La Sociedad de Ciencias Aranzadi ha regresado esta semana a la cima del monte Babio, en Izoria (Ayala), para llevar a cabo la cuarta de las cinco campañas arqueológicas previstas para desentrañar los secretos del poblado fortificado del Bronce Final-Edad del Hierro –es decir, de entre los años 1.200 y 500 antes de esta era– que allí se encuentra.
La excavación dirigida desde su inicio en 2018 por el arqueólogo local y miembro de Aranzadi Jon Obaldia Undurraga dio comienzo el lunes y se extenderá hasta el 13 de agosto, aunque este sábado aceptará visitas. “Quien quiera acompañarnos solo tiene que presentarse en el yacimiento, a las 11.30 horas, y desde allí guiaré un recorrido por todo el perímetro del castro, que tiene una superficie total de 10 hectáreas, y, tras la debida contextualización cronológica y espacial, se explicarán los trabajos que se vienen realizando en los últimos años, haciendo hincapié en las diferentes metodologías arqueológicas empleadas”, adelanta Obaldia, que también explicará a los asistentes el sistema defensivo de doble muralla descubierto, vinculándolo a su hábitat, economía o explotación del medio, de cara a que se pueda comprender la razón de su existencia y su relación con los poblados coetáneos de los alrededores.
Y es que el de Babio presenta una tipología defensiva de dos murallas paralelas concéntricas que abrazan la cumbre, calcada al existente en la cercana cima de Peregaña, en la localidad ayalesa de Oceka, que abarca 20 hectáreas. “Ambos son muy grandes para la época. En Babio hablamos de una muralla de 247 metros y otra de 600, y de bastante altura, en una ubicación sumamente estratégica, pues desde aquí podían controlar la entrada y salida de mercancías, tránsito humano, e incluso militar, a todo el Alto Nervión”, subraya. De aquí que la investigación en este asentamiento protohistórico haya tenido siempre como objetivo estudiar el sistema defensivo, así como delimitar el espacio de las viviendas. “Sabemos que existían, pero aún no hemos encontrado ninguna de las estructuras en la zona aterrazada del yacimiento”; algo que también les está ocurriendo con la necrópolis. “Seguimos buscando. No damos con ella”, lamenta.
Segunda muralla y accesos
Y es que dada la superficie del poblado no resulta fácil encontrar construcciones o restos de interés, y por ello están recurriendo, campaña tras campaña, a realizar sondeos. “Iremos una veintena. En los de hace dos años hayamos la pared interior de la segunda muralla, que está muy bien conservada, y el año pasado, iniciamos un 2x3, a concluir este año, de cara a tener dos puntos de referencia de las murallas y poder compararlas, para ver si son similares en estructura y, por tanto, coetáneas, o si se hicieron en épocas diferentes”, avanza.
Asimismo, realizarán nuevos sondeos en los accesos, para ver cómo se configuraban las entradas al poblado, y continuarán investigando en la cara interna de la primera muralla, donde el año pasado encontraron las, de momento, joyas del yacimiento: una estela y una quesera. La primera –una pieza de 40 centímetros de largo, 20 de ancho, un grosor de entre 10 y 15 centímetros y un grabado superior, que analizarán, echando mano de la documentación, de cara a poder interpretarla– “la encontramos en el relleno de la muralla interior, que parece tenía una poterna o hueco de conexión con la exterior, pero desconocemos su función. Quizás espiritual, pero es algo por confirmar”, subraya. Lo que sí sospechan es su importancia ya que, pese a que “las líneas y trazados son muy simples, están hechas adrede y a cara vista. Algo muy raro, teniendo en cuenta el enlucido impermeable o pulido que utilizaron para conservar la piedra caliza que integra la muralla”.
Por lo que respecta al otro fragmento, “tiene tres agujeros claramente definidos en su parte inferior, y se aprecia el arranque de otras cuatro hendiduras por las que se expulsa el suero del producto lácteo. Estamos ante una pieza importante que nos confirma el carácter ganadero de los moradores de esta cima en la época prerromana, y que nos ayuda a comprender parte de lo que ya sospechábamos”, subraya Obaldia, en referencia a la ingente cantidad de restos óseos animales como “vacas y cerdos pero, sobre todo, de cabras y ovejas”, que están encontrando desde el inicio de la investigación. Y es que el hallazgo hace pensar al experto que “más que por la carne, criaban ganado por la leche y el queso”, al igual que continúan haciendo hoy día los pastores de la zona; aunque al carácter ganadero, hay que añadirle el agrícola, “porque también hemos encontrado semillas”, añade. A ello se suman numerosos restos cerámicos, en su mayoría de utensilios de cocina como ollas gruesas para almacenaje de cereales o platos, que cada año se datan, limpian y restauran.
Convenio institucional
Cada campaña está siendo financiada mediante un convenio, por el que el Ayuntamiento de Ayala aporta 10.000 euros, así como la ikastola Etxaurren para pernoctar y el txoko social de la Junta Administrativa de Izoria para trabajo de laboratorio. Mientras, el trabajo de campo e investigación corre a cargo del equipo de Aranzadi, dirigido por Obaldia, en el que este año había nueve plazas, generalmente ocupadas por restauradores, doctorandos y arqueólogos o historiadores recién graduados que tienen que excavar para coger experiencia. Otra pata importante del proyecto es la asociación etnográfica Aztarna de Amurrio. De hecho, su fundador, el ya fallecido sacerdote Félix Murga, fue quien descubrió el yacimiento en 1981 y en sus acólitos se ha mantenido hasta nuestros días el interés por conocer más sobre este enclave y que no quede en el olvido.