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La niña de Luzmela

Retratos a mano alzada

Santander, 1869. María de la Concepción Jesusa Basilisa Rodríguez-Espina y García-Tagle, más conocida en el futuro como Concha Espina, llega al mundo en el seno de una familia santanderina tan pudiente, conservadora y católica como su largo nombre de pila sugiere.

Nada le falta en ese acaudalado hogar, salvo una biblioteca; la Biblia es el único libro al que una curiosa Concha puede asomarse. Su temprana vocación se las ingeniará, no obstante, para encontrar el camino.

Siendo todavía una adolescente empezó a publicar poemas y relatos en la prensa. Siempre bajo seudónimo, claro. Y es que, si bien nació con las ventajas inherentes a su posición social, tuvo también que lidiar con las desventajas adscritas a su condición de mujer. El de la literatura, como prácticamente todos los demás, era, a finales del siglo XIX, un territorio reservado a los hombres. Y así parecía entenderlo también su marido, Ramón, que pronto dio muestras de evidente fastidio ante el éxito profesional de su joven esposa.

Sus caminos se separaron definitivamente cuando la propia Concha hizo uso de sus contactos para conseguirle a Ramón un buen trabajo en México, al tiempo que ella se instalaba en Madrid con sus cuatro hijos.

Bajo el brazo, además de una valiosa joya familiar cuya venta financiaría esta nueva etapa de su vida, llevaba su primera novela: La niña de Luzmela. Tal fue el éxito que alcanzó la obra, que Mazcuerras, el pueblo cántabro en el que se ambientaba la trama, acabó adoptando el topónimo de Luzmela.

Concha Espina se desenvolvió con habilidad en géneros tan diversos como la poesía, el ensayo, las obras de teatro, los artículos periodísticos o los libros de viajes, pero fueron sus cuentos y novelas los que le proporcionaron mayor notoriedad. Títulos como La niña de Luzmela, La esfinge maragata, Tierras del Aquilón, La rosa de los vientos o El metal de los muertos le otorgaron no solo el favor del público, sino también de la crítica.

En el culturalmente inquieto Madrid de los años 30, el salón de la escritora se convirtió en punto de encuentro semanal de la burguesía y la intelectualidad del momento. En 1934 se convirtió en una de las primeras mujeres que se divorciaron en España. De los trámites se ocupó la mismísima Clara Campoamor.

El perfil de Concha Espina cambió con el estallido de la Guerra Civil, que sorprendió a la autora veraneando en Mazcuerras. Allí permaneció hasta la ocupación de Santander por las tropas franquistas, en cuyas filas combatían dos de sus hijos. También ella acabó sumándose a la Sección Femenina.

Y su obra, hasta entonces caracterizada por un estilo costumbrista; profusas y líricas descripciones; un realismo con aires de novela social y ajeno a las revoluciones estéticas del modernismo y las vanguardias; o un romanticismo con -eso sí- finales apreciablemente moralizantes, viró, de forma especial durante la contienda, hacia textos de una ideología mucho más manifiesta.

Durante la última década y media de su vida fue perdiendo la vista hasta quedar completamente ciega. Lo que no impidió que, con un sistema ideado por ella misma, siguiera escribiendo cada día.

Esta Hija Predilecta de Santander, que hoy cuenta con monumentos, calles y avenidas en su honor, con teatros que llevan su nombre o con una estación de metro en Madrid, fue, al contrario que otras, ampliamente reconocida en vida.

Recibió la Medalla al Mérito en el Trabajo, el Premio Nacional de Literatura y los más prestigiosos galardones de la Real Academia Española (que, dicho sea de paso, le negó el acceso). Fue, además, propuesta hasta en nueve ocasiones al Premio Nobel de Literatura y nominada durante tres años consecutivos.

En 1955 murió, a los 86 años, la compleja dama que rechazó el título de Marquesa de Luzmela. La considerada primera mujer española que pudo vivir de su trabajo como escritora.

2022-06-05T06:51:02+02:00
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