La sexualidad es una faceta intrínseca al ser humano y como tal ha estado presente en todas las culturas. Al igual que la humanidad, ha ido evolucionando y se ha representado en pinturas, esculturas y libros hasta llegar a la pornografía actual que supone una amenaza para las mujeres y los jóvenes. Ana Valero, profesora de Derecho Constitucional en la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM), explicó el pasado jueves en la Universidad Pública de Navarra (UPNA) cómo se han desarrollado estos cambios y cómo debería ser la pornografía.
La conferencia La libertad de la pornografía, homónima al libro de la ponente Ana Valero, fue la encargada de dar comienzo al ciclo Escuela de Democracia de la UPNA, dirigido por el profesor de Derecho Jorge Urdánoz. La escuela persigue “sensibilizar en los valores de la democracia y los Derechos Humanos”.
Valero empezó haciendo un repaso a cómo se ha representado la sexualidad a lo largo de la historia. La sexualidad se representaba en la antigua Roma, la Grecia clásica o el Renacimiento vista desde la belleza y no era heterosexual y monógama. En Oriente incluso se vinculaba al ámbito espiritual. Fue en la Edad Media cuando “la idea del pecado cristiano la convirtió en parte del oscurantismo”, explicó Valero. En ese momento comenzaron a crearse obras sexuales con el objetivo de “satirizar al poder eclesiástico y político”. Más tarde, la aparición de la imprenta permitió una “democratización del acceso a un discurso sexual explícito”, que se intentaba ocultar.
Tal era el afán por ocultarlas que cuando se descubrieron cientos de esculturas sexuales tras investigaciones en la erupción del Vesubio, se creó el Museo Secreto de Napolés para “reducir el acceso a la élite”.
A finales del siglo XX, con la aparición de la fotografía y el cinematógrafo comenzó la pornografía contemporánea y se empezó a profesionalizar. Esta popularización provocó que cada vez la pornografía fuese más censurada así que se estableció como “un arma de confrontación política contra una sociedad burguesa y capitalista”. Valero puso de ejemplo la película Behind the green door producida en los años sesenta, “la edad de oro del cine pornográfico”, en la que se mostraba relaciones sexuales interraciales con “una clara vocación de cuestionamiento político”. Las legislaciones de los países occidentales etiquetaron estas películas de obscenas, “lo que está o debe estar fuera de la escena pública”. Se censuraba todo aquel material con interés lascivo y con la capacidad de ofender el código de valores de la época.
Con Internet cambió de manera radical y “se empezó a producir y consumir pornografía más que nunca”. El problema, explicó Valero, es que cualquiera puede publicar un vídeo por lo que las productoras con profesionales desaparecieron. Ahora el acceso es gratuito y mucho más sencillo. Se trata de una de las industrias que más dinero mueve en el mundo junto a las armas y la droga. “El problema es que la pornografía digital está despojada de cualquier carácter artístico, contracultural o político”, criticó Valero. La pornografía mostrada en estos portales es muy violenta y “está llegando un punto imposible donde hace falta grados extremos de violencia para excitarse”.
Relación con el feminismo
El movimiento feminista se dividió en los años 70 en torno a dos posturas respecto a la pornografía. Por un lado, surgió el feminismo abolicionista que exigía la cancelación porque “el hombre es violento por naturaleza, es educado en la cosificación y deshumanización de la mujer y el coito es el acto de conquista”. De hecho, para las feministas abolicionistas, “ninguna relación sexual en una sociedad patriarcal es consentida. Entendían la sexualidad como algo dañino para las actrices y para lo sociedad en general”, explicó Valero. Debido a sus ideales se dio una “unión antinatura” entre feminismo y conservadurismo, “igual que ahora con algunas posturas”.
En el otro lado se encontraba el denominado feminismo prosex que defendían que “el problema no es la pornografía, sino que la mujer sea representada como sumisa”. Entendían la sexualidad como placer, como “instrumento de empoderamiento”. Para ellas, la solución no pasaba por la prohibición sino por producir una pornografía alternativa.
En los años 90 surgió el post porno que se basaba en defender posicionamientos prácticos contra la pornografía mainstream. Reivindica el placer femenino, apuesta por eliminar el género y da cabida a todas las identidades sexuales. Para Valero, estas creaciones “recuperan la posición política y los elementos artísticos”.
Amenaza para los jóvenes
Valero centró parte de su estudio en investigar si el consumo de pornografía equivale a un aumento en la violencia machista. Concluyó que “no es posible establecer esta relación en adultos. Son maduros y saben distinguir la ficción de la realidad”. En cambio, en los jóvenes y, en especial, los menores, sí existe esa relación.
Las generaciones jóvenes son las que más tiempo pasan en Internet, donde “la industria les capta con instrumentos poco éticos, a veces se introducen de manera involuntaria”. La edad a la que tienen el primer contacto con pornografía sigue bajando hasta los 9-11 años y empiezan a consumir contenidos “completamente vejatorios y humillantes hacia la mujer”. Algunos de los vídeos son ficciones pero otra gran mayoría no lo son y ven a mujeres siendo abusadas. Una gran investigación en 2020 obligó a una de las mayores páginas web de pornografía como es PornHub a eliminar dos tercios de sus vídeos por no ser de creadores verificados. Miles de las publicaciones eliminadas contenían violaciones reales.
El problema es que los y las menores no saben distinguirlo y se educan creyendo que eso es lo normal. Los jóvenes aprenden que eso es lo que se hace con las mujeres y las jóvenes reciben el mensaje de que tienen que soportarlo, porque eso es el placer. Valero explicó que esto provoca graves daños como la distorsión realidad-ficción, desconexión moral, erotización del sufrimiento de la mujer, depresión, aislamiento social, adicción y aumento de las agresiones sexuales de menores hacia menores.
Valero defiende que la solución pasa por impartir una educación afectivo-sexual transversal que contradiga el discurso de la pornografía mainstream y vincule la sexualidad a la emoción, el deseo y el consentimiento. Además también es necesario legislar un control de acceso a estos contenidos. Valero incide en el control, no la cancelación, ya que “una ley que la prohibiese en España solo afectaría a las productoras legales de pornografía alternativa”. La respuesta “no es cancelar, sino ofrecer un discurso contradictorio”. La sexualidad siempre ha sido algo artístico y bello pero se ha pervertido por completo, mientras las productoras digitales sigan manejando la industria, lo seguirá haciendo.