Los bracitos de Elene, que el pasado miércoles cumplió un año, rodean a su aita sin poder abarcarlo. “¿Cómo es posible que la RAE acepte mamitis y no papitis?”, inquiere Iñaki Ereño, el padre en cuestión, sobre la retrógrada decisión de la academia. Con 37 años, este profesor de primaria ejemplifica la voluntad de los padres millennial de involucrarse en la crianza de sus hijos a tiempo completo. Iker Oleagoitia y Moises González, otros dos aitas vizcainos, completan el retrato de una generación que no quiere conformarse con hacer, simplemente, más que aquellos padres que les precedieron en el cargo. Celebran el Día del Padre analizando lo que supone ejercer ese título hoy en día y ahondando en la asignatura pendiente: equiparar la carga mental que supone la crianza de los hijos a la de las madres.
Una pregunta que a menudo se dirige a ellas, y es infrecuente escucharla hacia el otro lado, sirve para romper el hielo: ¿Siempre tuvisteis claro que queríais ser padres? “Nunca me lo han preguntado, pero sí”, afirma tajante Iker, aita de Hegoa (6 años), Jare (4 años) y Maddi (2 años). “Eso sí, tampoco me imaginaba que sería padre de tres niñas”, reconoce entre risas. Iñaki expone algunas de las cuestiones que han asediado a los millennials -aquellos nacidos entre 1981 y 1993- antes de dar ese gran paso: la inestabilidad laboral o las dificultades de emancipación. “¿Cuando es el mejor momento? Si te pones a pensar nunca lo es”, reflexiona este jefe de estudios que antes de ser padre oficialmente ya hacía prácticas educando a los alumnos de los diferentes centros en los que ha ejercido.
Lo que es indudable es que, en la mayoría de los casos, la forma de ser padre ha cambiado con respecto a sus propios padres. “Soy de Elantxobe y mi aita fue marinero, con todo lo que eso conlleva. Pasaba mucho tiempo fuera”, relata Moises, aita de Noa (6 años) y Laia (3 años). “Precisamente hablaba de eso con mi hija, de todo el trabajo que amama tuvo que asumir”, añade mientras reconoce que se emociona solo de recordarlo. Esa ausencia en el hogar trataba de suplirla “intentando echar un cable de más” cuando atracaba tras largos periodos. “Y cuando empezó a trabajar en barcos de bajura, de lunes a viernes, el fin de semana se volcaba. Era el poli bueno del matrimonio, el que nos dejaba comer chuches”, afirma con cariño. No todas las paternidades son iguales. Iker no considera que su forma de ejercerla difiera mucho de la de su propio aita. “Pasaba las tardes con él, también los fines de semana”, indica sobre su caso, consciente de que su realidad personal no tiene por qué corresponderse con la social.
“Nos falta tener en mente cuando toca ir al pediatra”
Mientras las niñas juegan y a ratos reclaman la atención de sus padres en la que podría ser una tarde cualquiera en El Arenal, Iñaki recapacita sobre la paternidad -y también la maternidad- diferenciando cuatro fases: “La primera sería aquella en la que la mujer no estaba en el mercado laboral, se encargaba al 100% de todas las tareas y de la educación de los hijos”. Luego habría una segunda en la que la mujer comienza insertarse en el mercado laboral. A partir de ahí es cuando “se empieza a utilizar, de forma errónea, el verbo ayudar” para describir la participación del padre en el hogar y la crianza. “Ahora estaríamos en una tercera fase, en la que la responsabilidad sería más equitativa”, indica Iñaki sobre un porcentaje que en muchas parejas llega al 50%. “Pero donde aún nos queda mucho trecho por hacer a los padres es en la carga mental, que sería la cuarta fase”, expone este padre, conocedor de que las madres, en lo que a la intendencia del hogar respecta, ocupan un rol similar a jefa de proyecto. “Nos falta tener en mente cuando la niña tiene pediatra, si falta una crema...”, admite.
En ese aspecto, Moises, de 39 años, rompe una lanza a su favor. “Fui remero profesional hasta que nació la segunda y esa temporada fue mi despedida, todos mis compañeros sabían que me iba a ir. A cada campo de regatas que iba me despedía. Es difícil compaginar la paternidad con el deporte de alto rendimiento, porque estaba en un club de remo como el de Santurtzi, que tuvo el boom en los últimos años”, expone el remero y profesor de secundaria, quien relata que cuando su mujer estaba embarazada de Laia salía del vestuario prácticamente sin ducharse. “Tenía claro que si era aita quería que fuera con todas las consecuencias. Si hay que ir por crema, iré a por ella e intentaré que esté en mi pensamiento. Quiero estar al nivel de mi pareja. No me dejo que esas cargas las lleve ella”, expone Moises, quien intenta nivelar lo que sabe que, en la mayoría de los casos, no está nivelado.
“Se ha equiparado la ayuda pero no la responsabilidad”
Una de las ventajas con la que empiezan a contar los padres es la equiparación de los permisos de paternidad con los de maternidad. En abril de 2019 se subió a ocho semanas, en enero de 2020 se incrementó a 12 semanas... Y desde enero de 2022 ya cuentan con 16 semanas. Sin embargo, Iker muestra sus reservas con respecto a los beneficios de esta medida. “Se ha equiparado una ayuda cuando la responsabilidad no está equiparada. En ese aspecto, mi pareja y yo siempre hemos pensado que la baja debería traducirse en un cúmulo de semanas que la pareja pudiera decidir cómo repartir. No consideramos que debería ser tan equitativo si al final la carga la lleva la mujer. Nos parece que la medida es un poco populista”, considera. Iñaki, por su parte, observa una ventaja que quizás pasa más desapercibida: que la baja esté equiparada hace que las mujeres no salgan penalizadas en un mercado laboral que, si no explícitamente, implícitamente e históricamente las ha castigado durante toda su etapa fértil.
Moises evidencia un factor común entre estos tres padres. Y es que trabajan en Educación y viven una realidad que les hace ser unos privilegiados a la hora de conciliar, ya que sus horarios y vacaciones conviven casi en perfecta sincronía con las de sus hijas. “Mi cuñado, en cambio, es de Gernika y trabaja en Bilbao. Está fuera de casa de ocho de la mañana a ocho de la tarde. Es una barrera para poder implicarse más. La situación de cada uno va marcando la intervención que vas a tener. Si no estás, no estás, por mucho que quieras”, zanja sobre lo que ocurre, en muchos casos, cuando se terminan los permisos.
“Tiene sus cosas buenas y malas, como todo”
Por mucho que tuvieran claro que querían ser padres, no es hasta que ese pequeño ser humano respira por primera vez cuando se percatan de la responsabilidad que conlleva. “Para mí es la experiencia más vital, divertida y verdadera que voy a vivir nunca. Luego tiene sus cosas buenas y malas, como todo”, asevera Iker, de 38 años, sobre lo que supone para él la paternidad, mientras da mimos a Hegoa, que está aguantando como una campeona, tumbada en la silla de su hermana menor, a pesar de tener unas décimas. “La paternidad te aporta otro tipo de felicidad. El ver feliz a tu hija, el ver cómo hace felices a los de tu entorno... es como una burbuja mágica de felicidad que se propaga”, discurre Iñaki metafóricamente.
Sin embargo, no edulcoran su experiencia. “Después de haberlas conocido, nunca me echaría atrás. Pero mi mujer me suele recalcar: ‘Es por ti que vamos a tener dos hijas y no tres’. Y yo le digo que sí, que así es”, indica Moises antes de confesar que a veces echa la vista atrás para recordar, “egoístamente”, lo bien que vivía cuando no había dos niñas que dependían de él. “Es verdad que tienes que reestructurar toda tu vida”, manifiesta Iñaki, que aún tiene reciente su día a día antes de Elene. En cuanto a las limitaciones autoimpuestas cuando uno es padre, Iker expone que disfruta un montón cuando hace escapadas para esquiar, por ejemplo. “Pero ahora me doy cuenta de que eso que pensaba que me llenaba muchísimo, ya no me llena tanto como ser aita”, expresa.
“Los jóvenes no están preparados para sacrificios”
Las ayudas para compensar un índice de natalidad en mínimos históricos van en aumento, pero las motivaciones de una sociedad cada vez más hedonista para eludir la responsabilidad de afrontar una crianza se intensifican al mismo ritmo. “Veo cada vez menos preparados a los jóvenes, no están dispuestos a sacrificar nada de su vida”, opina Moises, profesor de Educación Física de Secundaria, sobre la generación Z. “Cuando eres padre, ya no eres tú el primero. La prioridad no es dónde vas a cenar o qué película vas a ver, sino cuándo tiene que dormir la niña o si tiene que tomar el pecho”, evidencia mientras Laia le tira de la manga. “Aita, aitaaa!”, demanda la pequeña. “Zer nahi dozu, laztana?”, responde su padre con diligencia. Iker relaciona todo ello con la superficialidad de la sociedad actual. “Esto es trabajo, pero lo que te da es mucho más profundo que viajar”, arguye.
Esta realidad social tampoco es ajena a las generaciones precedentes. “Los abuelos, que eran nuestros aitas, van regenerándose, y pasan a ser parte de abuelos más modernos. Antes les hacías esclavos y se prestaban a dedicarse a sus nietos. Ahora tienen otro chip: ‘Si quieres tener un hijo te ayudaré, pero...”, pone sobre la mesa Moises, que cuenta con la presencia de su suegro a escasos metros y afirma ser un afortunado por ello: “Tenía claro que no quería hacer esclavos a mis suegros ni a mi ama. Que ejerzan cuando les apetezca. Pero reconozco que va unido al trabajo. Si estás ocho horas currando a turnos, tienes más dificultades para coordinarte”.
“Soy el sentimental de la pareja y las niñas se escudan en mí”
Si la carga mental es una área de mejora, romper con los estereotipos es otra tarea pendiente. “Las madres son las que siempre han trabajado la inteligencia emocional. Ahí tenemos un margen de mejora”, indica Iñaki en una afirmación con la que Moises, hablando de sí mismo, discrepa: “Soy el sentimental de la pareja y creo que como las niñas ven tanta ternura en mí a veces se escudan en eso para contarme cosas”, refleja. Pero los roles de género no son solo una cuestión emocional. “En alguna ocasión he tenido la sensación de que se me ha juzgado por ser quien lleva a mi hija al médico: ‘¿Por qué tienes que ir tú tres veces al médico? ¿Y dónde está tu mujer?’. Hay que normalizar todo eso”, expone sobre un cuestionamiento machista que ha salido de la boca de una mujer, algo que podría parecer curioso si no fuera porque a veces, involuntariamente, ejercen de juezas que velan por el cumplimiento de las asignaciones patriarcales.
Como profesores, los centros escolares permiten a estos aitas tener acceso a realidades que trascienden de sus hogares. “Tenemos todo el listado de los alumnos en la escuela, con los dos teléfonos de los progenitores. Se da la casualidad de que el primer teléfono siempre es el de la madre”, revela Iñaki, quien a su vez, reconoce que si bien cada vez se ven más padres los que recogen a sus hijos en la escuela, las madres siguen siendo mayoría en las puertas de los centros. Una pequeña gran batalla más en una sociedad que sigue diseñada para que uno de los progenitores se dedique en exclusiva al cuidado, cuando ya no es así.