Que en Aste Nagusia ha habido autóctonos y visitantes para exportar se veía a simple vista. Faltaba ponerles cifra –más de 1,6 millones de asistentes, según el balance realizado por el Ayuntamiento de Bilbao– y cuantificar el impacto económico de las fiestas en la ciudad, que ha ascendido a 110 millones de euros. Y faltaba también testar cuál ha sido la impresión del sector hostelero, uno de los más castigados durante los dos últimos años a causa de las restricciones por la pandemia. Pues bien, en nueve días muchos han hecho el agosto y superado sus mejores expectativas.
Con el buen sabor de boca que les ha dejado el paso de Marijaia por el calendario y sus negocios, no son ajenos, sin embargo, a las noticias que auguran un otoño y un invierno de apretarse el cinturón. Los precios y la inflación disparados por la invasión de Ucrania no invitan a un buen pronóstico y el sector espera con incertidumbre y preocupación los próximos meses, aunque también hay optimistas que confían en aguantar el tirón una vez la población supere los miedos iniciales.
“El otoño nos preocupa”
Lo que está claro, como apunta Boni García, responsable del Café Lago del Casco Viejo, es que “Bilbao no es un destino turístico de playa” y, por mucho que en fiestas se hayan llenado las cajas registradoras, no pueden pasar la próxima temporada viviendo de las rentas. “Cada cosa tiene su momento. Las infraestructuras que tienen nuestros propios negocios son de continuidad. No son de hago la temporada, finiquito y cierro. Aquí hay que seguir y eso nos hace a nosotros muchísima falta”, explica y reconoce que el futuro a corto plazo “no deja de preocuparnos porque parece que el otoño viene distinto. Estamos pendientes porque las noticias no son demasiado alentadoras y eso nos preocupa. Pero ahora lo que tenemos encima es una expectativa muy buena de que se ha trabajado mucho, muy bien, y la gente está muy contenta”, señala, disfrutando del éxito de las fiestas.
Tras un par de años de vacas flacas por culpa del coronavirus, que impidió la celebración de las dos ediciones anteriores de la Aste Nagusia, los hosteleros han tenido más que un respiro –económicamente hablando– durante la pasada Aste Nagusia, a reventar de público. “Son las fiestas que nos merecíamos porque veníamos de donde veníamos y esto ha sido una explosión de gente en la calle. Nos la esperábamos, pero ha sido más todavía. Se ha cumplido el objetivo. Creo que se ha hecho bien, la gente se ha divertido un montón”, valora García.
De hecho, las fiestas le han dejado a este veterano hostelero estampas que no había visto en su vida. “El Casco Viejo ha estado como nunca. Yo nunca lo había conocido así. No es que había gente, es que estaba toda la gente. No nos han dejado ni sosegarnos”, comenta satisfecho. Además, señala, “ha habido muchos escenarios, no solo el Casco Viejo como sitio elegido, sino que ha habido una parte de arriba más tranquila, con otra perspectiva de paseo y de negocio, pero también muy divertida y alegre. Se ha consumido bien”, recalca y destaca el aumento del turismo. “Ha habido muchos turistas. Se ven cada vez más franceses, que han perdido el miedo a venir, y mucho italiano”, detalla.
“Da rabia que no aparezcan”
Tampoco se puede quejar, al hacer balance, Sergio Zarate, propietario y chef del restaurante Zarate, ubicado en Licenciado Poza. “Hemos tenido todo completo todos los días, mediodía y noche, pero hemos notado que las mesas eran más pequeñas, de dos, tres o cuatro personas. Lo máximo que hemos tenido ha sido una mesa de siete y eso no era habitual en fiestas. No ha habido grupos grandes de tirar la casa por la ventana”, comenta como curiosidad.
No es lo único que les ha llamado la atención. “También hemos notado –dice– muchísima falta de respeto. Ha habido mogollón de mesas que se han reservado y luego no han aparecido. No tienen ni la decencia de coger el teléfono y llamarte para decirte que no van a venir y cada vez pasa más”, lamenta. De hecho, en su restaurante están pensando seriamente en pedir el número de la tarjeta bancaria a la hora de hacer las reservas. “Toda la vida llevamos planteándonoslo, pero era casi anecdótico. Al final de año perdíamos dieciséis mesas, pero es que cada vez son más. Esta Aste Nagusia habremos perdido quince mesas y tenemos nueve. A mí si un día me fallan dos mesas me están quitando el 30% de la facturación”, lamenta Zarate, quien, sin ánimo de generalizar, dice que “los más informales son los extranjeros, sobre todo, europeos”.
Al perjuicio económico causado se le une el malestar por no poder dar servicio a otros clientes. “Da mucha rabia que reserven y no aparezcan porque ha habido muchísima gente que ha llamado para pedirnos mesa y no tenía. En un bar puedes absorber más volumen de trabajo metiendo más gente o haciendo esperar un poco más, pero en un restaurante, una vez que se llenan las mesas...”.
Por lo demás, se muestra satisfecho. “Se veía ambiente disfrutón. La Aste Nagusia ha sido el colofón del verano, porque el verano ha sido muy bueno. Hemos trabajado muy bien incluso en junio; sobre todo, en julio y agosto y, ya en Aste Nagusia, ni te cuento. Estamos trabajando a tope, a ver cómo viene el invierno”, deja en el aire, evidenciando “la incertidumbre” reinante por la inflación. “Yo soy optimista. Llevamos escuchando que si el gas, la electricidad, Ucrania... varios meses y, sin embargo, yo he visto que la gente consume y sale y está con muchas ganas. Eso me hace ser optimista. Ojalá sea como pienso que va a ser...”, se muestra expectante.
“El botellón se nota”
Para Yolanda Etxebarria, responsable del bar Urdiña de la Plaza Nueva, también ha sido una Aste Nagusia muy buena. Sin embargo, pese a la gran cantidad de gente, asegura que ya no se consume en cuadrillas como antaño. “Hay muchos actos gratuitos y la gente, sobre todo, los jóvenes, hacen botellón y eso se nota en la hostelería”. Con eso y con todo asegura que estas fiestas han supuesto un sople de aire fresco, tras una dura etapa para el sector hostelero. “Si normalmente un mes se venden treinta barriles de cerveza, en fiestas hemos duplicado la cifra”, concreta. También cervezas La Salve ha aumentado sus ventas en Aste Nagusia. De hecho, su consumo “ha crecido un 9% en volumen y un 15% en valor” con respecto a la edición de 2019.
Entre los clientes que han pasado por el bar Urdiña muchos eran extranjeros que han disfrutado como un bilbaino más. “Ha habido mucho francés, alemán e italiano”, señala. Ahora toca descansar para recuperarse no solo física, sino también mentalmente, de una semana de duro trabajo. Eso sí, con la vista puesta en el otoño. “Va a ser duro”, aventura Yolanda, quien asegura que la incertidumbre a la que los hosteleros están acostumbrados no termina de desvanecerse. “En invierno no hay tanto turismo y la gente en verano lo ha dado todo. A ver qué pasa al final del año”, concluye.
Como nunca llueve a gusto de todos, en el Hotel Raddison de la Gran Vía estaban deseando que Marijaia se despidiera. “La terraza ha funcionado normal, pero la ocupación ha sido muy baja. Al fin y al cabo nos pusieron un escenario delante y, al otro lado, música hasta las cinco de la madrugada, así que estamos contentos de que pasen las fiestas”, reconocen.