La tarde de ayer será recordada durante mucho tiempo por los aficionados por muy diversas cosas. Algunos seguirán acordándose de las presidencias y su desfachatez en unos casos, y su falta de rigor en otros, por el empleo del pañuelo blanco para valorar el premio de la oreja. Otros hablarán de la labor de los diestros, sus esfuerzos y su pundonor, y también de lo que se han dejado. En ambos casos, el debate está servido. Porque así es el aficionado. De algo se tiene que discutir. Pero de lo que no hay duda es de lo que vimos respecto a lo que a mí me toca valorar: EL TORO. Y con mayúsculas porque en mi vida he visto una corrida de toros más rotunda que esta. Y eso es una verdad indudable porque no tengo por qué engañarme ni mentir. Seis toros de notable nota, que estuvieron por encima de la labor de cualquiera. Quién se podía pensar que si el sábado no servía alguno, ayer, cualquiera sería el mejor burel de cualquier feria que dé algún premio. Que son todas. Claro que hay que destacar el sobresaliente segundo. Sin el trato tan deficiente que recibieron, carrera tras carrera, aún hoy estarían moviéndose con ese cadencioso tranco, ese galope con son que ha sido la tónica general de todo el lote. Venía de la casa de La China unos cinqueños preparados con mimo y esmero, lote que sin saber por qué iba acompañado de unos espadas alejados de la primera línea del figureo. Alguno se tiene que estar tirando de los pelos en sus cómodas fincas si es que han visto algo de lo que aquí ha acontecido. Ellos se lo pierden. El resto, saliendo una hora más tarde que el sábado de la plaza, estamos dando botes y mirándonos perplejos si esto no es un sueño. Corrida que se nos hizo corta porque aún estamos viendo galopar a los seis, uno a uno. Un público regalador de orejas, peticionario como si les pagaran por cada una de ellas. Una presidenta, que como ha subido unas cuantas veces allí arriba ya sabe de esto, no concede cuando debe, y dobla los regalos cuando son incorrectos. Pero qué más da. Estamos en fiestas, y eso es válido. Pero nos olvidamos del protagonista. Ese que dicen que debe ser el único en la feria pamplonesa, porque es protagonista mañana, tarde y noche. Ese que debe ser el ensalzado por ser noble y no matar a la mañana, y por entregarse hasta el fin, sea buena o mala la lidia recibida cada tarde. Hoy, gracias al esfuerzo de un buen tipo llamado Javier, que está loco por seguir adelante con lo que sus diez generaciones antes ya hicieron, no solo se va a llevar todo premio que surja este año, sino que ya puede ir preparándonos una corrida tan pareja y excepcional para el próximo año. Igual ya les digo que no. Ninguna lo podrá ser, porque eso sería rozar la perfección que nunca se alcanza. Bueno ayer casi como que sí. Que de seis valgan seis no es creíble, pero, insisto, ayer lo vivimos. Y a seguir esta racha que la feria lo merece.
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