Lola Almendros, investigadora sobre los problemas asociados a las tecnologías de la información y la comunicación y a la Inteligencia Artificial y doctora en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Salamanca, ofrece hoy en Gasteiz una conferencia bajo el título Las sociedades actuales y sus redes: evolución, participación y convivencia. Interviene en el marco de la decimonovena edición del Congreso de Estudios Vascos que organiza Eusko Ikaskuntza. El cónclave reúne a cientos de personas y decenas de expertas y expertos con la cohesión como eje y fijando la mirada en el bienestar, la sociedad y el territorio. Almendros desentraña los retos sociales que han de afrontar las sociedades contemporáneas, no solo las tecnológicas y políticas, sino también la humana.
Vivimos en una sociedad rodeada de tecnología a todas horas y con más herramientas para acceder a información, pero parece que nos perdemos en esa maraña de tanta información y por ello estamos menos informados
—De entrada, conviene aclarar que no es lo mismo conocimiento que información ni tampoco datos. Conviene tener claro que tener más información no significa necesariamente tener más conocimiento, que tener más acceso a información tampoco implica tener más información y que tener más información tampoco implica tener mejor información. Si a todo esto se le añade una circunstancia cada vez más creciente de incapacidad por parte de las personas de tener un sentido crítico a cerca de la información que les llega, el resultado no puede ser positivo. Hay un gran problema en relación con los softwares de Inteligencia Artificial ligados al lenguaje natural que se dedican a producir textos y noticias, así como contenidos de todo tipo. No se ha tenido en cuenta cómo se ha hecho el intento de regulación de la UE y que, si al final la fuente de información que tenemos se convierte también en fuente de contraste, no hay otro mecanismo para poder discernir qué es verdad y qué es mentira y de poder tener un sentido crítico y de tener herramientas para valorar los discursos.
En poco tiempo las redes sociales se han convertido en el centro de nuestras vidas. ¿Ayudan en la construcción de un sentido crítico o, al contrario, nos tienen atrapados y dominados?
—Estar todo el día embebido en este tipo de tecnologías hace que no tengas espacios de análisis de tu propia vida, de tus propios valores y de tus propias creencias. Además, el auge de determinadas patologías de salud mental está muy ligado a este tipo de herramientas, que hacen que no nos tengamos que hacer cargo de nuestros problemas porque al final te quedas en una especie de limbo durante horas.
Nos han cambiado los esquemas de funcionamiento.
—Quienes hemos vivido en un tiempo anterior a esta explosión tecnológica sabemos que las tardes duraban mucho más, que los fines de semana y las vacaciones eran mucho más largas. Esa percepción del tiempo ha cambiado, a peor. Por otro lado, otro de los grandes problemas es que buena parte de las relaciones sociales que se puedan generar, aparte de que se pueden tener relaciones intersubjetivas con personas que conocemos, son relaciones triviales, en las que no conoces a las personas y solo conoces de ellas lo que se muestra y se consume de ellas; una imagen falsa, jamás se puede saber si es real o no. Al principio en Facebook solo había likes, no había posibilidad de dislikes, era una suerte de buenismo y al final se ha visto que se impone la idea de generar conflicto por cualquier cosa. Las redes sociales no son redes sociales reales y han convertido los espacios de intimidad de cada uno consigo mismo y con otras personas cercanas en espacios vacíos de contenido.
Depende de cada uno limitar o regular el uso de las redes sociales, pero el entorno empuja a utilizarlas si no quieres ser una rara avis.
—Son pocos los que eligen no tener redes y generalmente es porque han vivido en una época previa y son capaces de saber que había una vida distinta. Como mecanismo de socialización para las personas que han nacido a partir aproximadamente de 1996 es impensable no estar ahí, en ese universo, aunque estar ahí signifique no se sabe bien qué. Además, aunque siempre ha pasado que los jóvenes no han sido bien comprendidos por sus mayores, siempre había puntos de comprensión y entendimiento. Ahora, con este cambio, se ha producido una brecha generacional, una incomprensión absoluta por parte de las personas adultas en relación a qué es lo que hacen sus hijos o hijas en este tipo de vida social paralela.
¿Y cómo se corrige esa brecha?
—La tendencia ha sido negativa. Los padres deberían implicarse más en conocer mejor las tecnologías, deberían restringir, poner parches que parece que tienen que ser responsabilidad incluso de las escuelas, cuando realmente se nos ha impuesto una manera de socialización, una manera de utilizar nuestro tiempo ante una serie de empresas que han sabido desarrollar tecnologías psicológicamente adictivas y no echar la culpa a que los padres no controlen a sus hijos, a que desde las escuelas no se enseñe. Ha habido pocas iniciativas que sí consistían en generar espacios de comunicación, donde hubiera una relación con las tecnologías entre adultos y niños que era más de buen uso y de comprensión, en lugar de utilizarlas porque lo utilizan los demás. De haber solución tendría que ser por esa vía.
¿El reto tecnológico ha desplazado por completo al reto humano y cívico?
—Ha habido un auge del movimiento ecologista, una vuelta a este tipo de reivindicaciones. Por un lado, totalmente justificado, pero, por otro lado, es totalmente paradójico. No puede ser que una parte de nuestros jóvenes estén volcados a favor de este movimiento y no sean conscientes de que su comportamiento y uso de las redes sociales produce un enorme gasto energético.
¿Solo en lo relacionado con el ecologismo?
—En cuestiones relativas a grandes movimientos sociales que están teniendo lugar en la actualidad relacionadas con el movimiento LGTBI o el ecologismo conviven en una tensión constante con las cuestiones tecnológicas en el sentido de que hay un mayor coste energético si utilizo este tipo de herramientas. Si atendemos a los factores de ultrasexualización e incremento de todo tipo de violencia de género también se da uso de este tipo de herramientas. Y luego está la idea de los retos tecnológicos como parte de los discursos de los programas y de la clase política, donde falta un entendimiento de cómo funciona el sistema tecnoeconómico.
¿Por dónde está la solución?
—No puede ser que estemos ante la evidencia de que nos vamos al carajo desde el punto de vista climático y ecológico y al mismo tiempo estemos haciendo un gasto energético enorme solo por compartir fotos de una comida en Instagram. Hay poca conciencia del mundo en el que vivimos y ni siquiera nos lo planteamos. Dentro del contexto europeo se da una mala gestión y regulación tanto de la ley de protección de datos y la ley de Inteligencia Artificial. Son marcos legales tremendamente restrictivos y que llegan tarde, cuando quieren promoverse tienen un desfase. Tenían sentido hace cinco años, pero no ahora.
¿Las redes sociales han sustituido a un sentimiento de comunidad, en el que sus miembros se responsabilizan con un colectivo y siempre pensando más en el nosotros que en el yo?
—No solo lo han sustituido, sino que quieren imposibilitarlo. Las redes sociales consisten en una adicción de individuos, generando falsos colectivos. No tiene nada que ver con la idea de comunidad, con la idea de un nosotros, con la idea de proyectos comunes, con la idea de discusión y de democracia participativa. Pensábamos que podían ser herramientas más democráticas, pero con el tiempo se ha visto que no es así. No hay más que ver la tendencia de Twitter desde que Elon Musk lo compró para comprobar que ni es un instrumento para la libertad de expresión, ni es un mecanismo de democratización. Nada que ver con lo que nosotros de manera tradicional entendemos como valores cívicos, convivencia, respeto, tolerancia…
Sus cosas buenas tendrán las redes sociales.
—Este tipo de herramientas dificultan, por su propio diseño, la participación y la convivencia. Ahora bien, es cierto que existe la posibilidad de desarrollar usos que pudieran ser positivos, pero también es cierto que siempre están ligados a una estructura que viene dada. Se podrían utilizar en un buen sentido, pero al final ese uso implica algo básico como es la gestión de los datos. Sería mucho más productivo el desarrollo de otro tipo de herramientas, pero las actuales están ya estandarizadas y el uso es generalizado, lo que hace que el desarrollo de otro tipo de herramientas, además de ser muy caro, es tácticamente imposible
¿Tiene el ciudadano opciones reales para participar en la toma de decisiones de las cuestiones que le afectan o es un maquillaje de los gobiernos y los partidos?
—Tal como están montados los sistemas parlamentarios en el contexto europeo, y en el español en particular esa es una gran mentira. La idea de la democracia representativa lleva muchos años en crisis, circunstancia que, en su día, provocó el auge de Podemos. Es paradójico que se tienda a vanagloriar la idea de globalización cuando las acciones productivas se hacen a nivel local.