A útima hora de la tarde ya flotaba en el ambiente la sensación de que la del sábado no iba ser una noche como las de los fines de semana de los últimos meses. Centenerares de jóvenes cantaban, gritaban y se acercaban en grandes grupos hacia el centro de Gasteiz, donde por primera vez en mucho tiempo la noche iba a volver a ser un espacio de esparcimiento sin más restricciones que la obligatoriedad de usar la mascarilla en interiores.
Volvieron las viejas sensaciones, las conversaciones a pie de barra de las primeras horas y , sobre todo, el baile en las pistas de las discotecas sin tener que mirar al reloj, sin que las luces se encendieran poco antes de la una, sin más toques de queda que los ordinarios y necesarios para conjugar los derechos a la diversión y al descanso.
La vacunación se ha generalizado, la situación en los hospitales se normaliza, y aunque el covid-19 sigue dejando tragedias que asimilar, aunque seguimos bajo el yugo de una enfermedad letal en muchos casos, la luz se empieza a vislumbrar a final del túnel.
Expectativas
La emergencia sanitaria ha decaído y el sector del ocio nocturno abrió en la noche del sábado sus puertas con la expectativa de que todo vuelva a ser como antes y de que, si todo evoluciona como lo viene haciendo en las últimas semanas, la pandemia sea solo un mal recuerdo del que hablar en esas últimas horas de la madrugada, de camino a casa, con el sol a punto de despuntar en el horizonte.
O no, porque los miles de jóvenes y no tan jóvenes que durante muchos meses han tenido que modificar sus hábitos, recurrir al tardeo y divertirse entre estrictas medidas de seguridad sanitaria quieren mirar hacia adelante. Quieren poder olvidarse de todo y disfrutar del fin de semana en esos espacios de ocio que han vivido en el alambre durante muchos meses y que, por fin, pueden mirar al futuro con optimismo.
A partir de ahora, al margen de la mascarilla, la única cortapisa a la diversión será el respeto hacia los demás.