tres partidos suman 158 votos. Hasta llegar a los 171 que tienen PP, Vox y UPN queda todavía un trecho. El PSOE necesita a ERC (7), PNV (5) y BNG (1), y alcanzaría los 171 diputados. Los bloques quedarían en ese momento empatados.
El PNV guarda silencio, ni siquiera se dio por aludido cuando Coalición Canaria le postuló para presidir el Congreso. Sabin Etxea solo ha salido al paso para ratificar su portazo al PP de Feijóo. Esquerra juega al gato y al ratón pero sabe que necesita estrechar la mano porque de ello depende tener tiempo en las intervenciones y, sobre todo, más recursos económicos de los que carecería sin grupo propio. El diputado canario adquiere relevancia porque si se une a la derecha le daría una mayoría de 172 y es ahí cuando JxCat se torna imprescindible: si el partido de Puigdemont opta por mantenerse en su lógica de bloqueo y votarse a si mismo, las Cortes –con la mayoría absoluta del PP en el Senado– tendrían doble color conservador, Sánchez vería casi imposible la investidura y, en cualquier caso, sería estéril gobernar con las dos cámaras legislativas a la contra y una mayoría precaria.
Entre tanto, Sumar se enreda con la amnistía. El número dos por Barcelona, Gerardo Pisarello, la avala como vía para desbloquear la situación en Catalunya. “Si hay voluntad política es posible”, alentó ayer, consciente de que el apoyo de los independentistas al PSOE no puede ser “un cheque en blanco”. “Existe una mayoría parlamentaria que está en condiciones propicias para poner en marcha este tipo de medidas de desjudicialización y de desbloqueo institucional”, argumentó. Por otra parte, el diputado electo Enrique Santiago indicó que no es un asunto que se haya negociado. “Otra cosa es que durante la legislatura avancemos en la expansión de derechos y libertades y en reconducir conflictos políticos por vías políticas”.
Pero la duda mayor es: ¿con qué pie se levantará mañana Puigdemont?
La aritmética
Bloques empatados. El PSOE ya tiene garantizado el apoyo de Sumar y EH Bildu. Esos tres partidos suman 158 votos. Hasta llegar a los 171 que tienen PP, Vox y UPN queda todavía un camino en el que los socialistas necesitan a ERC (7), PNV (5) y BNG (1), con los que alcanzarían los 171 diputados. Si Coalición Canaria se decanta por apoyar a la derecha, este bloque se auparía a los 172 votos, haciendo imprescindibles los siete diputados con los que cuenta Junts, que, también con el fin de jugar con los tiempos, decidirá su posición mañana mismo, en una cumbre telemática de su Ejecutiva, solo dos horas antes de que se constituya el Congreso.