En el Giro de las bonificaciones y los esprints en las montañas a modo del Grand National, se impone la liturgia de las fugas ventrudas, compuestas por un convoy de una veintena de dorsales para dar con la rendija por la que introducir la ganzúa de la victoria. La encontró Santiago Buitrago. Lloró de alegría el colombiano. El modelo se repite. Es un patrón. Igualados al paroxismo los mejores, prefieren los patricios evitar riesgos y rascarse unos a otros en las bonificaciones que reportan las cimas.
Las utopías y las quimeras se confunden en la foresta de la intrascendencia. No hay lugar para la poesía cuando la carrera se balancea sobre un tabla de Excel. Se impone la prosa. Solo Mikel Landa, un verso suelto, quiere combatir ese relato. Es un ciclista analógico. A dos tintas. El alavés, un tipo que ama los momentos y los retos, que busca el palmarés a través del arrojo y el recuerdo que llena después las sobremesas, se rebeló. Izó su silueta estupenda en la montaña para deshilachar el empeño conmovedor de Almeida, una sombra blanca que nunca se rinde. El portugués se desgajó. Se dejó 1:05 respecto al trío que manda en el el Giro. Aunque herido, aún colea Almeida.
Carapaz, Hindley y Landa volvieron a los esprints en Lavarone. El ecuatoriano continúa al frente de la carrera, con Hindley a tres segundos y Landa a 1:05. El alavés entregó media docena de segundos en la arrancada que compartieron, furiosos, Hindley y Carapaz, que siguen con su pulso en el vis a vis. Entre los tres está la Corsa rosa. Es el Giro de las apreturas a pesar de los paisajes abiertos, majestuosas las cumbres, que festonean la carrera y fijan el escenario idóneo para aventuras valientes y ambiciosas.
Landa respondió a la llamada de las montañas en Monterovere. Buscó hacer palanca y eliminó, de momento, la amenaza de Almeida. Carapaz y Hindley resistieron el envite del murgiarra. No concedieron ni una pulgada al alavés, generoso en el esfuerzo, obsesivo. El líder y el australiano templaron la fogosidad de Landa cuando restan dos jornadas de montaña, despunta la del sábado, y la crono de Verona. Almeida sufrió daños en la línea de flotación, pero aún no se ha roto del todo.Tocado, que no hundido.
Llovió en el despertar del día, fresco. Los ciclistas saludaron abrigados, guantes, manga larga, prendas de abrigo. De estreno después de tantos días rompiéndose la camisa para ventilar el calor. Una pequeña alteración en el Giro del bochorno y el aire, pesado, caliente, que no circula. En frío, sin posibilidad de gestionar el starter, brotó el Passo Tonale y la escapada de muchos. En el retrovisor se quedó el mando del Ineos, que calcó su estampa alrededor de Carapaz, que corre con calculadora. Se acodó en el manillar y tamborileó los dedos el ecuatoriano, cómodo en la monotonía. La renta se disparó y la carrera se partió en dos.
ABANDONO DE YATES
Sobre ese manual de estilo, se encaminaron unos y otros hacia el Passo del Vetriolo. Mejoró el tiempo, el lienzo azul y los penachos de nubes tomaron el cielo, de retirada la lluvia y el gris marengo de la cúpula. Entre los bosques, hubo revuelo. La fuga de la fuga. Matriuskas. Muñecas rusas. Carthy, Bouwman, Van der Poel, Buitrago, Martin, Gall y Hirt.
La niebla fue esparciéndose por una montaña que habla alemán. Se fue apagando la luz, tenue en un puerto con malas pulgas. A medida que fue oscureciendo, se iluminaron los frontales del Bahrain. El fundido a negro agarró a Simon Yates. Abandonó el inglés. Otra vez sin luz en el Giro. Un nota al pie de página del Vetriolo.
Adquirió la subida un aspecto fantasmagórico, lechoso. Landa chasqueó los dedos para ir lijando a los rivales. Se cerró el puerta de la ascensión sin cobrarse víctimas. Cada uno, en su lugar. Carapaz, soldado a Landa. Hindley encadenado al líder, y Almeida, al que todos temen bajo el examen del reloj, apurando en la cola del grupo.
Con esa configuración descendieron por un asfalto de patchwork, viejo, nuevo, ajado, con lifting. Un mosaico de riesgo. Un piso que no otorgaba confianza, precisamente. Menos aún cuando la terraza daba a un barranco. Van der Poel tuvo que rectificar la trazada en el laberinto de curvas. Leemreize no le perdió de vista. Unidos hacia Monterovere.
LANDA, OTRA VEZ AL ATAQUE
En su esqueleto, repleto de aristas, aguardaba el Fuerte de la Gran Guerra Belvedere/Gschwent. Allí guerrearon Van der Poel y Leemreize en las distancias cortas. Van der Poel tuvo que plegarse. Carapaz se puso la pintura de guerra. El Ineos quería manejar la subida a modo de un tren de cremallera. Le apartó el Bahrain, que deseaba más fulgor. La pequeña aceleración laceró a Almeida, incómodo. Se fue astillando el luso, que se atrincheró en la agonía. Landa pasó revista. Hindley arqueó las cejas en una subida angosta, estrecha la carretera, serpenteante. Carapaz, Landa y Hindley, encolados. Gobierno de cohabitación.
A Almeida, difuminado, se le fue deslizando el podio en un puerto duro y opresivo. A medida que menguaba el portugués, en apnea, próximo a la asfixia entre las herraduras, crecían las opciones de Landa. Carapaz y Hindley también se frotaban las manos. Landa agarró de abajo. Al asalto. Se erizó el alavés, con un ataque sostenido, para descartar a Almeida. Carapaz y Hindley se prensaron a Landa, liberado en su terreno.
VICTORIA DE BUITRAGO
Buitrago, hambriento, voraz, mordió a Leemreize antes de la cima. Landa, en la proa, apoyado por Poels, negó con la cabeza ante la falta de entendimiento con Carapaz y Hindley, que dejaron que fuera el alavés quien levantara la mole. Almeida, en los estertores, peleaba cada palmo. Se fue desintegrando el portugués, demasiado exigido en las montañas, en el latifundio del Dragón de Vaia. Allí echó fuego Landa para quemar a Almeida y pisar el podio. Carapaz y Hindley bailaron sobre la hoguera. En las brasas del Giro, Landa descarta a Almeida y pisa el podio.