En vez de coger “la hoja de su palmarés en la mano” y enumerar todas sus victorias, “alrededor de 90”, Claribel, nieta de Federico Ezquerra, prefirió hablar de su abuelo, el primer corredor vasco que coronó el Galibier, en 1934, desde el corazón. “Dicen que fue un gran ciclista, el primer gran corredor vasco de la historia. Lo será, pero fue mejor padre y abuelo”, aseguró en el artículo que escribió en DEIA hace diez años y en el que contó un puñado de anécdotas.
Echando la vista atrás, la nieta de Federico Ezquerra viajó hasta su niñez y fue a parar a la casa natal, en Sodupe. “Estaba en la cocina de carbón y leña junto a mi abuela y me relataba que, cuando corría el Tour, el abuelo llevaba una vestimenta muy rústica para luchar contra el frío, que consistía en meter periódicos debajo de su jersey de algodón”, rememoraba Claribel, quien no se podía ni imaginar “la crueldad de dormir con los tubulares enrollados en su cuerpo para que no se los quitaran o se los pincharan, que es lo que los rivales hacían entonces”.
Otras veces era su padre el que le relataba las hazañas del abuelo en la tienda de bicis que regentaron en Alameda Rekalde durante 56 años, mientras ella miraba las fotografías colgadas de las paredes y cómo Ezquerra trabajaba con las manos llenas de grasa. Junto al “olor a caucho de los neumáticos y el ruido de las cadenas de bicicletas”, se le quedaron grabadas sus proezas. “Una de ellas era cuando en pleno Tour se levantaba del sillín, miraba para atrás y se escapaba por las carreteras llenas de piedras de Galibier para subir el primero”, relataba. “Parecía que me habían nacido alas aquel día”, contó en 1992 el propio ciclista en el periódico municipal Bilbao sobre su ascenso al techo del Tour. Lo coronó en dos ocasiones, en 1934 y 1936, año en el que, según destacaba su nieta, “batió el récord de ascenso y, al modificar la carretera, ya no se lo pudieron quitar”.
También le contaron a Claribel cómo el día anterior a proclamarse vencedor de la etapa del Tour entre Niza y Cannes, en 1936, su abuelo “les anunció a los periodistas que iba a atacar y ganar”. Una victoria que celebró, tal y como fue inmortalizado en una foto, con una botella de champán cogida por el cuello. “Mi padre me contaba que no estaba esperando a abrirla para celebrar la victoria, sino que la agarraba así por si acaso alguien, belgas o franceses, se le acercaban para intentar agredirle por haber ganado”, aclaraba y detallaba cómo todas estas gestas las consiguió a lomos de una bicicleta de hierro que ella, de niña, “no podía ni siquiera mover del peso que tenía, unos 14 kilos”, calculaba.
Federico Ezquerra ganó su etapa en la ronda gala el 18 de julio de 1936, el día que estalló la Guerra Civil española. Al acabar la carrera, el ciclista Julián Berrendero y él se instalaron en Pau. “Mi abuelo le escribió a mi abuela para que fuese a su encuentro. Para cruzar la frontera tuvo que pasar ropa puesta de él y de ella, ya que no dejaban pasarla”, explicaba Claribel. Estuvieron dos años viviendo allí. “Para conseguir dinero mi abuelo y Berrendero corrían por toda Francia y viajaban a Suiza. Una fábrica de bicicletas francesa le propuso a Ezquerra crear un equipo en torno a él porque estaba convencida de que era serio candidato a ganar el Tour. Al final no se consumó porque a mis abuelos les habían declarado casi prófugos en España y tuvieron que volver”.
Aunque Claribel había visto a su abuelo “devorando platos de alubias y chuletones impresionantes”, en los años 30 conseguir comida era un reto. “Se lo tenían que hacer todo ellos la noche anterior en el hotel y hasta se llevaban la gallina bajo el brazo cuando cogían el tren para ir a correr el Tour”, narraba Claribel, admiradora del “gran luchador” que fue su abuelo. “Eso fue lo que le llevó a aquella vida dura de bicicleta sobre caminos de piedra, bajo la lluvia o la nieve. Tenía genio, carácter. De niña quise ayudarle un día en la huerta y acabé pisando las cebollas. No vean cómo se puso. Hasta que me miró a los ojos y se calmó con una sonrisa”.