Anochece el 4 de agosto y la imagen de la Virgen Peregrina se queda sola en el museo de la Zapa que alberga la colección de faroles de la ciudad. Las 22.00 horas es un momento mágico para los cofrades de la Virgen Blanca que en procesión se cruzan con los asistentes a la bajada de Celedón que, tras cambiarse de ropa, regresan al centro para retomar la fiesta hasta que el cuerpo aguante.
Cada misterio de la procesión de los faroles está compuesto por 15 o 16 personas y al frente un responsable. En total, 370 cofrades participan en el recorrido flanqueado por decenas de devotos que procesionan y rezan. Este año, doce nuevas luminarias alumbran a la virgen; en total, 277 piezas a las que se van añadiendo incensarios restaurados, velones y faroles clásicos.
El recorrido tiene su encanto; silenciosos devotos que se cruzan con bulliciosos fiesteros; paseantes que se detienen al paso de los faroles y fieles que siguen la procesión desde las aceras.
Centenaria tradición
Se tienen noticias de la procesión de los faroles desde 1895; por aquel entonces se portaban farolillos de cartón y cera. Y, al igual que la bajada de Celedón surgió de un grupo de amigos, el recorrido de los faroles se debe a Manuel Díaz de Arcaya, quien se propuso dar mayor esplendor a la procesión.