Es como si siempre hubiera estado ahí. Callado, oculto, asomado a la cima. Inerte pero vigilante, colmado de una historia que todavía le permite conservarse imponente. Pero el Fuerte de San Cristóbal, concebido para erigirse como la otra Ciudadela de Pamplona, siempre estará inacabado. Porque aunque nació, en lo alto de Ezkaba, como una fortaleza defensiva única para mantener la ciudad a salvo, nunca llegó a hacerlo: sirvió como centro de cuarentena por un foco de cólera, como hospital militar para tuberculosos e incluso como penal –un recuerdo de trágica memoria– a partir de 1934, pero el fuerte nunca llegó a ser fuerte. Despojado ahora de todo aquello para lo que fue creado, se cumplen 140 años desde que comenzaran las obras.
Cuenta Iñaki Ustárroz, vecino de la Txantrea e investigador, que el mismo año en que finalizó la Segunda Guerra Carlista (febrero de 1876) se creó una comisión de expertos para realizar un estudio del estado de la frontera con Francia y de sus defensas. "Pone de manifiesto, entre otras cuestiones, que existe una gran preocupación por todo lo que pueda venir del país vecino: la carretera que le une a Pamplona (por Velate), recién inaugurada, es una alfombra que facilita el acceso del ejército enemigo, en un contexto en el que las fortificaciones de la capital navarra tienen ya escasa entidad y resultarían poco efectivas ante un ataque". Pamplona estaba, según los expertos militares, "totalmente desprotegida", explica.
Por eso el Ministerio propone construir "una gran fortificación independiente del núcleo urbano" con el propósito de crear una nueva ciudadela desde la que defender Pamplona atajando el avance de las tropas que pudieran venir del norte o del noroeste. "En ella deberían poder emplazarse baterías y morteros que cubriesen todos los accesos a la vieja Iruña, y tendría que ser capaz de alojar y cubrir las necesidades de varios centenares de soldados durante tres o cuatro meses", relata. El monte San Cristóbal reunía las mejores condiciones para ello.
Desde allí se atajaría el avance de tropas enemigas que intentaran acceder a la capital –podían hacerlo por Vera o por Urdax hacia Velate, y por Irún y Lecumberri para confluir por Irurzun en la Barrranca– ya que desde la cumbre, tal y como señaló entonces el ingeniero comandante de obras de la Comandancia de Pamplona, José Luna y Orfila, "se domina perfectamente todo el llano, la plaza y los caminos que a ella conducen en una gran extensión". Él redactó el anteproyecto de construcción del fuerte en el año 1878 avalando que Pamplona sería la primera ciudad que se encontraría un supuesto enemigo que desde Europa entrase en la península. "Las defensas amuralladas de la ciudad habían perdido el valor que tuvieron cuando se levantaron, dado el considerable avance de las armas, su alcance y los nuevos explosivos, y modificarlas sería costosísimo", apunta Ustárroz. El fuerte proyectado iba a ser "la verdadera ciudadela de Pamplona".
Inicialmente, se planearon cuatro reductos principales que alojarían baterías de cañones, obuses y morteros, orientados a los cuatro puntos cardinales, y comunicados por caminos cubiertos. Además, se construirían edificios para las tropas, oficiales y administración. Almacenes especiales para la munición, distribuidos por todo el reducto. Servicios como un aljibe –"en el que incluso se puede ir en barca", explica el investigador–, lavaderos, hornos, cuadras, despensas, cocinas, enfermería, etc.
Frustrado por la aviación
A principios del siglo XX, por ajustes presupuestarios y con la obra muy adelantada, se modificó el proyecto. Se decidió suprimir la obra avanzada del Este, que ocuparía el espacio en el que actualmente se encuentran las antenas de telecomunicaciones. "Detrás de esta traumática decisión se encuentra una realidad ahora evidente, y es que en la Primera Guerra Mundial se experimentan nuevas municiones y explosivos que consiguen una mayor eficacia y alcance de tiro: los aviones utilizados para fines militares entran por primera vez en acción, lo que convierte la antigua estrategia defensiva de fortificaciones en inservible", evidencia el experto.
El fuerte nunca llegó a estrenarse. "En su construcción trabajaron civiles de Pamplona y de la comarca. El período de trabajo se ceñía a los meses en los que la climatología lo permitía, de abril a diciembre habitualmente, y si no había otro asunto (cuestiones de guerra) más urgente que se llevara el presupuesto". Llegaron a emplearse hasta mil obreros en una Pamplona que rondaba los veinte mil habitantes. La construcción se inició en 1881 y se concluyó "de forma precipitada" cuarenta años después, es decir, ahora se cumplen los cien años de su finalización. Se utilizaron grandes partidas presupuestarias del Ministerio de la Guerra, pero jamás fue utilizado como fuerte artillado. l