Una publicación de Enrique Ponce Ordoqui desvela los secretos del monte Puio, uno de los promontorios de Donostia que llegó a tener su funicular particular. Situado junto al paseo de Errondo, no es tan conocido como Igeldo, Ulia o Urgull, pero este promontorio donostiarra, lo mismo que el cerro de San Bartolomé, ha sido también testigo y protagonista de la historia de la ciudad. El donostiarra Pedro Ponte Ordoqui ha dedicado un libro al monte Puio, que ejerce en la publicación como testigo de altura que ha conocido del devenir de la capital guipuzcoana en los últimos tiempos. La publicación, de la editorial Nerea, no solo incluye el trabajo de investigador de Ponte Ordoqui sino también su experiencia personal, ya que es biznieto de quien compró la finca en 1901. El autor, arquitecto ahora jubilado, pasó momentos de felicidad infantil en el palacete de Puyu, como le llamaban, ahora desaparecido y sustituido por una edificio gestionado por religiosas que, según denuncia, incumplen las condiciones acordadas en su día con el Ayuntamiento.
¿Cómo llegó la finca de Puio y el palacio a su familia?
–Durante el siglo XX, la finca y el palacete tuvieron cuatro o seis propietarios. Mi bisabuelo Pedro Ordoqui, indiano originario del caserío Erreka del barrio de San Esteban de Tolosa, compró el terreno, incluida la casa. Otro bisabuelo, Jerónimo Izeta, que nació en Aia, vino a mediados del XIX a San Sebastián para dedicarse a la construcción en un momento en el que se habían derribado las murallas. Hizo su fortuna en el sector y yo nací, y vivo, en una casa que él construyó.
¿No es un poco desconocido el monte de Puio para los donostiarras, aunque ahora cuente con un parque público, al que acuden los vecinos de la zona?
–Es absolutamente desconocido. La gente no sabe nada sobre él. Mi bisabuelo tuvo la humorada de comprar Puio en 1901 y para subir, desde Amara, que entonces eran marismas, montó un funicular para ellos solos, coincidiendo con la inauguración del funicular de Igeldo. Ya no quedan ni los restos de la estación de abajo, junto al paseo de Errondo. Hacia 1996 hubo una lluvia intensa y el monte cayó hacia abajo. Ahora hay una caseta relacionada con la instalación de gas.
¿El libro sobre Puio es el primero que ha escrito?
–Hice otro libro, mi tesis doctoral, que publicó la Diputación, sobre la problemática del desarrollo urbano de Gipuzkoa durante el franquismo.
¿Qué pasó con el palacete de Puio, a donde llegaba el funicular y donde ahora hay una residencia de monjas?
–La propiedad que compró mi familia era todo el monte. El parque público actual, la casa y el resto de la finca. En 1962 se aprobó el Plan General de la ciudad donde se delimitaban unos polígonos. Se creó el 72 con destino residencial. Para entonces, toda la familia propietaria de Puio menos mi madre, vivían en Argentina. Los promotores de la ciudad, como Iturzaeta y otros, buscaban suelo para edificar e hicieron una oferta a mi familia, que vendió terrenos, que eran el magro de la operación. Pero a la finca con jardines y a la casa de campo no le hicieron ningún caso y se abandonó. Luego hubo okupas, se produjo un incendio en 1988 y solo quedaron los muros de carga de aquella casa.
¿Y cómo fue que se construyó la actual residencia de monjas?
–Dentro del Plan Parcial que desarrollaba el Polígono 72 había un condicionante, que era que el edificio en ruinas y el parque fueran del Ayuntamiento. El edificio tenía que estar dedicado a equipamiento comunitario. Las monjas, como su fundadora, María Pilar Izquierdo Albero, había muerto circunstancialmente en 1945 en la casa de campo original, solicitaron insistentemente que el Ayuntamiento les cediera ese edificio en concesión. El Consistorio no puede vender un edificio de equipamiento pero sí hacer una concesión. Insistieron tanto que consiguieron, a través del concejal de Urbanismo, que entonces era Gregorio Ordóñez, que les cedieran los restos del edificio. Hubo un Pleno municipal muy polémico el 13 de enero 1995, con grupos a favor y en contra y se aprobó.
¿Es decir, que el Ayuntamiento firmó la concesión de unas ruinas?
–Sí, pero con condiciones. Una era que reconstruyeran la casa en ruinas de la que solo quedaban los muros de carga. Firmaron ante notario esta concesión por 75 años. Lo hizo Gregorio Ordóñez en Logroño y a la semana siguiente lo mataron en un atentado de ETA.
¿Y en lugar del palacete se construyó una residencia de monjas?
–Las monjas incumplieron las condiciones porque no reconstruyeron el edificio. Hicieron uno nuevo, que no tiene nada que ver con el original, que era, entre comillas, palaciego, con un salón grande, un comedor, etc... Esta orden religiosa, la congregación Obra Misionera de Jesús y María, hizo un hotel con veintitantas habitaciones individuales con baño incorporado que llaman Casa de Espiritualidad. La fundadora fue beatificada por Juan Pablo IIen 2001.
¿O sea que no es una residencia para las monjas?
–Hay gente que se va de vacaciones para ir a la playa y otros para hacer retiros, ejercicios espirituales, y así es como se utiliza esta “casa de espiritualidad”. No es para 24 monjas, hay muy poquitas, sino para 24 ciudadanos que van a hacer ejercicios espirituales, a preparar oposiciones, etc... Parece un convento pero es un hotel. No es un equipamiento comunitario.
¿Cómo justificaron que iba a ser un equipamiento comunitario?
–En los años 40, tras la Guerra Civil, estas monjas se habían instalado en Vallecas en un momento de hambruna y miseria y se dedicaban a hacer curas y a cuidar a los niños necesitados. Pero, medio siglo después, cuando el Ayuntamiento les dio la concesión dijeron que iban a dedicarse a ejercer como ambulatorio para los vecinos del barrio. ¡Pero qué morro!. ¿Qué pasa con Osakidetza?
¿Por qué había fallecido la fundadora de la orden en la casa de Puio?
–Pilar Izquierdo estaba enferma en Madrid en fase terminal y tenían muchos conflictos entre las monjas. Vino invitada a San Sebastián primero a una casa de la calle San Marcial, que curiosamente también había construido mi bisabuelo, pero dijo tenía mucho frío, cuando era una mujer que se daba martillazos para hacerse sufrir, y se fue. Luego estuvo alojada en la calle San Martín y finalmente en Puio.
¿Era amiga de la familia?
–No era nada de la familia. Alquilaron la casa. La mayor parte de mi familia era de Argentina y para sacar unos dineros con los que mantener todo aquello la alquilarían. Fue en 1945, estuvo cuatro meses, con unas acompañantes y un cura. Lo primero que hizo cuando llegó, delirando y con 41 grados de fiebre, fue decir: “Aquí se ha pecado mucho”. Entonces llamaron a un cura y exorcizaron la casa.
En el edificio actual dicen que está la habitación de la fundadora, que fue beatificada por Juan Pablo II.
–Hay una habitación que dicen que es donde murió la fundadora pero es mentira porque el edificio no es el mismo en el que murió ya que es nuevo. Está la cama, pero solo una de las dos que había en la habitación. Han hecho como una escenografía falsa y hay gente de buena voluntad que acude allí y que se traga todo lo que dicen y yo lo quiero aclarar. Los muebles, que teníamos nosotros en casa y venían de Puio, se los ofrecimos porque no nos interesaban y los cogieron. Con ellos hicieron esta habitación, donde dicen que falleció. Pilar Izquierdo murió en una cama en la que yo he dormido porque era de la habitación de mis abuelos.
¿Cuándo se termina la concesión que firmó el Ayuntamiento a la orden religiosa?
–Era para 75 años y han pasado 27.
La publicación está llena de anécdotas y recuerdos en torno a Puio y sobre todo su relación con la historia de Donostia.
–Sí. Tengo muchos recuerdos pero no he querido entrar a esa casa por eso. Pasábamos allí los veranos, íbamos mucha gente, amigos… Vivíamos en San Bartolomé pero era un jardín particular en el que disfrutábamos. Allí vivían varios guardeses, que tenían una casa, que llamábamos la portería, que salen todos salen todos en el libro. Íbamos a pasar el día a menudo. Un día, estando Franco en Aiete, nos encontramos a guardias civiles paseando por el parque, que era privado, pero ¡cómo para decir algo!
También ha elaborado una teoría sobre el origen del Palacio de Miramar con los datos que posee.
–Sí. Hay que recordar que el palacio de Puio y el de Aiete habían sido de los mismos, de los Duques de Bailén. La duquesa era una señora donostiarra, María Dolores Collado, prima del duque de Mandas, Fermín Lasala Collado. Uno hizo Cristina Enea y la otra, Puio y el palacio de Aiete. Cuando el rey Alfonso XII quedó viudo de su prima María de las Mercedes, el duque de Bailén fue encargado a Viena a pedir la mano de su sobrina para la boda, María Cristina, que fue la Reina Regente. Esta y María Dolores Collado se hicieron muy amigas. Además, las dos se quedaron viudas. Y mi teoría es que la Duquesa de Bailén le dijo a la reina: por qué no viene usted a mi palacete de Aiete y yo me voy a Puio. Y así empieza la historia de por qué la reina María Cristina empezó a venir a San Sebastián y quiso hacerse el palacio de Miramar.
¿Los jardines de Puio también eran llamativos?
–En el libro hay un plano de la jardinería que coincide con lo que existía, por si el Ayuntamiento quiere rehacerlo.
En su libro, Puio es protagonista y ejerce de vigía de numerosos acontecimientos de la historia pasada y reciente.
–Sí, el objetivo de la publicación es ofrecer un recorrido a través del tiempo, con Puio como hilo conductor, vigía o voyeur. Por su ubicación, este monte ha sido testigo y protagonista y ha ejercido un papel de retaguardia, siempre ofreciendo su sombra a las marismas del Urumea, antes de su canalización.
Usted se refiere al monte como Puyu.
–Así figura en distintos registros, aunque también como Puyo. Después se ha escrito con i latina, por no haber y griega en euskera, y ahora el Ayuntamiento ha optado en su callejero por Puyo. Al parecer, el origen del nombre es gascón, al igual que Urgull, Monpas, Aiete o Morlans. En el pasado la palabra puyo era usual con el significado de duna.