Mucho antes de que a unos grandes almacenes, según malas lenguas, se les ocurriera atribuir a San Valentín el patronazgo de los enamorados para acrecentar sus ventas, ya existió semejante puesto en el santoral. No tuvo el atractivo de las grandes campañas publicitarias ni al cine como pregonero de tal fiesta. Incluso prescindía de su figura masculina a imagen y semejanza de George Rigaud. No había llegado el calendario al año 1000 cuando en el país de Gales se empezó a reconocer a Santa Dwynwen como patrona de los enamorados. Su fiesta se celebra en la costa occidental del Reino Unido cada 25 de enero.
Todos los años por estas fechas las parejas de enamorados galesas unen sus manos y recuerdan a Santa Dwynwen. Las promesas a amor eterno son selladas con un tierno beso esperando que su patrona les ayude a cumplir los propósitos de cara a un futuro mucho más feliz que el que ella tuvo. Pero esta santa no sólo se distinguió por ser guía para los enamorados.
De haber nacido más cerca tal vez la hubiésemos situado en Zugarramurdi, con sus potingues sanatorios y sus conocimientos de yerbas mágicas que lo curaban todo. La diferencia es geográfica: En un lugar pasa por santa y en otro hubiera sido perseguida por bruja.
Que nadie piense que Dwynwen fue una mujer sin cultura. Todo lo contrario. Dicen las canciones populares y las viejas leyendas galesas, únicas fuentes donde encontramos datos de ella, que era hija del rey Brychan Brycheniog, por lo que tenía una posición social muy acomodada en la localidad de Anglesey donde vivía.
‘Love story’
Estamos en el siglo V de nuestra era, por lo que la información, difuminada por el paso del tiempo y la sospecha de si será verdad o no, nos introduce poco menos que en el mundo de los cuentos de hadas. La princesa, que era de buen ver, fue pretendida por Maelon, un apuesto joven plebeyo no del agrado del monarca que esperaba un mejor partido para su hija.
Dwynwen le debía hacer ojitos al muchacho, tal vez esperando nuevas sensaciones fuera de los muros del castillo. Él le correspondía, pero la muralla que les separaba era demasiado sólida como para ser derribada sólo con amor. Convencida de que llegaría mejor ocasión, la princesa rezó para que aquel amorío juvenil pasara sin pena ni gloria.
Sus insistentes oraciones fueron atendidas por un ángel que, cual genio de la lámpara, le ofreció el cumplimiento de tres deseos. El pedido de la princesa fue determinante: que le baje el calentón a Maelon; que encuentre otra muchacha, aunque no fuera princesa; y que, a partir de entonces, todos los enamorados fueran felices. A cambio, se comprometía a quedarse birrotxa de por vida.
Dice la leyenda que el propio ángel le facilitó un ungüento para el aspirante a novio que surtió efecto. Posiblemente también se cumplieron los otros dos encargos a juzgar por el hecho de que la princesa cumplió su promesa y quedó soltera de por vida.
Según las coplas, Dwynwen cambió el uso de la rueca en la torre del castillo por las ciencias naturales. Se dedicó a la cura de enfermedades utilizando yerbas medicinales. Abandonó su vida palaciega y, con los nombres de Dwyn o Donwen, se dispuso a hacer vida de ermitaña en la pequeña isla de Llanddwyn, frente a Anglesey. No era un terreno baladí, sino un lugar de tan buena producción herbolaria que, en determinados momentos, proveyó a todo el país de Gales.
La isla de Llanddwyn
La muchacha se hizo construir una pequeña capilla en tan inhóspito paraje, tal vez pensando que su retiro no iba a tener relevancia alguna, pero se equivocó porque su vida recoleta y sus curaciones, algunas tachadas de milagrosas, le proporcionaron una enorme fama que trascendió fronteras.
Descubierta la causa de su recogimiento, la isla de Llanddwyn se convirtió en lugar de peregrinación para las parejas de enamorados con problemas. Ella solucionaba los casos a base de oraciones y pócimas logradas a partir de las yerbas de la isla. También para bendecir sus uniones y rogar que éstas fueran eternas.
La princesa-curandera murió el año 460 dejando a sus devotos sumidos en la tristeza. Los trovadores hicieron correr la noticia a través de canciones, algunas de las cuales aún subsisten. La historia así contada fue corriendo de boca en boca, casi con la misma fuerza de las leyendas de Ricardo Corazón de León o del mismísimo Robin Hood.
Como si de un lugar sagrado se tratara, aquella isla fue la meta de los peregrinos que querían conocer el lugar donde habían ocurrido las curaciones de las que se hablaba y a las que se habían dado carácter casi milagroso. Quien más quien menos fue llevándose las plantas medicinales con las que trabajaba Dwynwen. El suelo, tan productivo en tiempos pasado, quedó convertido en un pastizal para ovejas.
En el pequeño montículo desde donde la princesa hacía sus oraciones mirando a la inmensidad del mar se levantó un faro que pronto quedó recogido en nuevas leyendas. La historia de Dwynwen fue tomando tanta consistencia en el Reino Unido que saltó al viejo continente. Su influencia fue tal que los músicos Benjamin William y Joseph Perry compusieron en 1896 una obra coral para voces masculinas y piano con el título de Dwynwen, cuyo manuscrito constituye uno de los tesoros de la National Librery of Wales.
Una tradición viva
El fuerte viento que azota la costa de Gales no ha conseguido acabar con las ruinas de la antigua capilla que, según la leyenda, fue morada y refugio de la princesa-curandera. Tampoco el paso del tiempo ha logrado acabar con la fe de los romeros que llegan a este desolado paraje.
Hay entre ellos jóvenes parejas de novios que han oído hablar de las proezas de Dwynwen y veteranos matrimonios que las certifican. Unos y otros acuden al pie del faro y buscan en el horizonte la luz que iluminó a esta singular mujer. Curiosamente la única iglesia que considera santa a Dwynwen es la ortodoxa oriental que la suele representar en sus clásicos iconos.
Aquí, como en la romería de San Antonio de Urkiola, también se viene a confirmar compromisos. Sin tener que dar vueltas a una piedra para conseguir pareja, la isla de Llanddwyn tiene su fama y un conjuro, la interpretación de la canción Rwy’n di garu di y que viene a traducirse como Tengo tu amor.
Cucharas de madera
Todos los asistentes saben que se trata de una leyenda, pero la necesidad de creer es tal que el día de la santa se ha revitalizado en aras de una celebración en la que no faltan las cenas románticas ni los regalos a los seres queridos. El más típico de ellos es la cuchara del amor, un utensilio artísticamente tallado en madera por artesanos muy hábiles que hacen inscripciones personales a gusto del cliente.
Por lo general se huye de textos porque el galés, principal símbolo de identidad salvado in extremis, es un idioma de muy difícil escritura y pronunciación. Un ejemplo, el nombre de un pueblo del norte: Llanfairpwllgwyngyllgogerrychwyrndrobllllantysiliogogogoch. Sin embargo, una de las palabras más conocidas del galés es Hiraeth que evoca la nostalgia de la patria.
Gales, la diferencia
Gales es realmente un país muy curioso, pleno de castillos imponentes, historias de dragones, minas de carbón abandonadas que inevitablemente nos traen a la mente las imágenes de ¡Qué verde era mi valle!, la maravillosa película de John Ford… Sus gentes opinan que, como los vascos, descienden de los primeros habitantes de Europa y han conservado sus genes y su idioma en las montañas donde se refugiaron.
El galés siente una gran pasión por el rugby y tiene al Millennium Stadium de Cardiff como catedral. Le gusta maniobrar en las cocinas preparando sobre todo el asado del cordero de las marismas con patatas, judías verdes y zanahorias. Ningún visitante se sustrae de probar sus típicas tortas llamadas “griddle cakes”.