CONCIERTO DE LA MARAVILLOSA ORQUESTA DEL ALCOHOL
Todo lo que viene se va y los Sanfermines de este año, tan anhelados por todos después de dos años sin poder vivirlos, van encarando su recta final. Pero no seamos catastrofistas y veamos el vaso medio lleno, que todavía quedan momentos por exprimir. Por de pronto, a la música de la Plaza de los Fueros todavía le restaban un par de buenos cartuchos por disparar. El penúltimo concierto de las fiestas, celebrado el martes 12, corrió a cargo de La Maravillosa Orquesta del Alcohol. El combo burgalés, que se prodiga mucho por estas tierras y certifica en cada una de sus visitas la enorme cantidad de seguidores que aquí atesora, venía a presentar en directo su trabajo más reciente, Nuevo cancionero burgalés, publicado el pasado año y en el que han adaptado a su sonido rockero varias canciones populares castellanas (en realidad, lo que más han respetado han sido los textos, ya que en las melodías se han permitido mayores licencias). Una buena manera de maridar tradición y modernidad, y también, por qué no decirlo, de poner en valor el acervo cultural de las provincias, en estos tiempos en los que tanto se habla de “la España vaciada”. Por cierto, el álbum tiene un nexo importante con Navarra, y es que fue producido por Gorka Urbizu (ex cantante de Berri Txarrak), con quien ya habían colaborado con anterioridad.
La plaza, que estaba llena a rebosar, estalló en una estruendosa ovación cuando el septeto apareció sobre el escenario. Como siempre, ellos lucían su característico atuendo compuesto de vaqueros y camisetas interiores blancas y sin mangas. Comenzaron con las canciones que abren su último trabajo, Un lunes y La molinera, dos medios tiempos que enardecieron al público de las primeras filas, pero fue Una canción para no decir te quiero la que consiguió que también el de los laterales y la parte trasera se metiera en la actuación, sobre todo después del grito que soltó David (“¡Iruñaaa!”). El resto del grupo mezclaba bien los sonidos de sus instrumentos, facturando un rock asilvestrado y salpicado con innumerables de pasajes de folk, de blues y de country. El primer momento de gran comunión llegó con La inmensidad, en la que dejaron al público cantando a solas el estribillo. Iniciaron entonces un crescendo veloz con los ritmos trotones de Mil demonios, cuyo acordeón nos trasladó a una taberna irlandesa, el cuasi western de La vieja banda, con toda la plaza dando palmas, o PRMVR, en la que muchos de los que estaban sentados en el césped se animaron a bajar a bailarla sobre el adoquín; lo del adoquín es un decir, pues había tanta gente que apenas se podía ver el suelo. Nuevamente, un grito desgarrado de David espoleó a la muchedumbre (“¡Vamooooos!”).
La sensualidad del saxo fue la protagonista de Catedrales. La vuelta sonó más pausada, y el breve receso se mantuvo con Banderas sin color, pero terminó bruscamente con Quién nos va a salvar, también muy bien acogida por los que allí estaban. Recordaron a su amigo Gorka Urbizu; “conocerle y poder trabajar con él ha sido una de las cosas más bonitas que nos han pasado en la música y en la vida”, dijeron al presentar Himno nacional, que dedicaron al navarro. En Hay un fuego, David bajó al foso y la cantó junto al público de las primeras filas. Cuando subió de nuevo al escenario, agarró su guitarra y los siete se emplearon a fondo en la rockera y furiosa El camino, de su epé 7:47 (ni un minuto más), aquel que grabaron a las órdenes de Steve Albini (cadi nada). Colectivo nostalgia marcó otro momento especial de la noche, un tema muy desnudo, sostenido por el piano y en el que pidieron al público que encendiera las linternas de los móviles, provocando así una hermosa estampa. En los bises llegó la apoteosis, como debe ser. Nómadas, 1932, una aplastante Héroes del sábado y Mañana voy a Burgos. Por cierto, mientras se despedían sonaba por los altavoces Otro día en la tierra, de los navarros de Monte del Oso. La ovación fue larga y prolongada. Jugando con el título de una de sus canciones más celebradas, habían sido los héroes del martes.