“Si te digo con quién voy en el tranvía no te lo vas a creer...”, susurra una mujer por el teléfono a su interlocutor. No es para menos; a su lado viaja Marijaia. Una sonrisa se asoma en el rostro de cada viajero que la descubre y los móviles empiezan a disparar fotografías. Y ella sonríe, coqueta; sabe que, durante nueve días, es el centro de atención. Acaba de visitar a los niños que están hospitalizados en Basurto, junto a la pregonera, la txupinera y la troupe del circo, y vuelve a su cita diaria en el concurso gastronómico. Si los expertos recomiendan 10.000 pasos al día, Marijaia tiene el cupo más que cumplidos. Desde que el txupin anunció el inicio de Aste Nagusia, no hay rincón ni acto festivo que se pierda; los fans se arremolinan a su alrededor cual nube de paparazzi y no hay niño que no grite a su paso y la salude con sus manitas. “¡Aupa, Marijaia!”, se oye en cada esquina.
No es muy madrugadora pero a las 9 de la mañana Marijaia ya está pasando por chapa y pintura en el Teatro Arriaga. Es aquí donde duerme, aunque no siempre ha sido así. “Hace años se quedaba en la calle toda la noche, en un baldaquino en la puerta del Arriaga o en la zona de San Nicolás”, explica Toño Valdivieso, su estilista personal, mientras le atusa los rizos. La verdad es que poco más necesita; estirarle un poco los guantes, ajustarle el pañuelo y a la calle. Aste Nagusia cruza el ecuador y algunos enganchones en la camisa revelan el paso de los días. “La gente la cuida bastante, antes le daban muchos tirones”, admite Toño. ¿Y si alguien se le acerca con demasiada efusividad katxi en mano? “Tira para adelante, todos nos manchamos”, explica. Su falda se va llenando de pegatinas e incluso de chupetes que le entregan algunos niños, “como a Pichichi”. Ni con la lluvia se amilana Marijaia. “Aunque coja un catarro una semana ya aguanta, ¿no?”.
La reina espera paciente al tranvía que la llevará a su cita de todos los años con los niños del hospital de Basurto, junto a los artistas del circo. Sus acompañantes, los comparseros y el propio Toño, desmontan los tubos que, junto al arnés del portador, sirven para llevarla de lado a lado, y la inclinan para entrar al vagón. “Menudo pasajero de lujo que llevamos hoy”, exclama el conductor, que sale de la cabina a sacarle una foto. Hasta la supervisora hace la vista gorda cuando alguien le avisa de que no lleva mascarilla. “A ella la podemos dejar, ¿no?”, sonríe. Son los comparseros los encargados de llevarla y traerla, de que cumpla con su apretada agenda y no falte a ninguna cita. “Está todo el día moviéndose por el recinto festivo y los diferentes actos; las comparsas tenemos un calendario y cada una se la lleva unas horas cada día si tienen un acto especial”, explica Arkaitz Peña, de Bilboko Konpartsak.
En la kalejira hasta el centro hospitalario, coches, autobuses y hasta ambulancias hacen sonar sus cláxones cuando la ven pasear por la acera, acompañada de un grupo de txistularis. “Marijaiaaaaaaaaaa”, se escucha desde el balcón de una vivienda cercana. La reina de Aste Nagusia se contonea, coqueta, con su particular golpe de cadera. Hay quien comenta que este año ha cogido algo de peso y tienen razón; es normal, después de dos años sin fiestas. “Entre el armazón, que es de cartón, y la tela de la falda le ponemos un borreguito para que no se enganche y el de este año era más gordo”, desvela Valdivieso. Sus caderas no son asimétricas, para darle más realismo. Este año luce camisa rosa salmón y falda de flores, además de un precioso pañuelo de encaje y lentejuelas fucsia; el propio Toño, junto a Mari Puri Herrero, se encargan personalmente de elegir las telas –casi ocho metros solo para la falda–, siempre buscando colores vivos que la hagan brillar con luz propia. “Le quedan mejor los colores lisos por arriba, ¿no?”, abre la polémica. Tardan mes y medio en tenerla lista: una estructura de cartón para el cuerpo, la cara y la cruceta central de madera; la hierba con la que la rellenan la cortan en las faldas de Gorbeia, en una noche de luna llena. Y siempre tienen un doble en la recámara, no vaya a pasar como aquel año que alguien la quemó antes de tiempo. “Hubo que rehacerla en un día, una locura”, rememora. En otra edición, desapareció durante todo un día; no estaba en el Arriaga por la mañana y hubo quien juró haberla visto en Gasteiz e incluso en Iruñea. Al día siguiente reapareció en el teatro pero nadie supo decir qué había pasado...
Tras la visita al hospital, toca volver a El Arenal; su cita con el concurso gastronómico es ineludible. Marijaia aguanta estoica bajo un sol abrasador, mientras unos minutos más de 50 personas forman una cola para sacarse la foto de rigor, palmas en alto para la instantánea. Aviso a los despistados: aunque no lo parezca, no lleva los brazos estirados, sino ligeramente arqueados, en gesto de baile. Hoy la ha invitado a comer Abante, que celebra su bertso bazkaria, y ella acepta encantada. Otras tardes le tocará sesión de aerobic, hiri krosa o campeonato de mus. Se retira pronto a descansar; las fuerzas no le dan ni para ver los fuegos artificiales, agotada tras un intenso día. Y aún quedan cuatro más... Gabon, Marijaia.