El refranero español le viene que ni pintado al PP y, en concreto, a María Guardiola. Donde dije digo, digo Diego. 20 de junio: “No puedo dejar entrar en el gobierno a los que niegan la violencia machista, a quienes usan el trazo gordo, a quienes están deshumanizando a los inmigrantes y a quienes despliegan una lona y tiran a la papelera una bandera LGTBI”. 30 de junio: “Entiendo que haya gente decepcionada pero mi palabra no es tan importante como el futuro de los extremeños”. Entre una y otra declaración de la líder popular en Extremadura distan diez días, fase donde ha reculado dejando un pasaje que engrosa ya los anales del repliegue político. ¿A qué obedece este cambio de tercio? Todo se explica en cómo su criterio inicial sacudió la sede de Génova, que pasó de proclamar la independencia de sus barones territoriales a que Guardiola rebajase los decibelios ordenándole plegarse a la búsqueda de un entendimiento con la ultraderecha que ella misma acabó catalogando, en una carta a sus militantes el pasado lunes y a modo de excusa, como “imprescindible para pasar página a las políticas socialistas”.
En todo este trance hubo otro capítulo esclarecedor. El momento en que, el pasado 26 de junio, la líder de PP extremeño asiste a la investidura de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, donde algunos de sus compañeros le expresan su malestar por cómo está llevando la negociación y particularmente por sus críticas a Vox. Su tono da un giro notable después de este encuentro y vuelve a flirtear con la extrema derecha, a quien asegura tener “respeto”. De ser la Juana de Arco político-mediática a la genuflexión ante el partido de Alberto Núñez Feijóo. Y es que no fueron pocas las veces en que Guardiola prometió que no integraría a Vox. “Yo no voy a regalar consejerías, iremos a elecciones si hay que ir”, llegó a amenazar después de que la noche electoral se viera ya como presidenta exclamando un “ya lo hemos conseguido”, pese a ser la segunda fuerza y obtener los mismos diputados autonómicos que el PSOE de Guillermo Fernández Vara.
Los días siguientes los dedicó a azotar a los ultras por no querer sentarse a dialogar. “Ojalá hubiera un pacto ya porque eso es lo que quieren los extremeños, pero ni hay un pacto ni estamos negociando porque el señor Pelayo no ha recibido aún autorización para poder sentarse conmigo”, aseveró el 4 de junio sobre los nulos contactos que estaba manteniendo con el líder de Vox en este territorio, Ángel Pelayo. Es más, pidió reiteradamente la abstención al PSOE. Con este talante se mantuvo varios días. “Cuando quiera y donde quiera Vox nos sentamos a hablar para cambiar la dejadez del PSOE por la ilusión que merece Extremadura”, insistió el 7 de junio. Cinco días después, tras la primera reunión con la dirección extremeña de Vox, confiaba en la alianza circunscribiéndose a un pacto programático.
Posteriormente, cuando irrumpió en la Comunidad Valenciana, Baleares y Aragón el perfil ideológico de algunos dirigentes de extrema derecha, todo implosionó y Guardiola censuró que la dirección nacional de Vox estaba interfiriendo reclamando puestos en el ejecutivo. Ya no les quería a su lado, decía para marcar impronta en el PP y tratar de echar un capote a nivel nacional. Pero la estrategia de Feijóo era otra. Y, de pronto, Guardiola pasó de emblema a simple peón.