Todos, sin excepción, hablamos con nuestros perros. Tratamos transmitirles mediante palabras lo que esperamos de ellos o como nos sentimos. Y es normal: hablar es para los humanos una forma innata de comunicación. Y cada especie trata de comunicarse con las herramientas que la evolución le ha dado.

Los perros hacen un continuo trabajo por entendernos. Por interpretar correctamente nuestras palabras. Y cómo la palabra, no es su forma de comunicación natural, a menudo se confunden. Y entonces recurren a otros mensajes involuntarios que emitimos más allá de las palabras: observan nuestro la posición y tensión de nuestro cuerpo y nuestras expresiones faciales, seguro que también analizan los olores que desprenden nuestro organismo en situaciones de estrés, miedo, tensión, alegría o calma.

Y con todo ese conjunto de mensajes se hacen una idea bastante acertada de lo que queremos.

El problema es que esta gran habilidad de los perros para entendernos se pone a prueba demasiadas veces. En algunos casos, continuamente. Y eso supone un gran esfuerzo por su parte.

En el otro extremo de esta ecuación, muchos humanos somos a menudo torpes para entender lo que nuestro perro quiere comunicarnos, e interpretamos de manera errónea muchos de sus mensajes.

Diríamos que el perro hace grandes esfuerzos por entendernos y comunicarse, y en cambio los humanos, no le correspondemos.

¿Por qué no se lo ponemos un poco más fácil? ¿Por qué no nos preocupamos por entender el lenguaje de los perros? ¿por moldear nuestra forma natural de comunicarnos para que nos entiendan mejor?