La asociación Lagungarri impulsa la construcción de medio centenar de viviendas en Murgia (Araba) dirigidas a personas entre 50 y 70 años que buscan una vida autogestionada y colaborativa. El proyecto, que empezó a despegar en 2019, culminará previsiblemente en 2027 y se convertirá en el primer cohousing sénior de Euskadi. La vitoriana Laura Irigaray es la presidenta y cara visible de la asociación.
La crisis de la vivienda afecta a buena parte de la población. ¿El movimiento cohousing puede ser una alternativa válida para ofrecer una posible salida?
-Claramente, sí, pero para los jóvenes. Cuando nos hemos reunido con los representantes del Gobierno vasco, en muchísimas ocasiones nos han transmitido su preocupación y tienen como objetivo solucionar el problema de la vivienda, sobre todo en el caso de los jóvenes. Están promoviendo el cohousing en Donostia, por ejemplo. Sale muy rentable construir en suelo público. Los socios de la cooperativa tienen que aportar una pequeña cantidad al capital social, además de una cuota mensual muy asequible y ventajosa, que prácticamente equivale al precio del alquiler. Los sénior, en cambio, lo tenemos totalmente crudo. No suponemos un problema para las instituciones públicas desde el punto de vista de la vivienda, por lo que tenemos que optar por iniciativas privadas. No les interesamos.
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¿A qué cree que se debe esta falta de interés?
-Porque es difícil encontrar a gente de nuestra edad que no tenga un piso en propiedad. Las condiciones que pone el Gobierno vasco en el cohousing son las de VPO, por lo que no puedes tener una vivienda propia. Además, en muchos casos las pensiones de nuestros mayores son altas. Somos un problema asistencial, eso sí; las listas de espera en las residencias son larguísimas y la población está cada vez más envejecida. Los problemas de la tercera edad se asocian a los cuidados y no a la vivienda, pero es un error no atender este modelo porque el cohousing sénior soluciona las dos cosas.
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¿La palabra clave de la vivienda colaborativa es la autogestión?
-Hay varias palabras clave. La autogestión puede ser una de ellas, pero también se fomenta la solidaridad entre personas y el bienestar social, combate la soledad no deseada… El concepto del cohousing sénior cubre diferentes etapas, ya que va dirigida a personas de entre 50 a 70 años que todavía no necesitan asistencia. Se trata primero de vivir en comunidad, y ya después de buscar una forma de envejecer de otra manera.
Es una franja de edad más amplia de lo que en un principio cabría esperar.
-En primer lugar, todos tenemos que ser válidos, de ahí que la horquilla sea tan amplia. Queremos aprender a vivir en comunidad, compartir nuestro tiempo de ocio, viajar, realizar actividades… Después viene una segunda fase, que es la de los cuidados, donde no renunciaremos a los servicios públicos existentes y los complementaremos con la ayuda de profesionales externos si fuera necesario. Es decir, tendremos nuestro médico de cabecera y también nuestros especialistas médicos. En la zona común podremos estar todos juntos recibiendo una asistencia compartida las 24 horas, dependiendo de nuestras necesidades. Nuestra idea es morir allí.
¿Qué es lo que no les convence de las residencias de ancianos?
-Hoy en día toda la gente que llega a una cierta edad pensamos en qué va a ser de nosotros el día de mañana; sobre todo dónde y cómo vamos a envejecer. Todos tenemos en mente las residencias, las hemos conocido por nuestros padres, familiares y amigos próximos y son tan tristes… Vas, o te llevan, cuando ya no puedes estar en tu casa. En las residencias hay unos horarios preestablecidos y te levantan a cierta hora, quieras o no. No se tienen en cuenta las necesidades individuales de las personas ni su deseo. Es una lógica organizativa un poco carcelaria. El cohousing es todo lo contrario: cada uno tiene su propia casa e independencia y se promulga la participación en las actividades, pero se respeta la individualidad de las personas.
La vejez es inexorable, pero se habla poco de ella o se trata como un tabú. En su caso apuestan por un envejecimiento activo. ¿En qué consiste?
-Queremos envejecer con calidad siendo personas activas, haciendo las cosas que nos gustan sin renunciar a nada. Pero lo queremos hacer en compañía, con personas afines que comparten una visión de la vida parecida. ¿Quieres ir al médico? Pues te acompaño. ¿Te apetece viajar a algún lado? Buscamos cómo hacer el plan y nos ponemos manos a la obra. La franja de edad que va de los 50 a 70 años es muy inquieta, nos gusta hacer muchísimas cosas.
La soledad per se no es mala ni buena. ¿Lo que más pesa en las personas mayores es el aislamiento?
-La soledad deseada es maravillosa. El saber estar solo, aprender a disfrutar de lo que tienes y de lo que puedes hacer… A esa soledad e independencia no vamos a renunciar. Insisto en que cada uno tendrá su propia vivienda. El problema surge cuando te enfrentas a una soledad no deseada, y ahí el grupo y las amistades son los que te tienen que dar cobijo. El cohousing sénior cubre ese aspecto de la soledad no deseada.
¿Cuáles son los aprendizajes que han extraído de otros complejos de viviendas autogestionados?
-Hemos ido a Málaga, Valladolid, Madrid o Catalunya -donde están muy avanzados con estos modelos de convivencia- con el objetivo de aprender de sus aciertos y tratar de evitar algunos errores que se puedan cometer. Tenemos que reincidir en la búsqueda de fórmulas para resolver los conflictos. El quid de la cuestión es tener un ambiente agradable. Estos proyectos son democráticos, donde todo es participativo y nada se impone; cada decisión se toma después de haberla analizado bien. La segunda cuestión es la económica, afrontar los pagos. Pero los problemas de convivencia los tendremos que aprender a resolver entre nosotros, incluso, llegado el caso, con la ayuda de un profesional.
¿La pandemia ha provocado que más gente se haya interesado en este tipo de proyectos?
-Casi fue todo lo contrario. Cuando arrancamos en 2019 llegamos a ser 60 personas, que empezamos a trabajar como si se nos fuera la vida de ello. La idea era instalarnos en Vitoria, pero no había manera de conseguir nada. La pandemia agravó la idea del cohousing, porque aunque no es una residencia, se trata de un proyecto compartido donde se produce una convivencia estrecha entre todos.
¿Otro final de vida es posible?
-Por supuesto. Pero también una etapa de la vida adulta un poco diferente que puede empezar a partir de los 50 años y en la que se realizan actividades compartidas. La vejez se afronta después, más tarde, también en compañía.
Murgia, vida comunitaria (o no tanto)
Decidir cómo, dónde y junto a quién se quiere afrontar la última etapa de sus vidas los ha llevado a sumarse al proyecto de Lagungarri en Murgia, a unos 18 kilómetros al noroeste de Vitoria-Gasteiz. Son un total de 51 viviendas, de uno o dos dormitorios, sobre un solar de 11.000 metros cuadrados en las que sus ocupantes residirán en régimen de cooperativa en cesión de uso. Hay ciudadanos vascos interesados, pero también gente procedente de Madrid, Zaragoza o Valencia, entre otros lugares.
El complejo residencial, ideado por el arquitecto Javier Arregui, contará con un edificio central sobre el que pivotará la actividad comunitaria del vecindario. Habrá un txoko con cocina y comedor, aulas, gimnasio, una sala de cuidados, etc. La vida es tan privada o compartida como quieran sus residentes. El grupo Arrasate, especialista en estos proyectos cooperativistas, pilota la gestión.
Según Irigaray, el objetivo a corto plazo consiste en crear la cooperativa una vez se alcance la cifra del 90 por ciento de socios. En paralelo, la gestora está trabajando para adelantar en lo posible la petición de la licencia de obra. Calculan que el próximo año empezarán a construir las viviendas. Más información sobre el proyecto en www.lagungarri.com.
Laura Irigaray, presidenta de la asociación Lagungarri. [Fotografía: Alex Larretxi]