Sentadas tras los pupitres de un aula de Ihusi, en el territorio de Kalehe, Kivu Sur (este de la República Democrática del Congo), una veintena de mujeres comparten el dolor de la violencia, pero también la lucha por cambiar las cosas. Severine M'Katuani lidera esta pequeña revolución. Es fuerte, comprometida y decidida; media con los maridos, habla con los grupos armados y es el punto de referencia de las mujeres de Kalehe. "Esta es una tierra muy diversa y de mucha conflictividad, pero las mujeres estamos unidas", presume M'Katuani, asistente psicosocial y directora del club de escucha, un lugar de encuentro seguro donde las supervivientes pueden compartir sus historias.
Estos grupos de mujeres, que se reparten por la geografía de Kivu Sur, un territorio herido por la guerra y la violencia de los grupos armados, se organizan bajo el paraguas de la Asociación de Mujeres de los Medios-AFEM (Association des Femmes des Médias), que ha generado, a través de la formación y el acompañamiento comunitario, una red de periodistas que utilizan los medios de comunicación como herramienta de denuncia y de construcción de paz. El objetivo es acompañar a las mujeres a romper el silencio y, a través de sus historias, sensibilizar y hacer incidencia para cambiar las cosas. Cientos de mujeres participan ahora en estos clubes, alrededor de 60 tanto en entornos urbanos como rurales.
"Al principio hubo mucha resistencia por parte de los hombres. Cuando el grupo de AFEM llegó por primera vez a Kalehe, los hombres les bloquearon la entrada". Sin embargo, aquello no las detuvo. Se organizaron, se formaron en leyes, igualdad, gobernanza... Y, ahora, además de escuchar y dar soporte a las mujeres de la comunidad, trabajan en la promoción de la igualdad de género, también con los hombres.
LA HERIDA DE LA GUERRA
En las últimas dos décadas, República Democrática del Congo ha sido escenario de conflictos internos y regionales que han sumergido al este del país, rico en recursos naturales, en una profunda crisis humanitaria, social, política y económica que tiene a su población, y en especial las mujeres, cautiva.
Según M'Katuani, la violencia de los grupos armados continúa hoy en día en las comunidades y "ha aumentado la interna", la ejercida por familiares, vecinos u hombres de la comunidad. "Es la herencia de la guerra", resume Caddy Adzuba, abogada y activista congoleña.
"El cuerpo de la mujer se ha convertido en el campo de batalla de esta guerra. Siempre ha existido la violencia cometida contra la mujer, esa violencia sexual tradicional, que existe en otros lugares y que también debemos combatir. Pero en el caso del Congo, la gravedad extrema de la violencia contra las mujeres ha venido a raíz del conflicto y, sobre todo, a raíz de la presencia de los grupos armados", ahonda Adzuba, premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 2014. "Esa es la estrategia: destruir la comunidad a través de las mujeres. Los rebeldes, cuando violan a una mujer, lo hacen con esa conciencia", añade.
En este entorno seguro, el aula de Ihusi, la veintena de mujeres narra las diferentes violencias a las que se han enfrentado, al tiempo que pide seguridad y acceso a medios de vida. "¡Es un milagro que hayáis venido!", exclama M'Katuani en referencia al grupo de comunicadoras vascas.
QUE EL MUNDO SE ENTERE
Cuando Zigir entra en el espacio se hace el silencio. Nadie espera su presencia, pero ella quiere que el mundo sepa lo que le ha ocurrido: el día anterior a este encuentro, esta mujer de 35 años fue brutalmente agredida por tres hombres. Una herida en la cabeza, que tapa con una venda y un pañuelo, es la muestra visible de esa violencia.
Zigir se levanta cada día temprano y recorre un largo camino para recoger madera en el bosque. "Cuando llegué vi a tres hombres que estaban armados con pistolas y machetes, empezaron a golpearme y uno de ellos cogió el machete y me pegó un corte en la cabeza. A partir de ese momento no recuerdo nada, me quedé inconsciente", narra.
"Cuando desperté, dos mujeres me estaban cogiendo en brazos, estaba oscuro y sentía un dolor en el cuerpo tremendo. Estaba muy débil", añade. Zigir fue al hospital pero no dijo que había sufrido una agresión sexual, "porque no había nadie del club de escucha", así que solo le curaron la herida de la cabeza. Ahora inicia un largo proceso psicológico para superar el trauma. M'Katuani lo sabe bien, ya que se encarga de acompañar a las víctimas en este proceso. "Muchas mujeres se vuelven locas como resultado de una violación", asegura.
Muchas de ellas, además, se quedan embarazadas y "los niños son rechazados por la sociedad". La violación sigue siendo un estigma en el país y el motivo por el que muchos hombres abandonan a sus esposas. Es el caso de Julienne, que tras sufrir una agresión sexual mientras recogía madera, su marido la echó de casa. "Me dijo: 'tu estado dice que has conocido el problema de este país'. Me dijo que no quería verme nunca más porque era una mujer sucia", lamenta.
"Las violaciones son un tema tabú en la comunidad y no está aceptado. El hombre realmente siente vergüenza del hecho de que su mujer haya sido violada. Por eso apostamos por educar a la sociedad para que se vayan dando transformaciones y que la comunidad entienda que esto tiene que ser una lucha conjunta", explica M'Katuani.
"Lo que me pasó me ha destruido para siempre, mi marido me ha dicho que si pongo un pie en casa me va a matar y no puedo ver a mis hijos. Estoy sin medios de vida, solo le pido a Dios que mate al hombre que me violó. Quiero volver a mi casa, con mis hijos, volver a sentirme segura y quiero trabajar", sostiene Julienne.
ABANDONO
El abandono es una constante en la vida de estas mujeres. Son abandonadas por sus maridos cuando han sufrido una agresión sexual, tras ser acusadas de brujería o cuando un grupo armado entra en la comunidad.
"El problema del desplazamiento por causa de grupos armados está generando familias monomarentales, porque cuando los maridos ven que los grupos armados entran en el pueblo huyen, se van hacia la zona minera y se dedican a la minería. Esto genera familias monomarentales sin acceso a medios de vida. Y los hijos e hijas de las familias que desaparecen durante ese desplazamiento son cogidos por los grupos armados, que los transforman en niños soldado y en esclavos sexuales", explica Julienne Baseke, coordinadora de AFEM.
Nzigne, una mujer pigmea y madre de nueve niños, es desplazada. Un día dejó sus hijos en casa y fue a buscar trabajo en el campo, como de costumbre. "Estábamos varias mujeres y empezamos a escuchar disparos. Todas pensamos en nuestros hijos y fuimos al pueblo. Mi casa estaba en llamas y los niños no estaban. Los grupos armados habían entrado en el pueblo para sembrar el caos y echarnos", cuenta.
Buscó a sus hijos durante los días y semanas siguientes, pero solo ha encontrado a tres. Han pasado cuatro meses de aquello y ahora está desplazada en otra comunidad. Sigue saliendo cada mañana a buscar empleo, pero asegura que las condiciones que le ofrecen son peores por ser pigmea. Por un día de trabajo en el campo se suelen pagar 2.000 francos congoleños (un dólar), pero asegura que su sueldo es inferior y "ni siquiera me ofrecen agua".
"Hay mujeres en mi situación, desplazadas como yo, que mueren por las condiciones de vida, por la falta de acceso a medios de vida y a servicios básicos", denuncia. De las mujeres que vivieron juntas ese desplazamiento han fallecido doce.
Además del trabajo comunitario de formación y sensibilización, AFEM y los clubs de escucha hacen incidencia política, porque para poder avanzar en las transformaciones también hace falta "buena gobernanza y seguridad", señalan.