Los coches de segunda mano son una buena opción para quien no quiere (o no puede) pagar uno nuevo o para quien busca un modelo que ya no se fabrica. Pero si el objetivo es ahorrar un dinero es imprescindible estar seguro de lo que se adquiere, para no tener que gastar dinero después en problemas que hemos pasado por alto.
Al no saber la vida que ha llevado ese coche es importante que realicemos una revisión concienzuda de determinados elementos. Algo especialmente importante si hacemos la transacción con un particular que no nos ofrece una garantía en caso de fallos o averías una vez que lo hayamos pagado y puesto a nuestro nombre.
El aspecto externo
Lo primero que vemos es su aspecto externo, que habla de la vida que ha llevado: si tiene abolladuras, si la pintura no es homogénea (señal de que ha sido reparado), si hay signos de óxido, si las piezas ajustan bien, si las lunas y ventanillas están intactas...
También es importante revisar las llantas (sin roturas ni malformaciones) y neumáticos (su desgaste y fecha de caducidad), cuyo estado es clave para la seguridad, y las luces. Si alguna no se enciende, lo hace con poca intensidad u oscila podría haber problemas de alimentación o alternador.
Las pistas del volante
Pasando al interior del coche, el estado de los asientos, de la tapicería y del volante pueden revelar también el uso que ha tenido. Un volante muy desgastado puede hacernos ver que, aun sin tener muchos kilómetros, ha vivido muchos giros, con lo que el vehículo habrá tenido un uso mayoritario en ciudad y en trayectos cortos, con lo que sufre más la mecánica.
Es importante verificar que la electrónica, audio, pantallas y aire acondicionado o climatizador funcionan, el correcto estado de los cinturones y la activación de los airbags; y comprobar que el kilometraje se ajusta a lo que nos han dicho, aunque pocos kilómetros no garanticen un buen estado.
En cuanto al motor, si no entendemos mucho de mecánica apenas podremos escuchar algún ruido extraño y comprobar el nivel de los líquidos (aceite, frenos, dirección, refrigerante y limpiaparabrisas). Un aceite de color muy oscuro nos puede indicar que no se ha cambiado en plazo. También se debe estar atento a si la correa de distribución está cambiada. Se suele sustituir en torno a los 100.000 kilómetros para evitar una rotura que puede derivar en una avería importante. Para descartar males mayores, se puede proponer una revisión en un taller que supla nuestra falta de conocimientos de mecánica.
Probar antes de comprar
En cualquier caso, deberíamos probar el coche antes de comprarlo para tratar de detectar problemas, aunque alguno se pueda escapar. Hay que arrancar el motor, ver que no se enciende ningún testigo y que ofrece el sonido que se espera. También observar el tubo de escape: si hay mucho humo de color blanco, negro o gris azulado puede hacernos sospechar de un problema de motor.
Si podemos, debemos conducir por diferentes tipos de vías para comprobar si los frenos funcionan bien con frenadas leves, progresivas y de emergencia. Si chirrían o el tacto del pedal es muy esponjoso hay que desconfiar. Además, el pedal del embrague no debe estar muy blando y las marchas deben entrar con suavidad.
También hay que chequear la suspensión: si en curva el coche no se mantiene estable, si suena o si rebota mucho algo falla. Sobre la dirección debemos verificar que no hace ruido (fallo de la rótula), el coche no se desvía con el volante recto (mala alineación de las ruedas) y de que al girar no le cuesta volver a su posición (problema en la cremallera).
Documentación e informe de Tráfico
Pedir la documentación resulta básico. Con el libro de mantenimiento podremos comprobar si el coche ha pasado las revisiones pertinentes, qué reparaciones se le han realizado y el kilometraje acumulado en cada visita al taller. Además, debemos solicitar un informe de Tráfico (con la matrícula o el número de bastidor nos basta) para comprobar si cuenta con el permiso de circulación y la ITV en regla y si tiene alguna carga que nos pueda salpicar a nosotros a posteriori.