La catástrofe provocada por las inundaciones es evidente, aunque la situación podría haber sido todavía peor. Así, todos los daños, a pesar de ser muy importantes, podrían haber sido mucho mayores si no llega a ser por la laminación realizada por algunos embalses de la cuenca del Ebro.
Hay que destacar el efecto que tuvieron los embalases de Ullívarri y de Urrúnaga sobre la cuenca del Zadorra y sobre el tramo riojano del Ebro, Itoiz y Yesa sobre la cuenca del Irati, el Aragón y los tramos navarro y aragonés del Ebro.
Las afecciones evitadas con la gestión de estas presas fueron tremendamente relevantes ya que, en régimen natural, ésta habría sido la avenida más importante ocurrida en la cuenca del Ebro desde que existe el SAIH (año 1997) y una de las más grandes del último siglo.
De esta manera, para hacerse una idea, el caudal máximo que habría circulado por las zonas de Castejón y Tudela en régimen natural, es decir, en caso de que no hubiesen existido los embalses, se estima que habría sido cercano a los 4000 m³/s, superando en unos 400 m³/s a la riada de febrero de 2015, en unos 600 m³/s a la de diciembre de 2019 y en algo menos de 1000 a las de febrero de 2003, enero de 2013 y abril de 2018.
El aforo de Tudela registró, en total, un caudal máximo de 2759 m³/s, por lo que el conjunto de las presas redujeron los caudales en el tramo medio del Ebro en más de 1000 m³/s.
Por otro lado, en la cuenca del Irati, el embalse de Itoiz redujo los caudales en Liédena de 1250 m³/s a 800 m³/s.