Vida y estilo

"La tragedia de Ortuella me dejó una huella muy honda en la memoria"

Fernando Aramburu, que mediante su nueva obra de ficción 'El niño', busca retratar la repercusión de este terrible hecho
Fernando Aramburu, escritor de la novela ‘El niño’. / Iván Giménez

La explosión ocurrida en 1980 en el colegio Marcelino Ugalde de la localidad vizcaina de Ortuella fue una tragedia que marcó muchas vidas, entre ellas las de las familias y vecinos que vivieron de cerca el suceso. Pero también la de Fernando Aramburu, que mediante su nueva obra de ficción El niño, busca retratar la repercusión de este terrible hecho en la vida de esas gentes vascas en el que fallecieron 50 niños de entre 5 y 6 años, dos profesores y una cocinera.

El dolor tras la muerte de un hijo es un tema principal tremendamente relevante y conmovedor. ¿Qué le llevó a explorarlo como punto central de la narrativa?

-La pérdida de un hijo y el dolor consiguiente es un asunto universal. Yo la situé en la localidad de Ortuella con ocasión de un accidente del que me acuerdo mucho y muy precisamente. Recuerdo cómo me enteré de él el mismo día. Es una tragedia que a mí me dejó una huella muy honda en la memoria, no solamente por el hecho de que fuera tan grave, sino por unas circunstancias mías personales, entre ellas, debería resaltar el hecho de que yo fui un maestro de niños jovencitos durante más de veinte años. La tragedia de Ortuella es un hecho que tiene mucho relieve en nuestra particular historia y que yo he abordado desde la ficción. Sí que me he documentado con vistas a escribir la novela que parte del accidente en el colegio Marcelino Ugalde, por lo que yo muestro, o trato de mostrar, la repercusión que tuvo este terrible accidente en un elenco pequeño de personajes, concretamente en una familia que pierde a su único hijo. 

¿Cree que el dolor justifica las acciones de quien lo sufre, sean estas más o menos inmorales?

-No hay novela sin problema, porque sin él no se mueve la acción. Es imposible escribir una novela digna de tal nombre donde todo el mundo es bueno. Por eso yo hablo de interpelación, es decir, que la realidad nos está señalando con el dedo índice, diciéndonos: “Aquí está pasando esto, ¿no tienes nada que decir al respecto?”. Y yo me siento así como señalado por el dedo de la realidad, y por eso mis historias pues tienden un poco al realismo, al testimonio de lo que viví, a la representación de dramas humanos que se parecen mucho a otros que sí ocurrieron realmente. 

Fernando Aramburu Iván Giménez

Muchas de sus novelas están ambientadas en Euskadi. ¿Qué tiene de especial esta tierra para que recurra tanto a ella como escenario? 

-Euskadi significa para mí en primera línea mi infancia, mi adolescencia, y una buena parte de mi juventud, lo que supone una considerable carga de memoria. Es la tierra donde, no solo nací, sino donde aprendí los números y las letras, donde tuve mis primeras experiencias eróticas, donde tuve amigos, donde tuve mi primer conocimiento de la vida. Es inevitable escribir historias situadas en el sitio donde yo nací. Y estas historias a veces son problemáticas, por el hecho de que me tocó vivir una época con mucha violencia. Entonces, Euskadi para mí no es solo un bello paisaje, un lugar grato donde pasé una infancia dorada, sino que también es un sitio donde vi de cerca el dolor y vi la sangre, y esto me marcó mucho. Hasta el punto de que pasan los años y me sigo interpelado literariamente, y vuelvo una y otra vez, no sé si con el deseo de explicarme, pero desde luego sí con la voluntad de construir una especie de mosaico desde mi modesta perspectiva personal y con ayuda de la literatura. 

¿Tienen los escritores alguna responsabilidad social teniendo en cuenta el papel de la literatura hoy en día? 

-No, yo estoy en contra de la generalización de la responsabilidad. Yo tengo una responsabilidad moral con respecto a mi sociedad desde el punto de vista literario, pero también personal. Pero porque yo decido tener o asumir esa responsabilidad. Yo necesito vivir moralmente con los demás porque aspiro a una convivencia armoniosa y si es posible, incluso afectuosa. Además, fui educado en el respeto a los demás. Otra cosa es que en un momento dado falle, pero si fallo luego no voy a estar a buenas conmigo mismo. Este criterio moral que favorece la convivencia con otros está también presente en mi trabajo pero porque lo decido yo, no se lo exijo a nadie. 

Encontramos escenas muy crudas a lo largo del desarrollo de la novela. ¿Cree que es la fórmula ideal, apelar a lo más bizarro y lacerante, para provocar un verdadero impacto en quiénes lo leen?

- Yo no busco un impacto en los lectores de manera artificial, y esto creo que es demostrable en el caso de El niño por su escasa adjetivación. Tampoco hay escenas que estén encaminadas a impresionar a los lectores. Lo que yo hago es narrar, teniendo en cuenta o considerando unos detalles que a mí me parecen suficientes para que luego el lector se haga su composición del lugar, se lo imagine, y luego decida por su cuenta si se emociona o no, si siente rechazo o no. No soy inocente, yo elijo los detalles, pero lo que no hago es acentuar las notas para resaltar la crudeza de una escena, todo lo contrario.

¿Cómo fue la acogida del público vasco durante la presentación del libro ? 

-Tuve una primera experiencia al presentar El niño en la Filarmónica de Bilbao ante, me dijeron unas quinientas personas, lo que prueba que hay interés. Fue muy emocionante para mí, no tanto la presentación, sino después durante la firma de libros. Vinieron bastantes personas que me contaron alguna anécdota, algún recuerdo, algún hecho relacionado con el accidente de Ortuella. Vecinos que vivían cerca del colegio, alguna persona que conocía de cerca a alguna familia que perdió a algún niño, hablé con un médico de Cruces que estaba entonces de servicio, y me pareció que había una necesidad de contar. Y esa necesidad creo que es exactamente la que he tenido yo. Llevamos por dentro multitud de imágenes, de recuerdos, de historias incómodas o dolorosas y necesitamos sacarlas, convertirlas en un tema de conversación, o quizá en un cuadro o en una novela. Me di cuenta de que realmente lo que yo he hecho es lo que esas personas estaban haciendo cuando hablaban momentáneamente conmigo.

¿Fue quizá la nostalgia lo que lo motivó a escribir esta novela? 

-En Ortuella hay un monumento, en cierto modo yo he hecho lo mismo con la literatura, plasmarlo desde el absoluto respeto para que el tiempo, que no tiene piedad, no lo borre todo. De la misma manera que en el columbario están todos los nombres de cada uno de los niños. Esto es muy humano, es un deseo de que no todo pase definitivamente, de que de alguna manera tengan vida en nuestro recuerdo, que no desaparezcan del todo. Eso también me ha motivado, y esto lo veía yo en algunas personas. Pero claro, yo veía que toda esa multitud de recuerdos es dispersa, cada uno lo lleva a su manera, pero una película, un reportaje, quizá una novela, tiene esa facultad para reunir recuerdos, y para también suscitarlos.

Teniendo en cuenta su final, ¿queda abierta la puerta a seguir explorando esta historia? 

-Es mejor dejarlo así, ese final estaba decido de antemano. No puede haber otro final.

Al detalle

Tras el éxito de Patria, una historia que narra la vida en Euskadi bajo el terrorismo y que ha sido traducida a 35 lenguas, además de adaptada a la gran pantalla en forma de serie por Aitor Gabilondo en HBO; Fernando Aramburu vuelve a recurrir a su tierra natal como escenario para darle vida a su nueva historia.

‘Gentes vascas’

El niño forma parte de la serie Gentes vascas donde Fernando Aramburu reúne durante años libros de cuentos y novelas breves en las que traza una especie de mosaico sobre la tierra en que nació y la vida de sus gentes desde la ficción.

Algunos de los libros que forman parte de esta serie son Los peces de la amargura (2006), Años lentos (2012), e Hijos de la fábula (2023), a los que se añade su nueva novela El niño.

03/06/2024