En italiano todo suena mejor, tiene otra musicalidad y por eso no desentona la distopía. Tampoco los días raros. El Groupama pisó la bota desnortado, huérfanos los franceses de estrellas. No cuentan con la brújula de Pinot y tampoco con Démare, el coleccionista de triunfos que en 2020 dominó las volatas de costa a costa. Sin embargo cuidan del líder. Un húngaro. Attila. Un nombre rotundo, ronco y evocador. El rey de los Hunos. El magiar no tiene aspecto de guerrero. Es un chico joven, rubio y feliz en su mundo rosa. No es el único extraño en el paraíso.
Allí también acampan Fernando Gaviria y Victor Campenaerts, que buscan el edén entre montañas, desde alguna esquina de la reconversión. Renovarse o morir. Un velocista puro y un contrarrelojista, el hombre del récord de la hora, se tachonaron en una fuga de nueve entre paisajes picudos, verdes y bellos. El mundo al revés. No encuentran otro modo de vencer. La búsqueda continúa. Gaviria lleva tiempo tumbado en el diván, consciente de que su velocidad no le alcanza en los esprints ante tipos con más pólvora como Ewan. El australiano dejó el Giro porque le mordía la rodilla. Tal vez esa ausencia será un alivio para Gaviria.
"No hay piernas", dice a quien le escucha Gaviria. Ese mismo sentimiento, el de la nostalgia y la pena, recorre el espinazo del Campenaerts. Su reloj atrasa frente a los más pudientes de las manecillas. El belga completó una crono para aferrarse al tren de la huida hasta que se derrumbó por dentro en la subida. Deshabitado por dentro en una habitación tapiada, ciega. La terraza con vistas a la gloria la ocupó el entusiasmo de Victor Lafay, un joven francés. Un chico que veía el Giro por primera vez. No hay mejor descubrimiento que un viaje iniciático.
En un día singular brotó la victoria de Lafay, el mejor de la fuga en Guardia Sanframondi, donde los favoritos, que no exigieron a sus piernas, llegaron de la mano. Solo Pello Bilbao se desprendió de esa foto de familia. Una leve caída, un enganchón al toparse con Fabbro, le sacó de plano. Se le salió la cadena y eso le encadenó una pérdida de casi medio minuto. La ganancia fue para Lafay, al que patrocina el Cofidis. Dinero llama a dinero.
En Bocca della Selva, un puerto tan tendido como largo, de 19 kilómetros, Gougeard, Carboni, Lafay, Gavazzi, Goossens, Oliveira, Arndt, Gaviria y Campenaerts compartían el vagón delantero en una carretera vieja, parcheada, con memoria. Una lengua de asfalto gris lija. La montaña la plegaron con facilidad en ambos frentes. Solo Sagan, que buscó el enredo en el amanecer de la jornada, cuando el Ineos se revolvió queriendo abanicar el Giro, se desconectó. El eslovaco tiene problemas de cobertura. Los destellos del ocaso se reflejan en sus ojos. Sagan, pura exuberancia y derroche, un volcán, prefiere ahora el cálculo y los planes de pensiones. Ahorrador.
Los fugados preferían el gasto. No era complicado en un descenso de 36 kilómetros. A Gaviria le entraron las prisas. El empujón de la ansiedad. Trató de sorprender, pero acabó en la cuneta tras trazar mal en una curva. Se levantó, pero estaba ausente. Peleado consigo mismo. Maldita curva. El colombiano contactó con la fachada desconchada de arriba hacia abajo. Marcado el hombro, el codo, la rodilla y los dedos de la mano. Frotado por el asfalto.
LOS FAVORITOS, DE LA MANO
El Groupama soportaba las riendas de la persecución sin demasiado galope. Prefirieron el trote. La convicción no iba con ellos. No era precisamente el ejército de Attila. Con esa cadencia, con un pulso sin impulsos, se transitó hasta la base de Guardia Sanframondi. Entre los fugados comenzó el babel. Cada uno defendía en su idioma la idea de la victoria. Campenaerts, que se desgañitó para cazar una vez estaba compuesta la milicia de aventureros, trató de dar rienda suelta a su imaginación. Cualquier opción del belga dejaba de tener sentido corriente arriba. Campenaerts no es un salmón. Subiendo se pone rojo. En Castelvenere, otro pueblo rosa del Giro, los nueve eslabones pertenecían a la misma cadena.
El pelotón se encaramó ante la sombra de Guardia Sanframondi con los equipos de los favoritos ordenándose entre olivos y viñedos. Aceite y vino para maridar al subida. Campenaerts estalló. Implosión. Carboni resistió una onza más. Entonces se envalentonó Lafay, subcampeón de Europa sub'23 en 2018. El francés, ligero colibrí, descosió a Carboni de inmediato. Lo desnudó. No le dio ni una miga de esperanza. Le rebañó la moral. Lafay, brazos de hilo, entró en el griterío del último kilómetro con energía. Gavazzi trató de buscarle, pero su mirada ni le intuía. Solo escuchaba el eco de su paso.
Lafay se bañó en los aplausos de la tierra prometida. Gloria y honor para el galo en su bautismo en el profesionalismo. A Pello Bilbao le invadió el desasosiego. Fabbro se fue al suelo y el gernikarra se enganchó. Se le salió la cadena en el incidente. Perdió un puñado de segundos respecto a los grandes favoritos, que alcanzaron el final sin más preocupación que un puñado de nerviosismo en Guardia Sanframondi. Lafay irrumpe en el Giro.