Ah, qué tiempos aquellos, los de los viejos campeones acumulando kilómetros y reduciendo peso en carreras periféricas donde portaban el aura, el palmarés, el nombre y kilos de más. Ni una brizna de competitividad les barnizaba el cuerpo, que aún necesitaba ser esculpido y recortado.
Ninguno de ellos corría de verdad hasta bien entrada la primavera. Febrero era un mes de barbecho, una simple aproximación a los objetivos del curso, que no tenían cabida en invierno, un congelador de deseos.
Tiempo para entrenamientos con imperdibles. Dorsales con jerarquía pero sin ambición en esas pruebas menores, de humilde rango. Carreras para los demás, para los teloneros, los aventureros y los descamisados.
Ay, esa época de slow cycling, paciencia y objetivos concretos, subrayados con fluorescente. Citas únicas donde confluían los campeones después de escalar la campaña a través del calendario.
La idea del almanaque se ha evaporado entre concentraciones y carreras a tope en estos tiempos de hipercompetitividad, exigencia al límite y urgencias varias. El ciclismo es un bucle, un continuo. La rueda de un hámster, siempre en movimiento.
En ese ecosistema, los campeones lo son a tiempo completo. No se admiten distracciones ni balas de fogueo. Nada se deja. Ni las raspas. Todo vale un potosí.
El método Froome, en desuso
El planteamiento de Froome, el último en conquistar cuatro veces el Tour, que fiaba toda su preparación a la Grande Boucle sin conseguir grandes hitos, parece un relato extraño en días como estos. El británico siguió en gran medida la tradición de los anteriores ganadores.
Los campeones de hoy no se pueden permitir eso, envueltos todos ellos en la espiral de ganar o ganar en cada aparición bajo los focos como sucedió con Eddy Merckx y Bernard Hinault, las figuras que mejor conectan con el modus operandi del presente. Campeones el belga y el francés que todo lo querían.
El cambio de Vingegaard
Hasta Jonas Vingegaard, el último ganador del Tour, ha variado su discurso ciclista desde que entrara en los incunables de la carrera más grande del mundo. El danés ha cambiado el enfoque. Cada carrera cuenta para él.
Lo evidenció en su puesta en escena en O Gran Camiño. La prueba, en su segunda edición, heredera de la extinta Vuelta a Galicia, abrió el hambre del danés. Vingegaard arrasó en tierras gallegas. Inmisericorde.
El última campeón del Tour se testó en cada palmo del terreno. Facturó una victoria estupenda, sin que nadie fuera capaz de sombrearle. El nórdico se encendió, iluminado. Venció tres etapa y la general. Un botín excelente, inmejorable.
Demostró su capacidad en las montañas, que dominó, y en la crono de cierre, donde su superioridad resultó abrumadora. Su incontestable victoria le abrió el apetito, insaciable el danés.
“Quiero intentar ganar tanto como sea posible. Todavía estoy ansioso por ganar y todavía quiero ganar muchas carreras. Creo que para mí esta es la preparación perfecta para París-Niza. Estoy muy feliz y orgulloso de ganar todas las etapas y también de ganar la general. Así que supongo que no podría ser mejor”, argumentó Vingegaard tras los fastos de Santiago de Compostela. El danés es ahora un apóstol del ciclismo donde no existe la pausa ni el ayuno, contagiado por Tadej Pogacar, su gran rival para el Tour.
Pogacar y el Canibalismo
El esloveno, campeón del Tour de 2020 y 2021, derrotado en Francia el pasado curso por el danés, representa esa idea de voracidad ilimitada. Hasta Eddy Merckx señaló al esloveno como heredero del canibalismo por su capacidad de ganar y su actitud de ver cada carrera como un escenario ideal para el triunfo.
El despertar del curso de Pogacar, que entiende el ciclismo de forma divertida y lúdica, al asalto, fue inmejorable. Venció en Jaén y se hizo con la Vuelta a Andalucía tras ganar tres etapas. El esloveno no tiene previsto renunciar a nada. Se exhibió en la Clásica de Jaén y en Andalucía aplastó a sus rivales, con más colmillo que los que se encontró Vingegaard en Galicia.
El danés atacó con más cálculo, fiel a su manual de estilo. Con todo se notó la influencia de Pogacar. Vingegaard, con su dominio en Galicia, también pretendió responder al despliegue del esloveno una semana antes.
Pogacar y Vingegaard, primer asalto
Ambos juegan al ajedrez hasta que se encuentren a partir del domingo en la París-Niza, su primer encontronazo. “Sí, él lo está haciendo muy bien también, pero yo solo me preocupo por mí, por hacerlo lo mejor posible. Y, sí, voy a ir a la París-Niza para intentar ganar”, anunció Vingegaard, que presenció las exhibiciones de Pogacar desde la distancia.
Más tarde se encararán en el Tour
, su verdadero enfrentamiento. En el camino, Pogacar, que suma 51 victorias en el profesionalismo, no hace prisioneros. Atacar es innegociable para él.
El cálculo de Evenepoel
Remco Evenepoel, campeón del mundo y de la Vuelta, no estará en el Tour. Su objetivo es el Giro, pero al igual que el danés y el esloveno, su desempeño al comienzo de la campaña ha demostrado que su ambición continúa intacta. El prodigio belga se llevó el UAE Tour. Corrió con cierto cálculo cuando lo necesitó, pero tuvo la carrera bajo control desde que se vistió de líder en la crono por equipos que logró junto a sus compañeros.
Con la victoria en la cita del desierto, Evenepoel suma su undécima general. En su palmarés también asoma una Lieja-Bastoña-Lieja y dos ediciones de la Clásica de Donostia para totalizar 38 victorias con apenas 23 años. En los nuevos y asfixiantes tiempos que corren y tanto exigen, los campeones no descansan.