Campeón de cuerpo entero, competitivo al extremo, siempre hambriento, joven con crecederas en verano, Tadej Pogacar también se agitó el día después de su derrota en Hautacam, cuando dijo aquello de que había perdido el Tour. Fue un acto de diplomacia. Él no lo cree. No se rinde el esloveno. Nunca. No comprende ese concepto. No cabe en su diccionario de campeón extraordinario. Josean Fernández, Matxin, mánager del UAE, recordó en una entrevista con este periódico la anécdota previa al histórico episodio de la crono en La Planche des Belles Filles.
"Recuerdo que en el primer Tour, Allan Peiper, el director, y yo, entramos a su habitación. Fuimos a hablar con Tadej. Él estaba con Joseba (Elgezabal), el masajista. Allan le comentó a Tadej si íbamos a seguir corriendo para ser segundos, para asegurar esa plaza. El pensamiento de Allan era que ser segundo con un corredor de 20 años era un premio para Tadej. Pero él no tenía esos planes. Me acuerdo que Tadej estaba boca abajo, en la camilla de masaje, y su reacción fue muy clara. Se giró y dijo: "¿como que para ser segundos? No, no, no. Corremos para ser primeros, primeros". Ese pasaje explica al fenómeno esloveno. Conviene tenerlo en cuenta. Le describe. Pogacar no va a sacar la bandera blanca. La suya es la pirata. Mas arrió su estandarte. Aquejado de covid, abandonó el Tour.
Por eso, cuando amainó la fuga del día en una carretera juguetona, burlona, al esloveno le impulsó su espíritu pizpireto, juguetón como un chiquillo en un parque temático que no deja de divertirse enredando. No para quieto Pogacar, que atacó a Vingegaard en la antesala de la crono que cerrará el Tour a expensas de la coronación de París. Nadie duda de que Pogacar presionará sin desmayo en los 40,7 kilómetros entre Lacapelle-marival y Rocamadour, un contrarreloj con dos ascensiones antes de alcanzar el promontorio de Rocamadour, donde quedará sellado el Tour tras un repecho de 1,5 kilómetros con una pendiente media del 7,8%.
UNA GRAN RENTA
Vingegaard maneja una renta más que suficiente, de 3:26, siempre que no ocurra nada extraordinario que le altere. La cita lo es y eso otorga otra dimensión al duelo. Solo Vingegaard puede perder el Tour. Él lo sabe. Es su único enemigo. El miedo a ganar, en ocasiones, asegura una derrota. El danés se enfrenta a la oportunidad de su vida. Si evita el bloqueo mental que le deshabite por dentro no debería tener mayores problemas para resolver la ecuación.
Físicamente, Vingegaard ha demostrado estar a la altura del esloveno, pero la gestión de lo emocional, los nervios y la tensión, de verse tan cerca de su primer Tour, puede generar dudas en el líder, que correrá en soledad. No contará con los pretorianos del Jumbo. Saldrá el último, justo por detrás de Pogacar, y conocerá en cada momento el reto que le plantea el esloveno, que es un pequeño diablo.
LA PRESIÓN DE POGACAR
Pogacar, que tiene todo por ganar después de haber conquistado en dos ocasiones el Tour, continuará con su plan de seguir mordiendo. No se moverá ni un centímetro. Al ataque. Tratará de meterse en la mente de Vingegaard y generarle las contradicciones suficientes para que el danés entre en pánico. Solo así puede darse un vuelco en la general. La remontada ultrasónica de Pogacar a Roglic en La Planche des Belles Filles continúa flotando en el aire. Es parte del imaginario colectivo y la maldición que persigue al Jumbo. Nadie se fía de los poderes de Pogacar.
El esloveno, pletórico, puro derroche, nunca descansa. Buscó una rendija en el descenso de la Côte de Saint-Daunès. Ganó unos metros hasta que Van Aert, el jefe del Tour, se fue a por él para regañarle. Tirón de orejas. El belga no quiere sobresaltos. Una vez se activó Van Aert, un gigante a pedales, el hércules de la Grande Boucle, arrastró a Vingegaard, el líder que no se fía de Pogacar.
El danés se situó en paralelo a Pogacar. Le hicieron un bocadillo entre los dos. Atemperaron al esloveno, siempre dispuesto para el movimiento. El mechón que le sobresale del casco, que genera incluso simpatía, es una amenaza constante. Aleta de tiburón. Alteró a Vingegaard. Van Aert, el ángel de la guarda del líder, se lo metió en el bolsillo para que respirara con algo de serenidad en un final febril, una coctelera agitada.
LAPORTE, VENCEDOR
Wright, Stuyven y Gougeard se aliaron en ese pandemónium para lanzarse hacia Cahors entre repechos y carreteras secundarias. La paz no existe en el Tour. Es una entelequia. Una utopía. Es una lucha por la supervivencia. Se trata de seguir huyendo hacia delante para encontrar una onza de calma, un chasquido de tranquilidad. Todos corrían con ansiedad junto al río Lot, perturbados, como si se escapara la vida, bebiéndola a grandes sorbos, mordiéndola como esos personajes de Kerouac En el camino en los abismos y los márgenes de las aceras de la vida.
El callejero de Cahors era un barullo. Los garabatos de las ciudades. Van Aert guió al líder. Después de completar el trabajo, el belga estiró las piernas. Las puso en barbecho. Vingegaard entró en la zona de protección una vez atravesado el Lot, con reminiscencias al Rubicón. Alea jacta est.
Laporte recogió el guante de Van Aert, su testigo, y en un final respingón, demostró su superioridad. El francés, esprinter reconvertido a multiherramienta en la factoría neerlandesa, hizo lo que se esperaba del belga. “Ganar en el Tour es algo excepcional. Wout también podría haberlo hecho, pero ha dejado que fuera yo. El equipo ha decidido que la etapa hoy era para mí”, apuntó el vencedor. Van Aert desconectó a la espera de la crono de este sábado, donde partirá entre los grandes favoritos. El todopoderoso Jumbo sigue de fiesta. Sumó la quinta victoria con Laporte tras las travesuras de Pogacar, que sigue al acecho. El esloveno amenaza a Vingegaard.