En las últimas semanas se han planteado varias fórmulas para crear una comisión de investigación de abusos. ¿Qué le parecen las opciones que se han puesto sobre la mesa?
—Una comisión parlamentaria no es el ámbito adecuado. Hay muchos intereses políticos y al final se convierte en un espacio muy mediático. Yo creo que esto requiere una discreción mayor y requiere buscar la verdad con las consecuencias que tenga, y no fabricar verdades; que es distinto. Por eso, nos inclinamos más por la comisión independiente, puede ser un ámbito favorable para investigar todo este tema. Que haga el trabajo con discreción y en el que participen elementos significativos, representativos y afectados por la problemática que se está planteando. Y lógicamente que intervenga la Iglesia, hay que contar con ella porque sino es imposible investigar todo eso.
¿Va a ser un punto de inflexión? Hasta ahora no se han dado estos pasos.
—Sí se estaba investigando, pero a las diócesis nos ha pillado a contrapelo. Algunos dicen que hemos respondido tarde. Y es posible. No estábamos preparados para afrontar esta problemática y no la esperábamos. No teníamos protocolos ni sabíamos el alcance de las posibles denuncias. Hasta ahora había un gran desconocimiento. En estos momentos con más reposo, y más ayudas, teniendo a técnicos y buscando asesoramiento en personas que saben de estos temas, e incluso acudiendo a universidades estamos en un momento más sereno para afrontar esta realidad. Y porque la Iglesia quiere lavar su propia imagen.
Explíquese.
—En el sentido de que son casos que hacen daño a la iglesia y lacran su prestigio moral. Pero no son casos que pongan en causa a toda la Iglesia. No cabe duda que pone en entredicho el cómo ha actuado pero no ponen en juicio la mayor parte de los componentes de la institución, que son personas honestas, fieles y que tienen mucho que decir a esta sociedad.
¿Tienen conocimiento de algún caso en su diócesis?
—En Gasteiz no tenemos casos. He consultado a los vicarios que llevan los archivos y que llevan más tiempo que yo y no hay constancia en este obispado de ninguna denuncia. Pero nos es difícil entrar en unos archivos tan grandes. Para hacer una investigación pormenorizada de qué casos ha habido, te pierdes. Otra cosa es que haya una denuncia y sitúe a la persona, las fechas€ ahí ya si puedes entrar en los archivos y acudir a las personas que convivieron con esa persona. Ha habido algún caso que afectaba alguna congregación religiosa, no a la diócesis directamente. Y hubo uno de hace pocos años que afectaba a un sacerdote, pero no era de menores, era un adulto vulnerable. En estos momentos no tenemos denuncias, el informe de El país alude a un colegio, pero es un caso que a nosotros no nos afecta jurídicamente hablando.
¿Este proceso puede abrir las puertas a que más víctimas denuncien?
—Sí, es posible. Y queremos que si hay alguna víctima se ponga en contacto con la oficina del menor de la diócesis que se constituyó hace dos años. Para así investigar y para reparar y asumir responsabilidades y buscar una justicia restaurativa, que busca la sanación de esas personas, tanto del victimario como de la víctima. Son delitos tan graves que afectan a la víctima de manera muy profunda y posiblemente la herida ya no se cure pero puede hacerse más llevadera.
El problema es que los delitos han prescrito en la mayoría de casos.
—Sí, pero canónicamente no ha prescrito ninguno dentro de la justicia de la iglesia. Pueden y tienen que ser objeto de investigación, y derivar a Roma para que el tribunal competente dicte sentencia.
Me refería a que además del reconocimiento se reclaman indemnizaciones.
—Si hay que hacerlo habrá que mirarlo, los jueces tendrán que decirlo. No descarto lo de la justicia restaurativa Sanar lo más posible, y esto no depende exclusivamente de una compensación económica. Curiosamente la Iglesia puede enseñar mucho a la sociedad en este campo. Está haciendo un proceso que no está haciendo ni ninguna institución ni ningún grupo social. Todos miramos a la Iglesia pero es pionera en este campo, en asumir responsabilidades e investigar...
Bueno, hay cientos de víctimas que denuncian que la Iglesia les ha dado la espalda.
—Vamos a ver, es verdad que hay denuncias que son escandalosas y me afectan, y yo creo que a todo cristiano de bien le afecta profundamente. Y con esto no busco justificación, pero la pederastia no afecta solo a la Iglesia. Somos un colectivo más, aunque muy significado por la trascendencia moral que tiene. Pero la pederastia afecta a todos los campos de la vida social. Esta exigencia que se está haciendo a la Iglesia puede ser instructiva para la misma sociedad. Estamos abriendo un camino que otras instituciones no han iniciado.
¿Considera la pederastia una lacra que ha habido en la Iglesia?
—Sí, y es un pecado. Las personas tenemos dentro una ambigüedad. Nadie es totalmente santo ni malo. Todos tenemos esa parte que tratamos de controlar y ser las mejores personas posibles. Pero tenemos un lado oscuro, que por determinadas circunstancias; por desviación psicológica, porque hemos tenido una conmoción emocional o porque nos sentimos fracasados... puede hacerse fuerte y manifestarse de esta manera. Algo que humilla a la víctima y avergüenza y deja en mal lugar al victimario.
Estos casos que están saliendo demuestran que los ha habido. En otros países como Irlanda ha habido investigaciones, y hubo muchos casos porque hay muchos internados. Aquí están saliendo también pero en comparación con otras situaciones no son tantos. No me quiero eximir de responsabilidades pero son casos relativamente aislados. Si se juntan todos desde el año 50 pues parece un tsunami. Antes no había protocolos e igual no había medios para tratarlos, se tapaban un poquito... no sabemos. La iglesia ha sido una sociedad sana pero con esta ambigüedad a la que me refiero. Hay veces que esa parte mala sale y revienta, lo cual no nos exime.
Antes comentaba que la imagen de la iglesia se ha visto dañada. ¿Es una oportunidad para acabar con esto?
—Nunca podremos decir que vamos a terminar con esto. Estos temas están sonando mucho en la sociedad. Es la inclinación de la naturaleza humana, ese hacer el mal que no queremos, y no hacer el bien que querríamos hacer. Esta lacra estará presente, pero tenemos una sensibilidad mayor, y estamos mas dispuestos a actuar en consecuencia. Y me parece importante que la sociedad y la iglesia tenemos que educar en la prevención. Hacer protocolos preventivos. Hay que crear entornos seguros.